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México D.F. Miércoles 10 de marzo de 2004

Emilio Pradilla Cobos

Crisis política y ética

Mientras los mexicanos padecen los efectos económicos y sociales de la larga noche neoliberal y del sometimiento a la globalización imperial -cesión de soberanía, recesión, desempleo, pobreza, informalidad y violencia-, la política y la mayoría de los políticos mexicanos, lejos de debatir los problemas nacionales y sus soluciones, transitan por la ruta del escándalo, la corrupción y la frivolidad de la popularidad mediática.

En estos años un escándalo de corrupción administrativa o política, ampliamente difundido por los medios de comunicación, tapa al anterior sin que éste haya sido resuelto: el Pemexgate, el toallagate, las finanzas de Amigos de Fox, los manejos de Vamos México, el derroche del embajador ante la OCDE, el tráfico de influencias de legisladores, incluido el senador-presidente del PVEM, y el que ahora sacude a los gobiernos central y de algunas delegaciones del Distrito Federal y al PRD nacional y capitalino, evidencian la profunda descomposición de todo el sistema político mexicano.

El escándalo más preocupante es el que golpea al PRD, que se postuló en su primera década de vida como la alternativa de izquierda al régimen autoritario priísta de partido de Estado, la conciencia crítica de su impunidad y corrupción, y la única oposición significativa al proyecto neoliberal y su globalización. La crisis estalló donde el PRD y la opinión pública ubicaban su eslabón más fuerte: los poderes Ejecutivo y Legislativo del Distrito Federal, que ese partido controla hegemónicamente desde la elección de 2003, arrastrando al jefe de Gobierno, cuya popularidad, basada en un discurso de "honestidad valiente", lucha frontal contra la corrupción, repartición "igualitaria" de apoyos a todos los sectores sociales, y eficacia financiera y administrativa, era para muchos, prematura y simplistamente, el camino seguro e irreversible a la Presidencia.

Los hechos, exhibidos obsesivamente por los medios, no pueden ocultarse; deben juzgarse y sancionarse mediante la aplicación rigurosa de la ley, y tienen que ser explicados plenamente a los militantes del PRD y a la ciudadanía. La explicación tiene que basarse en los errores del partido y de algunos de sus dirigentes y gobernantes, y no mediante la retórica de la conjura extranjera o nacional de la derecha y algunas de sus figuras contra un gobernante muy popular, aunque no dudamos que ella puede existir.

El PRD, carente de un programa político desde hace años, abandonó la discusión política interna y con los movimientos sociales, se burocratizó y se dedicó exclusivamente a la lucha a cualquier precio por el poder y los cargos legislativos y ejecutivos; en esta vía adoptó una inexplicable política de alianzas con los partidos de derecha que decía combatir y postula candidatos recién salidos de sus filas; internamente funciona con base en pugnas y acuerdos de cúpula entre sus "corrientes" -grupos burocráticos de interés- y el método de cuotas, al margen de la participación y control de la base partidaria, y mantiene prácticas clientelares, corporativas y de acarreo heredadas del antiguo régimen.

El PRD-DF es el paradigma de estas prácticas, agravadas por el sometimiento acrítico a la política y los intereses del gobernante local. Este es un campo fértil para que se caiga en alianzas espurias y se acepten financiamientos dudosos o ilegales. Diversos analistas hemos criticado esas prácticas en estas y otras páginas desde hace tiempo.

La crisis del PRD, que podría ser terminal, no debe ser resuelta mediante las mismas prácticas que la generaron, como la lucha de las tribus por llenar los espacios dejados por los caídos, como parece estar ocurriendo.

Es urgente que el PRD se transforme de raíz, sobre todo en el Distrito Federal: que aplique estrictamente sus estatutos a los actores directos o indirectos de los actos bochornosos, luego de juicio justo; disuelva los grupos de poder, que no son corrientes políticas; cambie las direcciones surgidas de ellos y retorne a la democracia de base, redefina sus normas operativas con criterios de ética y democracia interna, apruebe un programa político discutido en sus bases y con los movimientos sociales populares, abandone su incomprensible política actual de alianzas electorales y destierre sus prácticas corporativas y clientelares.

En síntesis: que vuelva a sus raíces de izquierda democrática y social, comprometida con las necesidades e intereses de los explotados, excluidos y oprimidos. ƑSerá posible todavía?

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