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México D.F. Domingo 29 de agosto de 2004

Angeles González Gamio

La autonomía universitaria

Este año se cumplen 75 de que se logró la autonomía universitaria tras un prolongado conflicto, durante el ejercicio del rector Antonio Castro Leal. Aprobada por el Congreso, la flamante Ley Orgánica fue liberatoria pero a la vez limitativa, ya que el Estado conservó el control económico, la injerencia en el nombramiento de autoridades y profesores y el derecho de veto para toda resolución del Consejo Universitario, que no fuera acorde con sus intereses.

En 1933 se emitió una nueva Ley Orgánica, que declaró la autonomía plena de la universidad, que sin embargo no fue suficiente, lo que llevó a que en 1942 el rector Brito Foucher se viera obligado a renunciar, como consecuencia de la violencia que él mismo había desatado. Maestros y alumnos se dividieron en dos bandos y el presidente Manuel Avila Camacho promovió que se nombrara como rector provisional a don Alfonso Caso, quien convocó a un Consejo Constituyente, que redactó un proyecto de Ley Orgánica que fue aprobada por el Congreso de la Unión y es la que subsiste.

Este fue un logro trascendente en la vida de la Universidad, que ha padecido inumerables problemas a lo largo de su historia, la que recordaremos apretadamente: el 21 de septiembre de 1551 por real cédula de Carlos V, firmada por el príncipe Felipe, nació la primera universidad del continente americano. Creada para los naturales y los hijos de los españoles, obtuvo del papa Clemente VIII la sanción pontificia y para sus graduados el derecho de enseñar en todo el orbe.

Su primer conflicto grave ocurrió en 1810, cuando el gobierno virreinal pretendió que la Real y Pontificia Universidad usara su influencia contra el movimiento insurgente; ante su reticencia, el virrey Venegas convirtió en cuartel su edificio y dispersó a maestros y alumnos. Las dos siguientes décadas estuvo prácticamente paralizada. Los liberales, que no la veían con buenos ojos por sus antiguas ligas con la Iglesia, buscaban desaparecerla. Aquí se inició una odisea que nos recuerda la canción que popularizó Celia Cruz, que dice en su parte más conocida: "Bernabé le pegó a Burundanga, Burundanga le dio a Bernabé...", y hasta el infinito; vean si no: el presidente Valentín Gómez Farías expidió el decreto de su extinción y creó seis establecimientos educativos, que abarcaban los estudios preparatorios, las ciencias, las humanidades, jurisprudencia y medicina. El polémico Antonio López de Santa Anna, en uno de sus periodos presidenciales la reabrió, pero llegó Ignacio Comonfort y la volvió a extinguir; Zuloaga la revivió, Benito Juárez la cerró, la revivieron los intervencionistas franceses y Maximiliano nuevamente la suprimió, en 1865.

A partir de esa fecha la Universidad no existió jurídicamente, la educación superior estaba regida por la Ley de Instrucción Pública, decretada por Juárez en 1867 y perfeccionada en 1869 con las ideas positivistas que impulsó Gabino Barreda, creador de la Escuela Nacional Preparatoria. Funcionaban como instituciones independientes las escuelas de medicina, ingeniería, derecho y la Academia de San Carlos. Ya desde esa fecha don Justo Sierra proponía la creación de la Universidad Nacional de México, lo que finalmente alcanzó el 22 de septiembre de 1910, "despojada de toda reliquia escolástica, de toda filosofía de rutina".

Desafortunadamente en la búsqueda de alejarse de la universidad pontificia y real, destruyeron el magnífico edificio que la había alojado, ubicado en la plaza de El Volador, en el predio que actualmente ocupa la gran mole de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Algunas de sus partes se preservaron y se encuentran colocadas en sitios disímbolos, como las puertas que adornan el bar del University Club, o la impresionante portada barroca que pertenecía a la capilla y que ahora embellece la fachada del antiguo Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, situado en la calle de San Ildefonso 60. La escalera, que es soberbia, se dice que está embodegada en el que fuera convento de Churubusco.

Si uno de estos días acude a admirar la antigua portada, en el número 40 de la misma vía, se encuentra la representación del gobierno de Tlaxcala, que ocupa una preciosa casa del siglo XVIII, donde por cierto vivió José Martí durante su estancia en México. En su lindo patio tiene un restaurante que ofrece las especialidades de la región. Ahora tiene gusanos de maguey y escamoles. Su sopa Tlaxcala es inmejorable, y de plato fuerte es difícil decidir entre los mixiotes de carnero y el pollo Tocatlán. De postre, se puede deleitar con una espuma de agave o un flan de nopal. Para acompañar la comida tienen un pulque que viene enlatado, del corazón del estado.

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