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México D.F. Viernes 26 de marzo de 2004

Adolfo Gilly

El PRD, un partido lejano del pueblo (carta abierta a Leonel Godoy)

Estimado Leonel: Recibí tu atenta carta (supongo que es una circular, enviada también a otras personas) en la cual me anuncias la realización del octavo Congreso Nacional del PRD y me dices:

"Reconociendo su trayectoria y aportación a la democracia y cultura del país, nos gustaría contar con su presencia como invitado en este evento".

Como tú sabes, pero tal vez otros no, fui fundador del PRD en 1989 y participé como redactor del Llamamiento al pueblo mexicano a través del cual un numeroso grupo de ciudadanos convocó, en 1988, a la organización del partido que ahora presides.

Ante la realización del evento al cual me invitas, quisiera hacer algunas reflexiones.

Este evento, denominado octavo congreso del PRD, no es tal en realidad. Un congreso se conforma con delegados elegidos que representan la opinión y llevan el mandato de sus electores. Para este evento no hubo elección y quienes asisten con voz y voto no son delegados por nadie. Representan apenas la votación de la cual surgió el precedente séptimo congreso, efectuado en mayo de 2002 para tratar otros problemas que los actuales, y suponiendo además que esta votación no hubiera estado viciada por los fraudes probados en el informe de octubre de 2002 elaborado por la Comisión para la Legalidad y Transparencia designada por aquel congreso. En el mejor de los casos, el actual evento podría ser una asamblea de dirigentes del PRD o un encuentro de miembros de sus actuales estructuras dirigentes.

Esto, pues, Leonel, no es un congreso: es una reunión de ustedes, a la cual deseo, dentro de lo posible, el más ordenado desarrollo y la mejor conclusión. Otras facultades no tienen, como tampoco las tendría ninguna agrupación paralela que asumiera el nombre de PRD.

Dicho lo anterior creo, como todos los ciudadanos de este país, que el PRD atraviesa una coyuntura gravísima. Esta gravedad depende en buena parte, a mi juicio, del prolongado e ininterrumpido proceso de alejamiento del PRD con respecto a la vida, los afanes, las angustias y las formas de organización y de lucha del pueblo mexicano. Su contrapartida es el ininterrumpido acercamiento del PRD, hasta el punto de identificación casi total, con las instituciones administrativas y políticas del Estado, de las cuales el PRD parece considerarse la parte "izquierda".

Ejemplos de esta identificación abundan, pero para no ser extenso mencionaré sólo dos: uno, la función metaestatutaria que se asigna a los gobernadores en las deliberaciones y las decisiones del PRD, como si se tratara de un Consejo de Pares del Reino; el otro, la intención no desmentida de los diputados del PRD de participar en el próximo atentado contra la Constitución todavía existente, contra la tradición jurídica nacional desde el Constituyente de 1917 y contra los derechos democráticos del pueblo mexicano, que consistirá, si nadie lo evita, en establecer la relección inmediata para los diputados y senadores de la nación.

No será esta, Leonel, la primera defección en esos terrenos, pues ya en 1992 los legisladores perredistas, encabezados en esta empresa por el profesor René Bejarano, participaron en la contrarreforma salinista del artículo tercero constitucional para abrir la puerta a la liquidación de la gratuidad de la enseñanza pública a nivel universitario, atentado cuya materialización hasta hoy los universitarios hemos impedido. Esta entrega de principios sustantivos mereció mucha menor atención por parte del PRD que los tristísimos videos en los cuales dicho profesor aparece en sucesos de ínfima importancia. Pero ambos hechos están unidos por una coherencia de sustancia y de vida que, una vez más, la ensordecedora moralina imperante tiende a encubrir.

En otras palabras: el PRD se ha convertido en un partido cercano de las instituciones y lejano del pueblo. Este alejamiento del pueblo trabajador, de los oprimidos, los subalternos, los explotados y despojados; de las clases populares, que fueron quienes rompieron en 1988 el monopolio PRI-PAN y dieron origen a este partido, y, sobre todo, de sus organizaciones y sus autonomías, no es una cuestión de moral, sino de trasformación política. El PRD es hoy, en suma, un partido que mira desde arriba hacia abajo, y no desde abajo hacia arriba; desde las instituciones hacia el pueblo, y no desde el pueblo hacia las instituciones. El PRD ha adquirido, sin duda, una mirada subordinada a la mirada de las clases dominantes.

