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México D.F. Viernes 4 de junio de 2004

Horacio Labastida

Desastre a la vista

La situación no podría ser peor de lo que es porque la pobreza no deja de extenderse junto con las enfermedades y la ignorancia, tres de los malignos caballeros del Apocalipsis que nos vienen persiguiendo e hiriendo desde hace casi 200 años.

Ha habido momentos de descanso a lo largo de nuestra historia independiente, aunque no los suficientes para identificar los hechos con los ideales que nos mueven a favor de la justicia y la libertad, desde la época en que Hidalgo ordenó el reparto de la tierra entre los campesinos junto con la abolición de la esclavitud, y cuando Morelos presentó al constituyente en Chilpancingo (1813), los Sentimientos de la nación, que redactó en consulta con el pueblo durante los años insurgentes. En los Sentimientos... solicitábase al constituyente configurar a la nación en un Estado capaz de gestar condiciones favorables a la justicia social como base y fundamento de la autodeterminación soberana y del goce de la libertad personal. Este fue el plan sustantivo de una república justa, la mexicana, que a pesar de las batallas de su pueblo contra factores adversos internos y externos no ha podido apuntalarse hasta la fecha, salvo en los estelares intentos que presidieron Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero en el marco de nuestro primer federalismo, y después Juárez bajo el segundo federalismo y Lázaro Cárdenas con las armas constitucionales de 1917.

ƑCuál ha sido la etiología de los males que nos dañan desde el pasado? Las respuestas a esta plural interrogación son fáciles de señalar si nos acogemos a la honestidad que exige el conocimiento verdadero. Entre 1811 y 1815 Félix María Calleja fue armado hasta los dientes con tropas enviadas de las Antillas y Castilla. Los intereses que defendió nada tuvieron que ver con los intereses de la naciente patria proclamada en Dolores Hidalgo; su objeto fue perseguir y asesinar a una generación independentista que sobrevivió, a pesar del fusilamiento de José María Morelos en diciembre de 1815, por autoridades seculares y eclesiásticas protectoras de elites castellanas y virreinales. El México dependiente entonces de España logró romper esta dependencia (1821) para caer en una nueva: la impuesta por López de Santa Anna al defenestrar a la generación progresista de Gómez Farías y José María Luis Mora, cuyas ideas constan en las Obras sueltas que editó en París, 1837. Otra vez el clero asociado con latifundistas criollos y comerciantes, incluidos contrabandistas de textiles ingleses y estadunidenses, así como con industriales del tipo Esteban de Antuñano en Puebla, y los dueños del queretano Hércules, sin descontar el imperialismo expansionista estadunidense de la guerra 1846-1848, sujetaron a México a los círculos del retroceso, según la expresión de Mora, ajenos a las demandas de la población.

La crónica de la dependencia mexicana de grupos faccionales locales y del exterior se repitió a lo largo del siglo XIX no obstante los esfuerzos juaristas y lerdistas, cancelados radicalmente por el triunfo del porfirismo a partir de 1877 y hasta 1911, tres decenios que maximizaron nuestra dependencia de las corporaciones capitalistas multinacionales inglesas, estadunidenses y francesas principalmente, y al permitir la superconcentración de la tierra en poquísimas manos privilegiadas, condenando así a las masas a miserias lacerantes y a la indignación que florecería en los tiempos revolucionarios iniciados en noviembre de 1910, 97 años después de la fecha en que Morelos y Pavón hizo leer los Sentimientos de la nación a los congresistas de Anáhuac.

La razón revolucionaria fue definitiva y clara. El artículo 27 de nuestra Constitución echó las bases para reconstituir al país económicamente con sus propios recursos, con objeto de fortalecer un desarrollo nacional y propiciar el establecimiento de una civilización justa por la vía de un Estado promotor del cambio de la dependencia por la independencia verdadera y no falaz como la que ha predominado, exceptuando la administración cardenista, desde que Obregón y Calles acataron de facto los Tratados de Bucareli (1923) hasta el Tratado de Libre Comercio, que suscribió Carlos Salinas de Gortari conforme al designado espíritu de Houston, y continuado con empeño por el actual gobierno de Vicente Fox, cuyas llamadas reformas estructurales al estilo del FMI connotan la entrega al capitalismo extranjero de los pocos recursos que aún forman parte del patrimonio del pueblo, en los términos del citado artículo 27.

Las cosas no son confusas. Contra el proyecto de independencia cultivado en los sentimientos nacionales, los gobiernos mexicanos infringiendo el Estado constitucional, han acentuado nuestra dependencia, y en función de esta dependencia creciente se vienen agudizando contradicciones que podrían llevarnos a consecuencias imprevisibles.

Esperemos otra vez, como sucedió antes, que la fortaleza del espíritu mexicano y su recia cultura de liberación nos permitan salir adelante como patria digna y noble, y no vernos hundidos en una Atlántida más, perdida en los abismos del neototalitarismo globalizante de nuestros días.

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