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México D.F. Miércoles 19 de mayo de 2004

Leonardo García Tsao

Los extremos de una estrategia fallida

Cannes, 18 de mayo. El sexto día de la competencia no brindó un tema común sino una oposición de productos totalmente diferentes. Por un lado, El quinteto de la muerte, de los hermanos Coen, es otro paso en el descenso de sus autores a un cine cada vez más rutinario y falto de imaginación. Asombra la trayectoria decadente de unos autores que apenas en 1991 se llevaron aquí los premios principales con Barton Fink. En ese sentido, se antoja como suicida intentar un remake de una comedia que, en la versión original dirigida por Alexander Mackendrick en 1955, sigue siendo una obra maestra de británico humor negro. La comparación no sólo es desfavorable, sino descriptiva de las limitaciones de los Coen, cuya habilidad formal no les ayuda a superar el bache creativo en el que se encuentran desde el cambio de década. El quinteto de la muerte no es tan pasmosamente mala como la anterior Amor a cualquier precio, pero sólo el más fervoroso creyente de la teoría del autor podría encontrarle muchas virtudes.

Por otro, el festival ha encontrado su competidor más intrigante en Sud pralad (Malestar tropical), segundo largometraje del tailandés de nombre impronunciable Apichatpong Weerasethakul (de hecho, cuando se presenta a occidentales recomienda le llamen simplemente Joe). La película se divide en dos partes. En la primera se narra el casto romance gay entre un ex soldado y un campesino; en la segunda, el mismo soldado (o el mismo actor, cuando menos) persigue a un espíritu que ha tomado la forma de tigre. Hay un misterioso nexo entre ambos relatos, que Weerasethakul -o Joe- narra con el habitual estilo contemplativo del cine asiático. Al igual que en su ópera prima, Felizmente tuya (vista brevemente en la sección de concurso del pasado Ficco), hay una notable sensualidad en sus imágenes así como un marcado hermetismo. Este es el tipo de películas hechas exclusivamente para festivales, pues difícilmente encontrará un sitio en alguna cartelera que no sea la de Nueva York o París.

En ese sentido puede afirmarse a estas alturas que no ha funcionado el cambio de estrategia de Thierry Frémaux, director artístico del festival. La concesión a Hollywood se ha sentido demasiado forzada, al programar títulos como El amanecer de los muertos, Kill Bill Vol. 2, El quinteto de la muerte, Shrek 2 y Troya, ya exhibidos o muy próximos a estrenarse incluso en México. Antes, Cannes se distinguía por ser la vanguardia de producciones estadunidenses, desconocidas hasta para sus periodistas.

Al mismo tiempo, la apuesta por los nuevos talentos no ha rendido frutos. No ha habido hasta hoy una concursante convocadora de un consenso en la prensa en cuanto a su calidad. Según las calificaciones de las revistas diarias, es algo tan convencional como la francesa Comme une image, de Agnès Jaoui, lo que ha contado con mayor aprobación, sin llegar al entusiasmo. Si bien el festival no ha sido tan desolador como el año pasado, tampoco ha establecido un contraste contundente.

Lo que sigue igual es la falta de sentido práctico que mencionaba en mi primer artículo. La sala de prensa cuenta con tan pocas computadoras (las mismas desde hace dos o tres años), que uno necesita esperar una hora o más para tener turno. El ingreso a algunas funciones también puede ser complicado. Aunque la sala esté vacía, los organizadores tienen la manía de mantenerla cerrada hasta que se haya formado una incontrolable turba a sus puertas Claro, el esperar en un pasillo estrecho y caluroso caldea los ánimos, en consecuencia, los empujones y otros actos de violencia se vuelven parte indeseable del ritual. Cuando otros festivales grandes han resuelto con eficacia ese tipo de situaciones, el que sean recurrentes en Cannes puede atribuirse a la mala voluntad o a una pura y simple ineptitud.

Hablando de violencia, ya ha habido varias escaramuzas entre manifestantes y la policía antimotines. No se ha llegado a perturbar el transcurrir pacífico del festival, pero la amenaza sigue latente. Por lo pronto, todas las calles aledañas al Palais se ven ocupadas por policías armados con macanas. Eso ha intimidado a los carteristas, por lo menos.

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