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México D.F. Domingo 16 de mayo de 2004

Cambio de creencias, desaparición de cargos y migración, las razones, dice antropólogo

Pierde esencia indígena la fiesta de San Isidro Labrador, en Huixtán, Chiapas

Danzas a ritmo de tambores y flautas están siendo remplazadas por grupos de moda

ELIO HENRIQUEZ CORRESPONSAL

Huixtan, Chis., 15 de mayo. La de San Isidro Labrador, una de las dos fiestas anuales más importantes que desde tiempos ancestrales se celebran en este pueblo tzeltal de los Altos de Chiapas, ha ido perdiendo su esencia indígena como consecuencia de la migración de sus habitantes y de la concientización hecha por la diócesis de San Cristóbal.

Las añejas carreras de caballos y las montadas de toros han sido sustituidas por los torneos de basquetbol -en esta ocasión participaron 120 equipos, 17 de éstos, femeniles-, y las bandas, los tambores, la flauta y la marimba, por grupos musicales modernos y mariachis.

La pérdida de raíces de esta tradición ancestral es atribuida por los huixtecos principalmente a la desaparición, desde hace unos 20 años, de los cargos de alguacil, alférez, capitán y mayordomo, que eran obligatorios para organizar la festividad y que casi siempre dejaban en la calle a quienes se les imponían, debido a los enormes gastos que tenían que hacer para dar de comer y de beber a miles de personas.

A diferencia de hace 25 o 30 años, la mayoría de habitantes de Huixtán -único municipio de los Altos donde todavía se cosecha el trigo y se usa el arado para sembrar el maíz-, ya no viste sus ropas tradicionales, sobre todo los varones. Sólo algunos adultos lucen sus trajes de gala, que cuestan entre 4 mil y 5 mil pesos, compuestos por un sombrero plano semejante a un plato, calzón y camisa de manta, una faja de seis metros y una chamarra de lana parecida a un rebozo.

La fiesta, cuyo propósito es pedir al santo que "mande bastante agua para que haya buenas cosechas, que haya buena salud y alimentación", inicia con el anuncio con payasos en la cabecera municipal.

Antes cada comunidad, no sólo de este municipio, llegaba en grupo con su propia música tradicional y con banderas. Todos los indígenas vestían su impecable ropa tradicional, llegaban a pie desde sus localidades hasta la cabecera, y al ritmo de tambor y flauta danzaban durante horas frente al templo. Ahora los que bailan al son de las cumbias son los enormes payasos-títeres, inflados como grandes globos de colores.

El día 14 se realiza una de las pocas ceremonias que aún perdura: el cambio de vestido de San Isidro Labrador. A las 15 horas las autoridades municipales y tradicionales, así como los encargados de organizar la fiesta, llegan hasta el domicilio de quien donará la ropa para llevarla en peregrinación al templo.

El elegido recibe en su casa a cientos de personas, a quienes tiene que invitar posh (aguardiente de maíz), chicha y comida, contratar un grupo musical y comprar pólvora para alegrar la fiesta. Su única recompensa es quedarse para siempre con la ropa vieja del santo.

Pero la vestida también tiene su "secreto", afirma Manuel de Jesús Nájera Torres, presidente de la junta de festejos para este año. "De acuerdo con la costumbre, en la ceremonia, que se realiza el día 14 por la tarde, sólo pueden estar las autoridades y los encargados de organizar la fiesta, y no puede haber mujeres, porque el santo no se deja vestir".

Nicolás Huet, antropólogo originario de este municipio, afirma que la fiesta de San Isidro Labrador "ha perdido sus rasgos indígenas", debido a que se dejó de practicar el sistema de cargos, y a la migración de los huixtecos.

"Antes era obligatorio aceptar esos cargos para hacer la fiesta, pero cuando a partir de los años 70 se practicó la teología de la liberación, la gente se concientizó de sus derechos y decidió no aceptarlos, con lo cual se perdió la espiritualidad."

Esos puestos, explica, eran muy importantes, no sólo para hacer la fiesta sino como elemento de cohesión social e identidad como pueblo. A cambio del sacrificio, quien desempeñaba un cargo obtenía respeto, dignidad y buena voluntad de los dioses para que hubiera alimentación y vida.

Dice que cuando la mayoría decidió no aceptar los cargos, las autoridades encarcelaban a los indígenas que se negaban, como le pasó a su padre, Miguel Huet Gómez, quien permaneció encerrado tres días hasta que intervino el gobierno estatal. "Mi padre había tenido un cargo hacía dos años y no tenía dinero para seguir".

Nájera Torres manifiesta que cuando todavía funcionaba el sistema de cargos, "los elegidos tenían que dar harta comida, posh y chicha. Hombres y mujeres quedaban tirados en el suelo de tanto tomar, hasta que los sacerdotes comenzaron a decir que no era bueno que la fiesta se hiciera así, porque el trago destruye y trae más pobreza; ellos fueron los que cambiaron la costumbre, y quizás tenían razón, porque hoy ya no se consume tanto aguardiente", agrega.

"Los que eran designados capitanes, el cargo más alto, tenían que pedir dinero prestado o vender sus pertenencias para cumplir con su responsabilidad, porque se gastaba mucho". Añade que a los ocho días de finalizada la fiesta, los capitanes no tenían más que salir a las fincas a trabajar durante un año para pagar la deuda.

Pero según la creencia, quien servía de capitán recibía una "bendición" especial y después de un año de arduo trabajo en las fincas regresaba con dinero suficiente para pagar la deuda y hacerse de muchos bienes.

Sin embargo, nadie o muy pocos están dispuestos a regresar al sistema de cargos que durante muchos años se practicó, por los costos económicos y el desgaste que implica. Así ha ido desapareciendo aquí el "espíritu" de la fiesta de San Isidro Labrador.

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