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México D.F. Martes 16 de marzo de 2004

Con la muerte a cuestas por la Lacandona

Sin ayuda médica, joven pareja vagó por horas para ver morir a su hijo ''así nomás''

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

San Cristobal de las Casas, Chis., 15 de marzo. Marcela estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo. Tiene 16 años, mientras Fernando, su esposo, de 20, atendía al primogénito de ambos, con diez meses de nacido y gravemente enfermo. Al empezar los dolores de parto decidieron trasladarse al hospital de San Quintín, en Ocosingo. Es noviembre de 2003; es la selva Lacandona.

052f1 San Bartolo, su pueblo, está en las montañas, a tres o cuatro horas de camino hasta la carretera de terracería que une Ocosingo y San Quintín. El trayecto, más apto para mulas que para personas, incluye el cruce de un caudaloso río en una larga hamaca. Ahí van la parturienta, el padre y el bebé enfermo.

En San Quintín los encontró la fotógrafa Araceli Herrera, y los acompañó en su lucha contra la muerte. Ella cuenta ahora la historia, y suyas son las imágenes que el lector tiene ante sus ojos.

"Resulta que el niño había adquirido una enfermedad extraña. 'La lengua le daba vueltas por la boca y el estómago se inflaba como globo'. Fernando habló con los médicos de la clínica de San Quintín, conocido como el hospitalito. Ellos aseguraron no tener recursos para atenderlo. Fernando les dijo que no tenía dinero para llevarlo a Tuxtla Gutiérrez, a 12 horas de San Quintín en camión de redilas."

Al parecer sin ambulancia, o al menos sin la intención de usarla, los galenos comunicaron a Fernando que ellos tampoco tenían dinero. "Así que sólo quedaba esperar el deceso del bebé, sin ninguna esperanza", relata Araceli Herrera.

En tanto, Marcela logró parir una niña. El niño, un bebé de 10 meses, sin nombre aún, sucumbió "así nada más", igual que los animales del monte. Fernando y Marcela recién "aliviada" volvieron a su comunidad, llevando al muerto.

Primero los recibieron los padres de Fernando, a quienes "con el rostro indescriptible de dolor, de ira, dio la noticia, y ellos estallaron en llanto", agrega la fotógrafa.

"En un par de horas los hombres de la comunidad se organizaron para trasportar a Marcela, que no podía caminar, a su casa en las montañas. Con un machete, una silla, palos y lazos, armaron un transporte para sentar a la madre, y salieron con Marcela a cuestas. Lo más difícil fue pasar el puente colgante. El río llevaba mucha corriente. Un fuerte viento amenazaba con sacudir la 'hamaca', los miembros de la comitiva tenían que pasar uno por uno. Y uno por uno se fueron turnando el lugar de cargador."

Al llegar a su comunidad, Marcela fue atendida por todas las mujeres, quienes se organizaron en la cocina para alimentar a la joven madre y atender a la recién nacida. "El momento más angustioso fue preparar el cuerpo del niño. El abuelo lo vistió e hizo el cajón para enterrarlo."

En este punto de su breve relato, Araceli comenta: "La cifra de mortalidad de niños y madres jóvenes es muy grande, pero no se tiene la cifra correcta, pues resulta que la Secretaría de Salud no tiene cubierta esta zona marginada".

Con todo su triste dramatismo, la historia de Marcela sigue siendo "normal" en las tierras indígenas de Chiapas. Aunque ocurre en San Quintín, el pueblo-fortaleza del Ejército Mexicano en la selva Lacandona, donde la economía campesina se mueve también por la presencia de centenares de militares, así como por la "cuantiosa inversión gubernamental" en materia de servicios en esta comunidad tzeltal, escaparate de preferencias y respaldos institucionales de los últimos gobernadores priístas.

Roberto Albores Guillén, recientemente resucitado por su partido, estuvo a punto de convertir a San Quintín en cabecera de un nuevo "municipio" de los varios que creó con claras intenciones de contrainsurgencia. Gustaba de visitar el pueblo, en los linderos de Montes Azules, a orillas del río Jataté en su máximo caudal, muy próximo a la laguna de Miramar. En ocasiones acompañaba al presidente Zedillo y al secretario de la Defensa. San Quintín cuenta con la mejor pista aérea de la selva, y un tráfico regular de aeronaves militares y civiles.

Base militar clave, es una gran unidad cuartelaria de la 39 Zona Militar, creada a raíz del levantamiento zapatista. Un asta tan alta como la del Zócalo de la ciudad de México, y su bandera monumental, ponen a San Quintín en el mapa. En el corazón de la selva, vista a la distancia, la bandera significa una imagen inequívoca: es una flecha clavada en el suelo que indica 'aquí están la instituciones'.

A partir de 1995, cuando se militarizaron las comunidades de la selva, San Quintín, cuya mayoría pertenecía a la Central Nacional Campesina del PRI, encontró una "prosperidad" muy por encima de la media regional. La convivencia frecuente con al menos 2 mil soldados, que doblan en número a la población indígena, ha tenido impactos sociales importantes. El consumo de "servicios" (hoteles, restoranes, lavanderías manuales, tiendas de abarrotes, etcétera). incorporó al paisaje la prostitución profesional, una "costumbre" hasta entonces desconocida. Pronto la aprendieron, y hubo familias que "vendieron" a sus hijas, pues valían más que una prostituta "usada".

San Quintín cuenta con todos los servicios y una evidente presencia institucional, no sólo militar. Obra pública, escuelas, servicios de salud. Para el hijo de Marcela sólo hubo un literal cruzarse de brazos. Le dijeron a ella y su marido que no había con qué salvar al niño moribundo.Y quién sabe qué resultaría más grave, que sea mentira, o verdad. Negar la atención es un crimen. Carecer de recursos un escándalo, pues significa que la "presencia institucional" es una burbuja, mera escenografía. Que, una vez más, los indios no cuentan.

 
 

Marcela y su esposo Fernando cargaron con la esperanza hasta que la muerte les arrebató a su hijo de 10 meses, quien murió sin ser bautizado FOTOS ARACELI HERRERA
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