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México D.F. Miércoles 31 de marzo de 2004

Arnoldo Kraus

Paternalismo y medicina

Hace algunos días leí en los periódicos una noticia sorprendente. En Italia, una mujer en la sexta década de la vida, quien padecía diabetes mellitus y tenía, como consecuencia de su enfermedad, problemas circulatorios, no aceptó que se le amputase una pierna. La paciente rehusó la operación a pesar de las peticiones de sus familiares para que aceptase la cirugía y de las explicaciones de los médicos, quienes le advirtieron que su vida estaba en peligro de no someterse a la cirugía. Días después fue trasladada a su hogar y de ahí a un lugar cercano para permanecer en el anonimato. Al cabo de algunos días, la enferma murió.

Murió, según la ciencia médica, como consecuencia de la enfermedad. Murió, según su entender, motu proprio. Murió, según la ética médica y la filosofía, porque optó por ser autónoma y responsable de su ser. Es inusitado que una persona decida morir por rehusarse a ser amputada o por desaprobar las ideas de los doctores. La actitud de esta mujer ilustra, hasta sus últimas consecuencias, el rechazo a lo que se ha denominado paternalismo médico. Ilustra, también, la inconformidad con la medicalización de la vida. Ambas circunstancias menosprecian la opinión del afectado y, en ocasiones, se aprovechan del miedo y de la falta de conocimiento de la persona.

John Stuart Mill, connotado filósofo del siglo XIX y distinguido antipaternalista, aseveraba que "las personas saben qué es lo que más les conviene, por lo que debe permitírseles decidir por sí mismas, siempre y cuando no dañen a terceros". El paternalismo se basa en la noción de que los individuos que necesitan protección son incompetentes o semincompetentes. Esta idea, por supuesto, no es privativa de la medicina. Quienes ostentan el poder suelen ser paternalistas: deciden en vez de pedir opiniones, ejercen en vez de escuchar. Los políticos, los grandes empresarios y los médicos comparten esa enfermedad. Estas personas suelen estar enfermas de paternalismo, por lo que no respetan ni los principios elementales de la democracia, ni la opinión de sus asalariados, ni la autonomía de los enfermos. Al ser paternalistas, políticos, empresarios y médicos se adueñan, primero, del conocimiento y, después, del poder.

La sociedad ha cedido demasiado terreno al poder médico. Lo ha cedido tanto a los doctores como a los sistemas de salud. Además, esta relación insana se ha retroalimentado en forma alarmante conforme transcurre el tiempo. En el ámbito individual le ha restado fuerza y presencia al afectado. En el ámbito comunitario, el poder médico decide cuándo y cómo utilizar incontables recursos de la biotecnología. Usufructuar la tecnología no siempre es en beneficio del afectado, no sólo porque no siempre mejora su situación, sino porque, lamentablemente, muchos galenos son dueños de sus propios laboratorios o reciben cuantiosos beneficios por utilizar la parafernalia médica. Finalmente, en el ámbito de la seguridad social, la mayoría de las veces el afectado es una persona carente de rostro y, por ende, de voz -su historia se reduce al número de expediente-. En incontables sistemas médicos, este tipo de "opresión" se debe a que los doctores se han convertido en los dueños del conocimiento, lo que propicia que el paternalismo sea una conducta aceptable. El meollo es harto sabido: conocimiento es poder.

El inmenso avance de la medicina le ha otorgado a los médicos cada vez más poder y, en la mayoría de los países ricos, los ha alejado poco a poco de los enfermos. Parecería que existe una relación diametralmente opuesta entre el binomio conocimiento y poder con el binomio ser humano y enfermedad. Este vínculo patológico se perpetúa en muchos casos por el temor y la incertidumbre que rodean al enfermo. Con frecuencia, los afectados suelen ceder terreno ante el embate de un sistema médico estructurado, que entre más crece y se multiplica, menos abre puertas al diálogo.

El monopolio de la información es la base del paternalismo en medicina. Esta situación siempre ha existido y siempre ha sido amoral. De hecho, muchos de los problemas de la ética médica parten del ejercicio desmesurado de ese poder. Seguramente, las nuevas maravillas de las ciencias médicas continuarán incrementando el monopolio del conocimiento, al igual que el paternalismo, lo que generará nuevas afrentas a la ética médica.

La mujer italiana cumplió su voluntad: fue enterrada con sus dos piernas. La opinión pública no puede opinar acerca de la voluntad de la enferma pero sí cavilar acerca de los vínculos entre médicos y pacientes. No nos compete juzgar si el acto fue o no adecuado. No nos compete juzgar si es o no válido que su autonomía haya sido más importante que su vida. Lo que sí nos compete, en cambio, es entender que su actitud reta, in extremis, el concepto del paternalismo.

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