Esta transformación política de lejano origen es la que determina, pienso, la reacción defensiva, inepta y desconcertada de la estructura dirigente del PRD frente a las denuncias de corrupción en su contra. Es penoso ver cómo la dirección del PRD, en su totalidad, se deja acorralar por la televisión y sus más tenebrosos personajes, que conducen una campaña obviamente orquestada y dosificada. Es penoso ver el torrente de moralina que viene desde esas estructuras partidarias, tronando contra los "corruptos", pidiendo "castigo ejemplar", hablando de depuraciones y de ética, y fingiendo ignorar lo que el pueblo dice y sabe de tantos funcionarios provenientes de todos los partidos, incluido el PRD, en las administraciones municipales donde si-guen imperando la mordida, la amenaza, la prepotencia y la represalia contra quienes no se dejan. Es absurda la moralina cuando se ignora la progresiva asimilación del PRD a los viejos "usos y costumbres" de la clase política, facilitada por la colonización del PRD y de sus estructuras de representación por políticos provenientes del PRI, que siguen siendo exactamente lo mismo que antes, salvo que toman al PRD como una buena franquicia electoral. Esta asimilación empieza por los métodos clientelares con que se amarra y se moviliza a las "bases partidarias" en toda la geografía nacional. Lejos, muy lejos estamos del partido de ciudadanos al cual convocaba el llamamiento inicial de 1988.

Y esto, compañero presidente, no es una cuestión moral o estatutaria, que en eso se han convertido desde hace mucho las discusiones en las instancias dirigentes del PRD, sino una cuestión de orientación política: con quién está el PRD, a quién representa, a quién sirve y junto a quién lucha. Porque, permíteme decirte, es un viejo cuento que los socialistas siempre hemos rechazado el de que un partido puede responder a la vez a los intereses de los trabajadores y el pueblo y a los intereses y las exigencias de los empresarios, por más "progresistas" que éstos digan ser.

Por esa mutación política -que no moral- del PRD en un partido de empresarios y de políticos, que "también" se ocupa de "los pobres" (y busca protegerlos, pero no apoyar su organización autónoma), es que Carlos Ahumada, auténtico empresario, pudo pasearse por todas las tribunas del PRD, codearse con sus dirigentes, discutir con ellos a cada momento y, no me digan que no porque aquí nadie nació ayer, tener voz y peso en muchas de las decisiones que esos dirigentes tomaban. No es una cuestión personal o de vida privada ni una "infiltración", como dicen los moralistas de uno y otro bando. Es el símbolo de la prolongada y profunda mutación en la política, en la sicología y en los estilos de vida en los destacados dirigentes del PRD. Luis Buñuel lo llamaba "el discreto encanto de la burguesía".

Desde esta mutación en los principios, en las propuestas, en las políticas y en las alianzas, está escrito el canto a los "verdaderos empresarios" con que Martí Batres se dirige a la Canacintra en La Jornada del 25 de marzo, a través de un panegírico a su presidenta saliente. Un partido del pueblo y sus eventuales dirigentes debe, por supuesto tratar, conversar y llegar a acuerdos convenientes con los empresarios de todo tipo. Lo que no puede ni debe hacer es entonar las loas políticas de esta clase social privilegiada frente a la miseria, la exclusión y la explotación que sufre la inmensa mayoría del pueblo, ignorando la ira y la furia que en ese pueblo se está acumulando mientras el PRD se extasía con tales "empresarios". Esta mutación sicológica y política es lo que hizo posible -inevitable, diría- la infortunada aventura del PRD con el pícaro Carlos Ahumada, empresario de innegable espíritu emprendedor y de notable capacidad de convicción. Atención: no es el único ni, por mucho, el más importante e inteligente de esa especie.

Tres cuestiones políticas que fueron decisivas en esta transformación, y no las únicas, quiero anotar en esta carta:

1) La política de alianzas del PRD, que aquí se alía con el PAN, allá con el PRI y más allá quién sabe con quién, fuera de toda preocupación de principios o de programa. De ese tipo era la alianza que en 1998 se trató de imponer con Ignacio Morales Lechuga: el fallido intento, como se ha visto, tuvo sus secuelas. De esas alianzas, la más inaceptable, la que en cualquier ocasión y lugar que se realice resultará funesta, es la alianza con el PAN, es decir, la alianza con el partido conservador, representante político del poder más antiguo y reaccionario de México: la jerarquía de la Iglesia católica, el partido de la subordinación a Estados Unidos y de la aplicación a fondo de la restructuración neoliberal y la privatización total de los bienes comunes de la nación. Esas alianzas son una aberración, contraria a las raíces liberales y radicales del PRD.

