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México D.F. Jueves 27 de mayo de 2004

Gustavo Iruegas

Ni extender la mano ni poner la otra mejilla

Más allá del pleonasmo que encierra en su nombre, las expectativas en torno a la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de América Latina y el Caribe son pocas. Lo que pudiera tener de interesante ocurriría en la privacidad -que no en el secreto- del salón de conferencias, en el cual la importancia de las cosas que se digan aumentará en proporción inversa al número de personas presentes. Entre más solos estén los presidentes más sincera, más inteligente y más útil será su conversación.

Esa falta de expectativas se refleja en la atención que ponen los medios en una posible reunión entre los cancilleres de México y de Cuba. Las partes no han cruzado todavía una palabra en torno a las razones de fondo que ambas tienen para haber tensado la relación hasta el punto crítico en que se encuentran ahora, pero un deseo, más espontáneo que razonado, hace esperar que la reunión sea el principio de la normalización.

Eso hace necesario especificar lo que se entendería por normalización. No es una necedad hacer la aclaración porque, en su momento, el canciller Castañeda se valía de un juego de palabras para justificar su intención de rebajar el nivel de las relaciones, arguyendo que intentaba ponerlas al nivel de las relaciones con otros países latinoamericanos, con los que hay relaciones normales pero no privilegiadas. Normalización no puede ser otra cosa que volver a las relaciones privilegiadas que Cuba y México sostuvieron durante un siglo, hasta que la derechización de México y los rencores de Castañeda, con el esmerado auxilio del actual canciller y el secretario de Gobernación, las llevaran a su deplorable estado actual. Igualmente, normalización significa sujetar nuevamente las relaciones a los "usos y costumbres" de la práctica diplomática y a la letra de las convenciones relativas.

Las relaciones diplomáticas se rigen en la actualidad por la convención firmada en Viena en 1961, y las normas del derecho internacional consuetudinario tienen el propósito de "...contribuir al desarrollo de las relaciones amistosas entre las naciones, prescindiendo de sus diferencias de régimen constitucional y social"; se establecen por consentimiento mutuo y, de la misma manera, permiten el establecimiento de misiones diplomáticas permanentes (embajadas y, en otro tiempo, legaciones) a cargo de un jefe de misión que puede tener una de tres categorías: embajador o ministro (este último actualmente en desuso) acreditados ante el jefe de Estado y la de encargado de negocios, que es acreditado ante el ministro de Relaciones Exteriores. Un encargado de negocios puede quedar al mando de una embajada por diferentes razones: por que así se inicie el establecimiento de la misión permanente, por indisposición, vacaciones o cambio del embajador o porque el retiro del embajador sea en sí mismo un acto político del gobierno acreditante destinado a mostrar su disgusto con el gobierno receptor.

Este último es el caso de México, que retiró a su embajadora y nombró a una encargada de negocios, que es ahora la jefa de la misión mexicana en Cuba. No es el caso de Cuba porque su embajador no fue retirado por su gobierno, sino expulsado por México, el que le fijó un plazo perentorio para que abandonara el país y además expulsó a un funcionario de su sede diplomática, declarándolo persona non grata.

La recomposición de la normalidad formal pasa por la reconstrucción del carácter privilegiado de la relación y esto no es sencillo. Sería diferente si el retiro de la embajadora hubiera sido un simple "llamamiento a consultas", figura con la cual se suele mostrar disgusto, pero no se rebaja el nivel de la relación diplomática porque la misión queda al cuidado de un encargado de negocios interino. Pero en las condiciones actuales, como México expresa y públicamente rebajó el nivel de la relación al de encargados de negocios y, consecuentemente, eliminó de su plantilla de diplomáticos al embajador en Cuba, la restitución del nivel de embajador en la jefatura de la misión requiere, primero, del acuerdo de las dos partes en ese sentido, después, la obtención de beneplácito para el nuevo embajador (que podría ser la misma persona en un caso de óptima reconciliación) y, por último, la aprobación del Senado de la República. Más complicado aún sería el nombramiento de un nuevo embajador de la isla porque a los trámites anteriores, que son en lo general semejantes en uno y en otro país, habrá que agregar el desagravio nacional y personal. Vale la pena ir pensando en un nuevo embajador de Cuba, porque quien conozca a Jorge Bolaños sabrá que solamente un acto de patriótica disciplina lo haría volver a presentarse ante el gobierno que lo ultrajó.

