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México D.F. Domingo 21 de marzo de 2004

ƑLA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Intelectualidad y toros

LE SOBRA RAZON al poeta y gozoso aficionado a los toros y a la vida, Alí Chumacero, cuando afirma que en México "los que saben escribir no saben de toros y los que saben de toros no saben escribir".

ESTE DIVORCIO CULTURAL, no por injustificado menos dañino, tanto para la cultura como para la fiesta de los toros, ha acarreado serias consecuencias para el toreo en nuestro país, las cuales se ven reflejadas no sólo en el nefasto ataurinismo de los gobernantes en turno -no tocan el tema ni con el pétalo de un adjetivo y cuando llegan a hacerlo desbarran lastimosamente, como si de turista gringo se tratara-, sino sobre todo en los lamentables niveles de análisis y de estilo exhibidos por la llamada crítica.

INSTALADA EN UN publirrelacionismo aldeano y en una incondicionalidad de partido político hacia los detentadores del poder taurino, esta crítica especializada, salvo confirmadoras excepciones en abierta connivencia con "los actores de la fiesta", como gustan de ser llamados los principales beneficiarios del deliberado subdesarrollo taurino en que la tienen sumida, optó hace años por la adulación convenenciera y la defensa sistemática de los mal llamados empresarios, independientemente de sus resultados.

NO SE TRATABA de que pensadores, ensayistas y poetas se hicieran aficionados y asistentes asiduos a las plazas, sino de que hubiesen desarrollado una mínima curiosidad intelectual hacia el rico fenómeno humano y cultural que entraña la fiesta de los toros en México, digamos de Los tres mosqueteros a la actualidad, ya para apoyarla o ya para censurarla, pero no ignorándola como si no fuese otra de las expresiones de la vida mexicana.

ESCASO MEDIO SIGLO en el que la fiesta de toros, una vez desdeñada por la intelligentsia, utilizada por los políticos y manoseada por los taurinos, ha sido termómetro confiable del espíritu de cada época, por lo menos del alemanismo a la dictadura neoliberal. Tal vez nuestra fiesta brava habría estado menos a merced de especialistas nefastos y más en la corriente de las ideas y de la revisión lúcida.

SIN EMBARGO, PLUMAS como las de Amado Nervo, Ramón López Velarde, Xavier Villaurrutia -durante su centenario nadie exhumó sus escritos taurinos- o Efraín Huerta, José Revueltas, Jorge Portilla o José Gorostiza, Ricardo Garibay, Salvador Elizondo, Tomás Segovia, Carlos Fuentes o Gabriel Zaid, no han tenido inconveniente en dedicar algunos textos al fenómeno taurino o a la fiesta brava de México.

PERO EN GENERAL nuestros intelectuales y autores más destacados, aquellos que fueron o son figuras en su especialidad, prefirieron adoptar una indiferencia seudomodernista hacia el sanguinolento espectáculo, cuando no una postura prejuiciosa o un ecologismo emergente, mientras que en ese medio siglo nuestra fiesta de toros, con ligeras variantes, se precipita sin remedio a la tumba que afanosos le cavan los taurinos analfabetas, con la ayuda de sus zalameros críticos.

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