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México D.F. Domingo 29 de agosto de 2004

Rolando Cordera Campos

Vendaval sin rumbo

el presidente y sus estrategas de imagen han escogido el peor camino para persuadir a la población de que es mucho lo que han hecho. De bote pronto, en respuesta a un "precandidato" que todos saben que se apellida Madrazo, Vicente Fox reclama credulidad y asegura que el esfuerzo ha sido mayúsculo, pero sus datos y cifras son por lo menos discutibles y las percepciones de la mayoría no lo acompañan en su tozudo optimismo.

A la vez, su convocatoria a la lucha republicana contra la impunidad y el desborde populista se troca, apenas emitida, en mensaje sectario que pone en riesgo el precario entendimiento político alcanzado con la transición, mientras amenaza frontalmente a la acosada legitimidad del sistema político erigido sobre las ruinas del PRI-gobierno. La credibilidad de la política es la que pierde todo en este juego absurdo de inventadas defensas del orden legal republicano.

La radio y la televisión nos llenan de cifras y dichos, tan altisonantes y vacuos como los que han dado en emitir los otros poderes de la Unión, supuestamente destinados a convencernos de que ellos hacen las cosas bien, pero su efecto es de saturación y no de disposición al consumo de la oferta simbólica en que se han empeñado los genios de la mediocracia de este infausto principio de milenio. Lo que queda es hastío en diferentes grados de intensidad y la sensación compartida de que los políticos, en genérico, pueden hacer lo que saben pero al final no saben lo que hacen cuando se les confronta con el estado de la nación de que el Presidente dará cuenta el próximo miércoles.

Así están las cosas y no van a cambiar gracias a las destrezas de los brujos del prestigio mediático atrincherados en Los Pinos. Tampoco nos llevará muy lejos el dispositivo de la mercadotecnia asentado en el Senado o la Cámara de Diputados, la Judicatura o la Suprema Corte, porque la demanda real, efectiva podría decirse, no tiene que ver con esa oferta que resume una extraña política del desperdicio.

No vamos pues a ningún lado y mientras la economía se debate entre el estancamiento estabilizador y el deslizamiento mediocre, de nuevo amenazado por las veleidades de la economía estradunidense, la política se despega sin empacho de sus bases sociales y apunta a la configuración de una corte celestial donde todo puede ocurrir, menos el reconocimiento de las enormes carencias reales que en bienes materiales y simbólicos, principalmente de interlocución política, registra la sociedad en su conjunto, incluidas sus minorías satisfechas.

Esta sequía se acentúa con los días y se expresa ahora en bizarros amagos de lucha de clases desde la patronal y el sindicalismo mejor organizado, por falta de mecanismos eficaces de mediación y arbitraje social a los que el Estado parece haber renunciado de una vez, antes de abandonar del todo el escenario. La ceremonia del primero de septiembre se verá asediada por la falta de imaginación política que aqueja a los grupos dirigentes, cuyos respectivos bronx harán de las suyas sin que nadie vaya a conmoverse o reírse, mientras afuera de San Lázaro, virtual o realmente, tratarán de hacerse oír los tambores de guerra social que no presagia nada nuevo ni bueno.

Los patrones, o sus representantes sin representación legítima, han llevado la cuestión social formal al borde del precipicio. Tratar de resolver a su favor el equilibrio histórico logrado a pesar de todo por la Revolución mediante el Seguro Social y otras instituciones de compensación y protección colectiva, es un empeño fútil y se probará pronto una victoria pírrica de la que nadie, mucho menos el Presidente de la República, puede presumir.

Se trata, en el mejor de los casos, de un ajuste autodestructivo que no modifica un solo renglón del estado real de resultados de la institución afectada, pero que sí daña radicalmente la confianza y el conjunto de sus relaciones sociales de las que depende su desempeño fundamental. El Seguro Social, no sobra recordarlo, es sobre todo una organización de servicios cotidianos y no un robot de cálculo actuarial.

Pero más allá de las pequeñeces contables convertidas en hazañas por obra y desgracia de los medios masivos, lo grave es que el referido equilibrio histórico es ya un magno desequilibrio social expresado en una mayoría nacional insegura que sobrevive en la precariedad laboral y la perspectiva trágica de las enfermedades catastróficas que un magro y espectral "seguro" de consolación no puede conjurar. Las fantasías del mercado libre y de la democracia sin compromisos ni contenidos sociales se presentan hoy, rumbo al Informe, como pesadillas recurrentes.

Sin centro, la política duerme un ilusorio sueño de los justos, mientras las familias bien se convencen de que la legalidad está de su parte para dar la batalla final a un populismo de opereta. Vendaval sin rumbo.

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