2) El abandono, por momentos hasta el límite del enfrentamiento, del movimiento estudiantil y universitario de 1999, el último movimiento social de envergadura que, pese a todas las vicisitudes y los sectarismos (buena parte de los cuales se deben a la deserción del PRD), impidió la abolición de la enseñanza gratuita a nivel universitario. La contrapartida es que el PRD, como estructura partidaria, no tiene nada que hacer en la UNAM y, para bien de la universidad, ojalá no intente regresar nunca. Fue ésta una deserción de sus obligaciones hacia los movimientos de la sociedad y, sobre todo, hacia el universitario, decisivo en los orígenes mismos del PRD en 1987 y 1988.

3) El abandono, en el Congreso de la Unión, de las demandas indígenas y democráticas contenidas en los acuerdos de San Andrés y la participación en la elaboración de la ley Bartlett-Fernández de Cevallos-Ortega de contrarreforma indígena y en su votación unánime en la Cámara de origen, el Senado. La ley Cocopa representaba una reforma constitucional que no sólo defendía los derechos indígenas, sino que abría paso a una transformación y ampliación democrática de todas las estructuras del Estado y de las relaciones de la sociedad en México. A ella se opusieron por sólidas razones tanto los conservadores del PAN como los liberales del PRI. Esta deserción de sus compromisos y obligaciones con la democracia por parte del PRD fue una de las fases definitorias -no remediada por declaraciones inefectivas posteriores- en su transformación en uno de los sostenes de las estructuras opresoras, injustas y excluyentes que encierran en sus actuales límites a la vida política del país.

De estas deserciones, claudicaciones y abandonos en el terreno liberal, en el terreno social y en el terreno democrático, y de muchas otras en los tres terrenos, se fue nutriendo la gravísima situación que hoy enfrenta el PRD. No tiene sentido abordarla como una cuestión de moral individual o de normas estatutarias. Si esta asamblea, como todo lo indica, toma por ese camino, terminará de encerrar al PRD en un callejón sin salida.

Tierra, petróleo, energía, derechos y autonomías indígenas, educación, investigación, salud, pensiones, territorio, ecología, biodiversidad, salarios, empleos, vivienda, legislación social, régimen fiscal equitativo, medio ambiente e infraestructura urbana, seguridad, soberanía, paz y oposición a las guerras, democracia, justicia, ciudadanía, corrupción y narcotráfico, retiro del Ejército de Chiapas, paz y respeto al EZLN y al movimiento indígena nacional, libertades, derechos y libertades de las mujeres, Ciudad Juárez, cultura, medios de comunicación, tiempos libres, edades de la vida, convivencia, son sólo algunos de los temas que debería abordar, previa amplia discusión e intercambio, una asamblea, conferencia o congreso de un partido liberal, democrático y social que estuviera cercano al pueblo mexicano de estos días y quisiera contribuir al surgimiento de nuevos movimientos de la sociedad desde lo más profundo, únicos que podrán en el futuro cambiar el estado de cosas existente.

Esos temas tendrían que traducirse no tanto en "políticas públicas" (que parece ser lo único en lo cual piensa el PRD), sino en primer lugar en políticas de organización autónoma desde abajo y desde adentro de esos movimientos profundos de la sociedad, del pueblo, de los subalternos y los oprimidos, hoy abandonados a su suerte por todos los partidos. Son los únicos que tendrán la fuerza, con sus movilizaciones, para revertir el actual curso conservador, entre resignado e indiferente, de la vida política y social en el país.

Por todo lo que sabemos, Leonel, este próximo evento no tratará, y tampoco estaría en condiciones de hacerlo con seriedad y profundidad, ninguno de esos temas, es decir, de aquellos que conforman la vida, las angustias y las esperanzas del pueblo mexicano.

Hablará, parece, sobre todo del propio PRD, sus equilibrios, sus estructuras, sus estatutos y sus consideraciones económicas y morales.

Por eso, y por las razones que expongo en esta carta, sólo me queda, Leonel, agradecer una vez más que hayas recordado mi nombre en la lista de invitados a este importante evento y decirte que en estas condiciones no tendría sentido mi asistencia.

Salud y suerte, presidente.

México, D.F., 25 marzo 2004.

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