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México D.F. Viernes 30 de abril de 2004

José Cueli

María Zambrano: fascinación perdurable

A cien años de su natalicio, María Zambrano, malagueña de nacimiento pero universal por su pensamiento, sigue ejerciendo fascinación sobre nosotros. Su pensamiento filosófico trasciende las concepciones de la época y sabe saltar a tiempo la guía del sabio mentor para explorar los senderos de la literatura y la poesía e intentar penetrar en los ''claros del bosque" del alma humana.

Obras suyas como El hombre y lo divino y Claros del bosque son textos fundamentales del pensamiento contemporáneo español. Alumna de Ortega y Gasset, y de Zubiri, poseedora de gran inteligencia y exaltada sensibilidad, leyó con avidez a Unamuno y Machado, y en un proceso de legítima exégesis asimila lo mejor de cada uno de ellos para trazar el sendero de su búsqueda personal.

Su vida fue un compromiso permanente no sólo con la filosofía y la literatura, sino también con la búsqueda de la justicia y la democracia. Fiel a sus ideales se comprometió con la causa de la República española, lo cual la conduce a exiliarse en México, Cuba, Italia y Francia, países donde dejó siempre la huella indeleble de su presencia. Regresa a España ya muerto el dictador y cuatro años más tarde recibe muy merecidamente el Premio Cervantes. Además de otros reconocimientos posee el Premio Príncipe de Asturias.

Entre sus inquietudes más acendradas se encontraban el estudio de la razón y la verdad entreveradas con su fascinación por la luz y la sombra, la realidad, el sueño y la ficción en la naturaleza humana. Muy atinadamente dice José Luis Pardo: ''Si Sócrates pensaba dialogando y Descartes dudando, ella pensaba soñando". Este aspecto de su quehacer filosófico se ve nítida y bellamente expresado en su libro España, sueño y verdad.

El exilio marca definitivamente la vida de María Zambrano respecto de lo cual ella misma expresó:

''El exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce es irrenunciable."

Es quizá, junto con un talento y una sensibilidad excepcionales, la condición de exiliada la que permite a María deslizarse con singular sencillez entre el rigor de la filosofía de su tiempo y el mundo poético con su gran carga de onirismo.

Zambrano vive tan íntimamente la poesía que nos recuerda las palabras de Octavio Paz, cuando expresaba que ''la poesía es una celebración de la vida". Asimismo se encuentra muy cercana a creadores de la talla de Freud en cuanto a sus inquietudes e intereses. Ambos tomaron como derrotero (aunque con diferentes finalidades) sondear las profundidades del alma humana.

Desconfiaron de las verdades absolutas y cuestionaron el ámbito de la razón. El sueño fue para ambos la vía regia para adentrarse en lo más íntimo y auténtico del ser humano. Ambos reconocieron el valor de la poesía y la literatura para poder ir más allá de las ''verdades" científicas.

Asimismo asumieron el amplio y complejo terreno del deseo y las oscuridades y sombras que habitan al ser humano. Ambos fueron también pensadores intempestivos que lucharon contra la rigidez y la estrechez de algunos sectores de pensadores de la época que les tocó vivir. Adelantados a su tiempo, ambos conocieron sangrientas conflagraciones que los condujeron al exilio.

Y ambos supieron también del exilio interior que requiere cultivarse cuando ha de gestarse una obra que requiere no sólo de gran disciplina, sino sobre todo de un amor irrenunciable a esa creación que emerge entre el placer y el dolor.

Son esas obras las que dejan huella duradera. Son la gran herencia que nos dejan espíritus libres, como el de María Zambrano.

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