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México D.F. Viernes 26 de marzo de 2004

El ensamble Tambuco también participó en el concierto dedicado a Xenakis

Steven Schick rubricó la tercera versión de Radar: espacio de exploración sonora

ANGEL VARGAS

Los ancestrales ritmos y emociones contenidos en las percusiones pusieron fin anoche a la tercera versión del proyecto Radar: espacio de exploración sonora.

El concierto estuvo dedicado al fallecido compositor Iannis Xenakis, con la programación de tres de sus obras para ese grupo de instrumentos: Rebonds, Psappha y Pleïades, las cuales fueron interpretadas por el estadunidense Steven Schick y los mexicanos del ensamble Tambuco.

Cerrojazo de lujo tras 12 días de actividades, que lo mismo incluyeron presentaciones musicales y exposiciones multimedia que talleres y conferencias, y en las que participaron figuras de reconocida trayectoria mundial como Dj Spooky y John Zorn, entre otros.

La sesión, en la que también se tocó una obra del mexicano Hebert Vázquez, Livre pour quatre marimbas, representó sin duda un suceso para el ámbito musical del país.

Así lo corrobora el hecho de reunir en un programa varias piezas de Xenakis, pero también haberse realizado, prácticamente, el estreno nacional de Pleïades, pues antes se habían tocado sólo fragmentos.

El derroche físico realizado por Steven Schick fue brutal, asombroso, al igual que en su concierto del martes, cuando el cansancio le impidió de plano tocar el encore que exigía el público.

En aquella presentación, efectuada, como anoche, en el anfiteatro Simón Bolívar del antiguo Colegio de San Ildefonso, el percusionista estadunidense puso al borde del delirio a la concurrencia, merced a su entrega y virtuosismo.

El cuerpo como instrumento de percusión

Fueron poco más de 60 minutos de actuación titánica, intensa, telúrica, que cimbró los cimientos de la razón y las emociones. Una presentación que mucho tuvo de ritual y en la que se vivieron momentos casi hipnóticos.

Amplia y vistosa fue la gama de percusiones utilizadas por Schick. Lo mismo el wong que la batería, las tumbas que las tarolas, el triángulo que diferentes tipos de tambor, así como unos platillos realizados con tapones de llanta de automóvil, adaptados ex profeso para la ocasión.

Sin importar el origen reciente de las seis obras que integraron el programa, la más antigua se remonta a 19 años, ni lo abstracto del lenguaje, el canto de esos instrumentos logró identificarse con la juvenil audiencia desde el primer momento, electrificándola, estremeciéndola.

Fue como la descarga de un megatón de dinamita que recorrió la sangre y cuyo eco resonó en la caja torácica, al mismo tiempo que invocaba el despertar de ese espíritu primitivo inmanente a toda persona.

No debe olvidarse que las percusiones son los instrumentos más antiguos de la historia, sólo después de la voz humana.

El concierto comenzó con Roar, de John Luther Adams; luego siguió Bone Alphabet, de Brian Ferneyhoug. Ambas piezas marcaron la tónica de la sesión: sístoles y diástoles a la enésima potencia, voces embrujantes las salidas de los artefactos maniobrados con mucha garra por el intérprete.

El primero de los dos momentos climáticos, sin embargo, llegó con la tercera pieza, Corporel, de Vinko Globokar, en la que Schick salió semidesnudo, sólo con un ajustado short y efectuó una especie de performance en la que su cuerpo entero sirvió de instrumento de percusión, acompañado por sonidos guturales.

Los alaridos no se hicieron esperar al término de dicha creación, al igual que sucedió con la que cerró el programa, Psappha, de Xenakis, espectacular, de principio a fin, lo mismo por el cuantioso número de percusiones utilizadas, alrededor de 15, que por los pasajes frenéticos, oníricos, que la conforman.

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