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México D.F. Lunes 29 de marzo de 2004

Hermann Bellinghausen

Episodio en ultramar

El episodio ocurría sin país, distinto y distante. Si algún quid había, era ése; pero no, no había quid. Rodeado de extraños, quién podía hablar de Calucas que no fuera él mismo. Y dentro de él, cada una de las parte de su cuerpo, que de años atrás llevaban vidas independientes. Calucas conformaba una federación de órganos, miembros y sentidos autónomos e hiperactivos.

En continuo comienzo. No como novela (ni telenovela) o la Historia, donde un capítulo viene después de otro y obedece a cierta progresión sin dejar cabos sueltos. Más como un serial televisivo, donde los episodios comienzan y concluyen sin pasado ni porvenir y los personajes son inmutables pero irreconocibles cada vez.

Intentaba adherirse a la eternidad de algunos libros (Ƒqué es eterno ya?), pero su vista flaqueaba. La mitad de ella. Ya Borges en total ceguera comprendió que en el mundo humano nada es más eterno (y siempre en términos relativos) que un puñado de libros. Ni piedras de Nínive ni pirámides de Egipto. Los seres vivientes que recorren las jornadas de Gilgamesh hoy, pasado mañana, ayer apenas.

ƑQué sentía Calucas? ƑNostalgia? ƑDeseos de retornar a la casa de los derviches enclaustrados en el conocimiento circular o, como el jardinero de allí, en el trabajo manual diario? Había dejado de danzar de falda, pero derviche al fin, Calucas giraba y giraba. Casi diario caía de una orilla del mundo. Un ejemplo: sabemos que desembarcó en Australia por Perth y por equivocación a causa del idioma, dejando atrás las alegrías de Kerala, de donde había partido sin querer. Se salvó en de apañón en los muelles de Perth gracias a unos marinos mercantes, al parecer mexicanos, que lo trajeron a México.

No le pregunten cómo ni cuándo desembarcó, pero sí dónde. Del puerto se acuerda. Aquí terminó la "serie pacífica" y se determinó la continuación "atlántica". Las cosas iban bien. En vista del éxito de sus periplos (al menos en términos de distancia recorrida), los productores de su existencia decidieron iniciar una segunda serie con nuevos capítulos y trucología digital, a despecho de su experiencia, su opinión y sus habilidades más bien artesanales. El progreso técnico tuvo impacto. Ahora, cada episodio podía reocurrir indefinidamente; en cuanto se grababa un programa era depositado en una suerte de mente maestra de memoria más eficaz que Internet.

El momento que nos ocupa es posterior a su estancia mexicana. Esos son episodios atrasados. Esta vez se enfilaba morosamente a las Azores por posponer la tierra firme. Como se ve, Calucas sólo se movía por mar. Lo dominaban las mañas de la postergación, a sabiendas de que lo dilatado no necesariamente es largo. Una hilera de delfines flanqueó la embarcación a la altura del paralelo 30, donde empieza a terminar la nada atlántica. Saltaban sobre cunas de espuma y trazaban sonrientes coronas.

Calucas grabó el episodio de marras entre una tripulación auténtica en un barco pequeño pero suficiente, el Calabria, de incierta matrícula expedida en Martinica. En un descanso del rodaje haló a sí el bloc tamaño carta y pergeñó unas líneas a determinada amiga de su tiempo en México. Su mano se mandaba sola, sin pedir opinión a Calucas, del mismo modo que sus oídos escuchaban el ineludible silencio de un pelícano que traía al puente el primer anuncio de la costa:

"Querida, Ƒme recuerdas, todavía? No te imaginas dónde estamos, pero no te extrañe que estemos a punto de llegar. Sopla un viento frío y plateado que se pega a la ropa como un llanto mineral. Apenas hoy dejó de llover. El sol no ha terminado de entibiarnos el esqueleto, quedan grandes charcos sobre cubierta. Las nubes se han ido. Hoy fuimos alcanzados por los delfines."

Detuvo su fragmentado discurso. Alzó los ojos hacia el impasible pelícano: "Querida, Ƒtienes idea de quién soy ahora? Me vistieron y maquillaron como carbonero, pero en vez de bajarme a la caldera me mantienen en cubierta, que porque la iluminación a la intemperie es mejor. No lo dudo. Por el apuntador me transmiten parlamentos, que son breves, debo decir. Los actores no decidimos las palabras, pero las hacemos nuestras. Tanto, que estas líneas que escribo siento haberlas leído antes, en otra lengua que comprendía mejor. ƑSabes?, ya me harté de comer arenques y más arenques. Algunos marinos aseguran que han sufrido escorbuto. Me tranquiliza saber que pronto el menú del mundo se va a multiplicar y habrá buen vino." Se interrumpió. Escribió: "Te extraño". Firmó aprisa para no notarse conmovido. Gesto inútil: nadie lo observaba.

El silbato, musical grumete de viento, anunció tierra a la vista. Por estibor. En cualquier momento lo llamarían a escena. A rehabitar su carácter. Su personaje. Se concentró en recuperar eso, la concentración, y se desentendió de divagaciones. Aunque olvidar, cómo, si recuerdos era lo único que tenía cuando regresaba al camarote al concluir el día.

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