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México D.F. Martes 30 de marzo de 2004

Luis Hernández Navarro

El nuevo desorden institucional

Fugacidad, zozobra y desorden parecen ser las señas de identidad de la vida política nacional contemporánea. La incapacidad del Ejecutivo para llevar adelante sus propuestas de reforma, la sucesión presidencial adelantada, la imposibilidad de contar con mayorías estables para trazar el rumbo de la nación, los pleitos en las elites y el temor de los poderosos a la irrupción de los de abajo en el gobierno de su propio destino, son el sello de la época.

Aunque faltan poco menos de tres años para que Vicente Fox abandone la Presidencia, su capacidad de maniobra es escasa. Y lo que es peor, cada día se reduce más. Su iniciativa para reformar el Instituto Mexicano del Seguro Social se topó con la combativa resistencia de los trabajadores de ese órgano. Su pretensión de fracturar al PRI y construir una mayoría parlamentaria fracasó estrepitosamente. Las reformas laboral, hacendaria y eléctrica prácticamente no tienen posibilidades de avanzar.

Para justificar sus iniciativas, el Ejecutivo ha puesto en marcha campañas en la opinión pública para desacreditar al Legislativo y a los partidos de oposición. Por supuesto, muchas de las imputaciones que se les hacen son ciertas. Salvo excepciones notables, en el conjunto de la clase política campea la corrupción, la ausencia de rendición de cuentas y el tráfico de influencias. Pero estas acusaciones no buscan corregir esos errores, sino desprestigiar a la oposición por no sumarse a las iniciativas de Los Pinos.

Durante estos recientes tres años se ha producido una tenaz movilización social. Centenares de protestas de indígenas, campesinos, trabajadores, pobres urbanos, mujeres, defensores de derechos humanos, ecologistas han surgido en todo el país enarbolando todo tipo de demandas. Muchas se han radicalizado. Con frecuencia han desbordado los canales institucionales para atenderlas. Algunas, incluso, han decidido darse sus propias formas de gobierno. El pobrerío anda alborotado y las elites cada vez más temerosas con ese alboroto.

El malestar social se ha expresado electoralmente de dos formas. De un lado, a través de una masiva abstención. Los comicios federales de 2003 fueron testimonio directo de este descrédito. Del otro, por medio de una difusa simpatía hacia Andrés Manuel López Obrador. Diversas encuestas dan cuenta de ello. Y los señores del dinero están preocupados por la consolidación de esa corriente electoral.

En estas circunstancias ningún acontecimiento político, por grave que sea, permanece mucho tiempo en la agenda pública. Un escándalo tapa a otro. Su vida es fugaz.

La política nacional parece ir a la deriva. Hay zozobra sobre cuestiones centrales del manejo del país. Sin consensos entre las principales fuerzas políticas y con el orden institucional transgredido por la lucha por el poder, el único puerto de llegada es el que fija el calendario electoral.

El desorden avanza. Es un desorden producido por la incapacidad de los de arriba para ponerse de acuerdo en las reglas del juego, por la exclusión y precarización creciente de los sectores subalternos y por el temor de los poderosos a la resistencia y el protagonismo de los de abajo.

Un ejemplo muy claro de la fabricación de este clima de inestabilidad y desorden es la nueva ofensiva mediática contra el zapatismo desatada la semana pasada. Ofensiva en la que los medios, a través de "filtraciones" y opiniones disfrazadas de "análisis de especialistas en inteligencia", se convierten en vehículo de grupos de poder.

La andanada comenzó en el periódico Reforma el 23 y 24 de marzo. Allí se publicó, como noticia principal, un informe del Cisen en el que se habla de "incremento en actividad zapatista" y surgimiento de "narcocultivo en región zapatista". Aunque el gobernador de Chiapas rechazó el informe de Seguridad Nacional, la campaña siguió su curso. Esa misma semana, Canal 7 de Televisión Azteca presentó un reportaje sobre la destrucción ecológica de Montes Azules por las comunidades rebeldes.

El 25 de marzo, en El Independiente, Javier Ibarrola, conocido columnista ligado a las fuerzas armadas, escribió sobre la "desaparición" de Marcos y el silencio del EZLN. Y un día después, la ex subsecretaria adjunta de Defensa para Política y Apoyo Antidrogas del Departamento de Defensa de Estados Unidos, Ana María Salazar, aseguró en El Universal que "el EZLN volverá a levantarse a finales de 2005 o a principios de 2006, y hay probabilidades de que lo hará con el mismo nivel de violencia y espectacularidad con que lo hizo en enero de 1994".

Aunque estas campañas contra el zapatismo han sido recurrentes desde hace 10 años, ahora tienen un nuevo significado. Por principio de cuentas, se quiere limitar la influencia rebelde en la población. En pleno colapso de la clase política, el EZLN es una de las pocas referencias político-morales que conservan un fuerte capital político. La pretensión de desprestigiarlo asociándolo con el narcotráfico sin prueba alguna busca enlodar su imagen. Se busca, además, utilizarlo en la producción de un clima de desorden, inseguridad y miedo. Un clima que cree condiciones sociales en favor de salidas de fuerza, así como de un ambiente similar al que permitió el triunfo electoral del PRI en 1994. Por último, se desea provocar que el zapatismo hable. El silencio los sigue poniendo nerviosos.

En contra de lo que pudiera creerse, el desorden político en el que vivimos no es un hecho accidental, sino que es resultado de una decisión interesada en fabricarlo. La derecha está perdiendo el país y cree que así puede recuperarlo. Después de todo, México es sólo una pieza más en el tablero del nuevo desorden internacional.

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