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México D.F. Lunes 2 de agosto de 2004

Programa del Conadic de Belsasso lo puso de moda; induciría a menores a consumir drogas

"Trastorno" mal valorado propicia daño cerebral irreversible en niños

Escuelas ubican como déficit de atención conductas con causas comunes, como alergias y nutrición

ANGELICA ENCISO L.

ninos_transporte"Un día me mandaron hablar de la escuela de mi hijo Rubén, tenía cuatro años; me dijeron que era diferente a sus compañeros porque se apartaba del grupo y se tiraba al suelo. Lo llevé al Seguro Social; le hicieron un encefalograma y me dijeron que tenía alteraciones en el cerebro, que era necesario darle medicamentos. Ahí empezó su desgracia. Ha intentado suicidarse, estuvo cuatro veces internado en un hospital siquiátrico y víctima de abuso sexual.

"El niño adoptó un aspecto cadavérico, con ojeras muy pronunciadas, su boquita la tenía seca y era muy agresivo, me golpeaba. Varias veces trató de aventarse por la ventana. Cada día pisaba un túnel negro, sin salida. Era un cuento de horror, donde mi hijo y yo éramos los protagonistas principales. Así vivía mi niño, triste y perdiéndose. Ahora está en una terapia nutricional y dejó de tomar los medicamentos; el cambio ha sido espectacular."

Es la historia que cuenta María de los Angeles, una de las numerosas madres de niños y adolescentes a los cuales se les ha destrozado la vida por la medicación con estimulantes y sicotrópicos, promovida por directores y maestros de escuelas a causa de presuntos trastornos de déficit de atención.

Estos problemas en muchos casos pueden ser ocasionados por deficiencias de nutrición, alergias, intoxicación con plomo, excesiva ingesta de azúcar o el ambiente que les rodea; "el déficit de atención es un diagnóstico de controversia que tiene poco o nada de fundamento médico", señala el Comité de Ciudadanos en Defensa de los Derechos Humanos (CCDDH).

Las secuelas de estos tratamientos a que son sometidos los menores pueden ser irreversibles: desde daños emocionales hasta lesiones cerebrales. En gran número de casos los padres aceptan la prescripción por confianza en el médico, el cual en pocos casos explica los efectos secundarios.

Los problemas se dan tanto en los niños atendidos por siquiatras, recomendados generalmente por la misma escuela, como en aquellos en que la familia rechaza el tratamiento, lo que arroja como resultado la expulsión del menor del plantel.

Carmen Avila, integrante del CCDDH, indica que hay 500 casos documentados y testimonios de padres que son prácticamente obligados a enviar a sus hijos a consultar con siquiatras por su conducta escolar, que puede deberse a problemas emocionales, violencia familiar, ausencia de padres o desnutrición.

Agrega que con alimentación balanceada y una valoración médica completa se han solucionado varios casos. Sostiene que la discriminación a la que los niños son sujetos, así como la violación de derechos a la educación y la salud, obligan a que el Congreso de la Unión legisle al respecto.

Tendencia médica

La prescripción de "estupefacientes" a menores ha crecido recientemente con el argumento de "trastornos de hiperactividad y déficit de atención". Se suministra Ritalin, Dexedrine, Dextrostat, Adderall, Desoxyn o Graumet. El primero, el más común, causa dependencia y la Agencia Antidrogas Estadunidense lo tiene clasificado como droga del grupo II, que incluye morfina, opio y cocaína, señala el CCDDH.

Incluso en el Programa de Acción: Salud Mental, del servicio de Salud Mental de la Secretaría de Salud, coordinado en 2002 por Guido Belsasso, ex comisionado Nacional contra las Adicciones, se plantea que el trastorno por déficit de atención "se caracteriza por la presencia de inatención e impulsividad; puede darse con o sin hiperactividad en diversos grados, lo que afecta el rendimiento escolar de siete de cada 10 pacientes, con comorbilidad frecuente con trastornos conductuales, como el síndrome oposicionista-desafiante y el trastorno disocial, así como trastornos del estado de ánimo, de ansiedad y de aprendizaje, lo que impacta de manera importante la relación social y familiar".

Agrega que en términos conservadores se estima una prevalencia de 5 por ciento en población infantil y adolescente, por lo que "hay alrededor de 1.5 millones de menores en México con este problema". Advierte que la cifra podría duplicarse si se toma en cuenta a los adultos que continúan padeciéndolo; "se calcula que presenta este trastorno 50 por ciento de los niños que acuden a un servicio de consulta externa en un centro de salud de segundo nivel de atención".

Indica que "este grupo de pacientes es vulnerable a sufrir maltrato infantil, rechazo escolar y aislamiento social; los adolescentes tienen mayor probabilidad de tener problemas con la justicia, comparados con los que no padecen este trastorno. La ausencia de tratamiento puede ocasionar fracaso escolar, social y familiar, multiplicando los riesgos de que se presenten otros trastornos, como farmacodependencia".

Argumentos universales

Estos argumentos también se utilizaron en el caso de Fernando. Cursó siete años en la escuela Sierra Nevada, pero cuando iba en primer año, "funcionarios del colegio nos dijeron que había que hacerle un estudio sicológico, porque lo veían muy inquieto. Como padres somos renuentes a ese modismo, nos negamos", explica en entrevista su madre, Diana.

Agrega que para el estudio les dieron una lista de tres médicos, recomendados por la escuela. Hicieron el análisis con un sicólogo de su elección, quien reportó que Fernando no requería terapia; estaba bien y el problema era el hostigamiento por su maestra de inglés. La recomendación fue que se le cambiara de profesora.

Frente a este resultado, el colegio rechazó la validez del estudio e insistió en la atención siquiátrica. "Les dijimos que teníamos que compartir responsabilidades. Como colegio tenían que aceptar que había mucha rotación de maestros y profesores que no sabían manejar a los niños. Al final aceptamos llevar al niño al siquiatra, pero éste dijo que había que hacerle un mapeo cerebral y llevarlo a tres consultas a la semana. Nos negamos. Ante ello, el colegio procedió a la expulsión definitiva de Fernando".

"El daño al niño es irreversible, según palabras del mismo siquiatra, por la afectación emocional que le dejó la expulsión, a raíz de la cual va a terapia emocional. El niño quedó marcado, porque dejar de ir a clases y de ver a sus compañeros, ya que era muy sociable, fue un castigo. No había reportes de mala conducta, los únicos llamados de atención fueron porque aventaba papelitos o se salía del salón de clases", comenta su madre.

Recuerda que tuvieron problemas para encontrar otro colegio; actualmente llevan en el juzgado 51 una demanda contra la escuela por daño moral. Gran número de casos, indica, se presentan en colegios particulares y aunque han pedido apoyo de la Secretaría de Educación Pública, no ha habido respuesta; estas escuelas, al parecer, actúan de manera autónoma.

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