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México D.F. Jueves 20 de mayo de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

Othón Salazar

Othón Salazar se distingue de otros dirigentes políticos mexicanos del siglo XX por la entereza de sus convicciones y la humildad que rodea su vida entera. A sus 80 años, como el viejo Marx, aún reconoce que "la lucha es su elemento". A menudo se le ve incansable ir de La Montaña a la Costa Chica, de Tlapa a la ciudad de México, como si viajar esas distancias y en esos caminos fuera parte de su naturaleza. Asiste a reuniones políticas, intercambia ideas, organiza y mantiene viva su voz privilegiada entre las comunidades más pobres de su estado. Esa actividad parece no cesar nunca: el día 29 de este mes se hallará en Ayutla de los Libres, Guerrero, para asistir al primer Encuentro patriótico, impulsado por él con el propósito de poner en pie un movimiento social de rechazo al curso actual de la política gubernamental. Hace muy poco, el primero de mayo pasado, Othón Salazar fue la figura central en un singular foro realizado en su pueblo natal, Alcozauca de Guerrero, al cumplirse un cuarto de siglo de la primera victoria electoral de la izquierda en 1979, justo a resultas de la reforma política que abrió las puertas a la legalización del Partido Comunista y permitió la formación de un grupo parlamentario del que formaba parte, justamente, el profesor y dirigente histórico del Movimiento Revolucionario del Magisterio.

Vale la pena subrayar que la izquierda no ha perdido en estos 25 años la conducción de Alcozauca, no obstante las agresiones directas, el abandono de sus correligionarios o las maniobras divisionistas de los caciques para frenar la influencia liberadora de la democratización en esa conflictiva región. Reflexionar sobre esa experiencia fue el objetivo del foro Alcozauca: entre la resistencia y la esperanza, a cuyo éxito contribuyeron instituciones como el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), la UNAM, la Universidad de Guerrero, el centro de derechos humanos de La Montaña Tlachinollan, el Fondo Indígena y la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Hay buenas razones para ese interés: Alcozauca es una comunidad mayoritariamente mixteca; un municipio pobre en una zona históricamente atrasada, pero hoy, por fortuna, también es un modelo de organización y participación ciudadana, de autonomía y vigor municipal digno de destacarse. En Alcozauca se da una rara combinación de firmeza y flexibilidad política, cierta sabiduría para combinar los esfuerzos locales con el apoyo externo, nacional, sin perder por ello su propia identidad, uniendo la fuerza de la diversidad local con las aspiraciones legitimas de modernidad, es decir, la capacidad de actuar conforme al dictado de los intereses de la mayoría siempre en el sentido del progreso social. Si Alcozauca despierta hoy el interés justificado de importantes instituciones académicas y sociales se debe, creo yo, al hecho de ser un gran experimento democrático, cuya sobrevivencia depende de su capacidad para gestionar la vida comunitaria con una perspectiva nacional, sin perderse en los vericuetos de la politiquería. Pero la razón por la cual tantos sindicalistas, intelectuales, cineastas, biólogos, antropólogos y periodistas se han interesado por este pequeño municipio -al margen de las modas urbanas pasajeras- tiene que ver con el hecho de que aquí se han manifestado con una anticipación memorable algunos de los rasgos esenciales de la transformación democrática de México y, al mismo tiempo, aquí se revelan de manera fehaciente las limitaciones profundas, las enormes contradicciones que acompañan al desarrollo de la vida social en México.

Llevar a buen puerto esa historia durante tantos años hubiera sido imposible sin la autoridad moral de Othón Salazar. En ocasión del foro mencionado recordé gracias a una carta una de mis primeras entrevistas con el maestro siendo ya presidente municipal, justo cuando comenzaban a barajarse los nombres de las figuras que podrían postularse como candidatos a la Presidencia por parte del recién formado Partido Mexicano Socialista, mucho antes de que en un ambiente enrarecido se eligiera al ingeniero Heberto Castillo, otro mexicano ejemplar: "Le pregunté abiertamente si le interesaría asumir esa responsabilidad, pero Othón me respondió con franqueza: Cada quien sabe cuál es su misión en la vida y la mía está aquí, con mi gente, con la organización del pueblo para avanzar en nuestra causa. No me subestimo, pero sé muy bien qué debo hacer para lograr esos objetivos. Sabía, como lo sabe aún, que su influencia trascendía la labor municipal, inclusive la regional o estatal, pero también reconocía que la única forma de construir una alternativa pasaba por incluir en la visión nacional la perspectiva de los pueblos olvidados, la dimensión excluida de la historia patria.Y a la inversa, que ninguna acción comunitaria tendría éxito si no se vinculaba a un proyecto general de emancipación, a la democracia y al socialismo. Educar, organizar a los desposeídos para que pudieran hacer valer sus derechos, crear la formación política más poderosa formaba parte de la misión revolucionaria a la que había dedicado su vida. Y así seguiría. Palabras más, palabras menos, eso fue lo que escuché esa mañana en el despacho del presidente municipal, mi amigo y viejo camarada Othón Salazar a quien ahora, de nuevo, rindo un homenaje fraternal. Aquella fue para mí una gran lección de modestia y compromiso, justo cuando se avivaban las disputas internas oscureciendo lo esencial: que la izquierda no es nada si no es capaz de expresar una propuesta de futuro, si hace de la política un fin en sí mismo y convierte a las ideas en una máscara que no deja ver su verdadero rostro."

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