Acomoda más la palabra restitución que reconstrucción de la relación privilegiada, porque difícilmente podrá reconstruirse el acuerdo de respeto mutuo a los ámbitos internos al que se llegó en 1967. Entonces, restituir el carácter privilegiado a las relaciones diplomáticas entre México y Cuba implica resolver las dos cuestiones que dispararon el actual trance. En los dos casos se trata de asuntos que atentan contra la supervivencia del régimen. Para Cuba lo es porque se trata de la invalidación que Estados Unidos promueve cada año del fundamento moral de la revolución en la Comisión de Derechos Humanos, condición en la que descansa la voluntad revolucionaria y decisión de resistencia del pueblo cubano en estas circunstancias de hostigamiento y acoso de Estados Unidos. Para México lo es porque tiene sobre sí la espada que Damocles le alquiló a Ahumada y no sabe (o lo que sería peor, sí sabe) cuántas y cuáles son las aves que cruzan el pantano y no se manchan.

La solución de estos dos asuntos puede darse tras largas negociaciones y forcejeos o por un simple mandato de los jefes, por lo que no es factible prever plazos para su solución sin arriesgar el error craso. Sin embargo, sí es posible visualizar qué clase de normas y principios deben observar ambas partes, una vez que se hayan resuelto los problemas, para regresar al privilegio que ambos pueblos se otorgan mutuamente:

1. Las intensas relaciones de ambos pueblos anteceden a la formación de los Estados, han soportado un siglo de acercamientos y tensiones y deben continuar por el mismo sendero. Ambos gobiernos están obligados a preservar esa tendencia y a impedir que desencuentros coyunturales, superficiales o profundos, distorsionen la relación, afecten su naturaleza o interrumpan su existencia.

2. La relación, sujeta a las normas formales de la diplomacia, debe descansar en el estricto respeto a las instituciones, los órganos y los representantes de ambos Estados. El uso de expresiones ofensivas e irrespetuosas de personas, instituciones y procesos en ambos países debe ser abolido de cualquier clase de expresión oficial o pública.

3. La relación es una compleja diversidad de contactos entre las distintas áreas de los gobiernos y de las sociedades sobre la cual los pueblos guardan una sensibilidad especial que requiere el soporte de la gestión gubernamental. Como en pocos casos de la diplomacia mundial, la relación entre Cuba y México se proyecta en el quehacer interno de las dos naciones y sus gobiernos deben, cuidadosamente, evitar que sus expresiones induzcan la polarización.

4. La relación se sostiene en valores y principios de aplicación universal. Desde su formación nacional, Cuba y México han mantenido una firme creencia en los postulados que rigen la convivencia entre las naciones y que, en sus respectivos ámbitos internos, dan razón de ser a sus instituciones nacionales. En su estructura constitucional ambos países atribuyen la mayor importancia a la preservación y a la promoción de los derechos inmanentes de los pueblos y a los derechos de las personas. La defensa de tales valores, y su aplicación legítima en todos los foros, es la más alta responsabilidad de los gobiernos. Esta no puede entenderse ni practicarse con un propósito selectivo, que sería contrario a la naturaleza universal de esos derechos. Estas posiciones se deben asumir con inequívoca congruencia, sin excepciones que hagan nugatoria la voluntad de las naciones de permitir y practicar, por igual, el necesario escrutinio del derecho internacional.

5. La relación se sostiene en una agenda de variados y complejos intereses que, en su perspectiva particular, tienen lógica propia dentro del conjunto. Ello impone la obligación de evitar, en todo momento, que los eventuales desacuerdos en algún aspecto específico contaminen los demás componentes de tan rica vinculación y comprometan su horizonte. Es necesario que esforzadamente y unidos en las coincidencias esenciales, los gobiernos constituyan una fuerza de singular influencia en la construcción del nuevo sistema internacional.

Esta corta lista no es ni exhaustiva ni excluyente. Seguramente la voluntad y el talento de los negociadores sabrá mejorarla lo suficiente para lograr que los pueblos de Cuba y de México encuentren en sus gobiernos el soporte al privilegio de la amistad de siglos que la historia ya les dio y el futuro les promete.

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