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México D.F. Viernes 30 de abril de 2004

Horacio Labastida

Imperialismo vs México

Primero unas palabras a mi amigo Carlos Fazio. En México no sólo recordamos con admiración a Raúl Sendic y su brillante aportación doctrinal al conocimiento de Uruguay y Latinoamérica. Mi generación vivió como propia, en 1962 -cuatro años después de las terribles represiones contra ferrocarrileros, maestros y universitarios que se iniciaron en el interludio Ruiz Cortines y López Mateos-, la fundación del Movimiento de Liberación Nacional uruguayo y el nacimiento paralelo de la guerrilla tupamara; no olvidamos la unión de Sendic con los cortadores de caña y demás campesinos, y muchos de nosotros lo llamamos el Zapata urbano de América Latina. Queden estas palabras como breve comentario al excelente artículo que Fazio dedicó a Sendic en el número 7064 de La Jornada.

No cabe duda de que Franklin D. Roosevelt, relecto dos veces presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, fue dueño de una sensibilidad política muy superior a la de no pocos habitantes de la Casa Blanca. Luego de la huelga de los trabajadores petroleros y de su triunfo legal contra las compañías concesionarias en 1937 y 1938, surgieron las amenazas belicistas de las Siete Hermanas, posesionadas por fuerza, habilidad y mentiras de la mayor parte de la producción de hidrocarburos en el mundo. México no era la excepción, y los ingleses, holandeses y estadunidenses que se beneficiaban de la regia sangre de nuestros veneros del diablo, según la expresión de Ramón López Velarde, decidieron burlar las resoluciones de la Suprema Corte de Justicia y del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje, que los condenaron a pagar mejores salarios y otros beneficios a los obreros, desacatando sentencias inapelables.

Con serenidad y plena legitimidad jurídica y moral, Lázaro Cárdenas decretó el 18 de marzo la expropiación de las concesionarias petroleras por su rebeldía a la nación. En aquel iluminante viernes, el pueblo entero aplaudió la medida adoptada por el gobierno porque el acto simbolizaba para sus sentimientos la recuperación de la riqueza que le había sido arrebatada arbitrariamente por autoridades locales traidoras y poderosos consorcios internacionales. En cambio, en Nueva York, Londres y Amsterdam resonaban fuertes las furias de los detentadores de nuestro patrimonio, puesto que veían reducirse los tramposos provechos de que gozaban desde los años en que Porfirio Díaz les entregó el básico recurso.

Pero no sólo la reivindicación era festejada por el pueblo. No, se trataba de algo profundo y enhebrado en lo que México ha sido, es y quiere ser en el mañana. Es un problema del ser mexicano, de su existencia y de su esencia, porque la propiedad de la riqueza nuestra en manos extranjeras connota además de un grosero saqueo material una acción contrarrevolucionaria que enajena al país de su soberanía, arrebatamiento éste apercibido por el pueblo extrañado como negación de sí mismo al convertirse en lo que no es, o sea en cosa ajena. Entiéndase bien. Cuando el Constituyente sanciona en Querétaro nuestro célebre artículo 27 enlazó en el ser mexicano al patrimonio que consideró imprescindible para el desarrollo de la patria, con la visión de una civilización justa, Concepción fundamental explicitada en la política cardenista que en ese año de 1938 creara a la vez la Administración Obrera de los Ferrocarriles y el Instituto Politécnico Nacional.

Y sucedió lo inesperado. En los momentos en que el supercapitalismo preparaba la agresión contra México, Cárdenas convenció al presidente Roosevelt de la razón que asistía al Estado y éste, sin temor a amenazas, desde Washington nos informó, por conducto de su jefe de Estado, Cordell Hull, y del embajador en mangas de camisa Josephus Daniels, su pleno reconocimiento a la decisión mexicana. Inglaterra protestó y rompió relaciones con nuestro país, mas no sucedió nada grave. Años más tarde México cubrió deudas por bienes que debieron ser nacionalizados desde mayo de 1917, fecha en que entró en vigor la Constitución queretana.

Esas son las esencias y los acontecimientos históricos que se olvidaron al entregar Pemex contratos de exploración, perforación y aprovechamiento de hidrocarburos a empresas trasnacionales, contra mandamientos constitucionales expresos y claros. Los mexicanos sentimos que el imperialismo reinicia sin más sus ataques perversos al bien común, y por esto traemos a cuento asuntos sobresalientes. Los tratados de Guadalupe Hidalgo (1848) costaron a Santa Anna un ominoso autodestierro y su muerte solitaria en la casa ahora ubicada en las calles de Bolívar. Porfirio Díaz huyó a París en 1911 y falleció cuatro años adelante.

ƑQué pasara ahora? Imposible adivinarlo, aunque hay anuncios halagüeños: la posible declaración de nulidad de los contratos fulleros. ƑTriunfará la Constitución? ƑUsted qué opina?

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