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México D.F. Miércoles 19 de mayo de 2004

Néstor Bravo

El cuarto blanco

En el intento por acercarnos a la realidad nos distanciamos de ella. Sabemos que ninguna representación artística muestra de manera prístina a su objeto. Tenemos la esperanza de poder encontrar en los espacios que se generan con carácter comunal algún indicio que nos permita comprender qué es lo que está pasando. Sin embargo, los augurios son democráticos, es decir, vivimos una vez más la suave imposición de una clase social "culta", "educada", sobre otra "ignorante", "bruta", la sabia imposición de un estrato social sobre otro. El régimen ignorante generado por consenso, el poder vacío "del todos participamos".

El ciudadano mexicano deambula por las calles buscando opciones, espacios que le permitan construir, crear y en los que se vea reflejado su imaginario. Las oportunidades no son muchas. Los grandes centros comerciales han asimilado, transformado y sustituido las funciones que deberían cumplir otros espacios.

En ese sentido, los museos han adquirido, en los últimos años, una gran responsabilidad. La función del museo es en extremo complicada, vive entre la necesidad de establecer criterios para una apropiación seria y meticulosa del saber y una existencia muy cercana a la cultura del espectáculo.

Sin duda el público ha cambiado y ahora nos encontramos con una serie de personajes que buscan, en los espacios de exhibición, experiencias enfáticas, iluminaciones instantáneas y acontecimientos estelares más que cultura; pero éstos comparten la escena con miradas que cruzan los museos tratando de encontrar un mapa que oriente la construcción de una legitimidad, incluso de una identidad nacional. Esto ha llevado a que el museo sea un espacio híbrido, mitad feria de atracciones y mitad grandes almacenes.

Aparentemente no existe una relación estrecha entre el espectador, en el espacio museístico, y la obra. No existe una investigación que se acerque al deseo del público y la manera en como éste participa en la construcción del sentido en una obra artística

El museo y el mundo real del presente permanecen separados, y el museo se recomienda como un lugar de ocio y calma. En las salas de exposición no se persuade, quizá debido a que los relatos actuales que se observan en las magnas exposiciones estén afectados por la decepción galopante que caracteriza las actuales narraciones del mundo.

El museo, de igual manera ha tenido, durante todo el trayecto de influencia moderna, un estigma con respecto de sus funciones y ha sido tildado de institución que osifica y anquilosa las propuestas artísticas. La oferta que se genera dentro de estos espacios tiende a establecer, en la actualidad, criterios cercanos a la cultura del espectáculo, las exhibiciones llevan a una contemplación más que a una participación. La necesidad de concentrar en un espacio de exhibición elementos que permitan constituir una visión de la cultura y la historia es relevante en la imagen que se tiene de los museos, sin embargo, también ha sido el flanco más atacado que ha llevado al arte, quizá a partir de las vanguardias históricas, a intentar de manera violenta y contundente la desaparición del museo como espacio de institucionalización y legitimación del arte. A principio del siglo XX el ataque fue feroz y llevó a establecer criterios en donde el arte trataba de abrir brechas pretendiendo acercarse a la gente y para lograrlo tuvo que salir a la calle y negar los valores que el museo le otorgaba. Pugna que tenía como uno de sus estandartes la necesidad de abrir espacios de reflexión y luchar por la construcción de una memoria antihegemónica.

Lo que sucede en nuestra sociedad y el tipo de indagaciones que establece en relación con la cultura está inserto en la búsqueda de espacios que promuevan la construcción de una mirada transformadora.

El museo deberá participar de una manera diferente en este tipo de exploraciones y tratar de conformar una actitud que no se reduzca a ser el guardián de los tesoros ni ser observado como si sus muros fueran una barrera que impidiera la relación con el mundo exterior, con la realidad. En ocasiones el museo promueve el ocultamiento de lo que muestra en sus salas, la invisibilidad de lo que se ha ido a ver. La distancia entre público y obra es abismal, está claro que la responsabilidad no es sólo de los museos, sin embargo, las exposiciones se posicionan a través de su carácter espectacular, concediendo con mucho, a los grupos de interés y al público especializado, promoviendo así una tendencia que se orienta más hacia el entretenimiento. El museo deberá buscar nuevas perspectivas y reconocer que además de ser el constructor de la memoria también tiene la responsabilidad de hacer proyecciones hacia el futuro.

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