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México D.F. Domingo 29 de agosto de 2004

Carlos Bonfil

El otro lado del amor

Luces de la ciudad. El otro lado del amor (Il cuore altrove -el corazón en otra parte) se ha convertido en una de las cintas más populares del italiano Pupi Avati, apenas conocido en México a pesar de una filmografía extensa cuyos mejores momentos se ubican en los años 80. Avati ha cultivado géneros diversos, incluido el fantástico, pero su predilección fue y sigue siendo la evocación histórica, ya sea imaginando la adolescencia de Mozart en Nosotros tres -una temporada italiana o elaborando una crónica social de la Italia de Mussolini en Historia de chicos y chicas. En El otro lado del amor la época elegida es los años 20 del siglo pasado, y la ciudad, Bolonia. Los créditos iniciales dan constancia del tono melancólico de la cinta, con imágenes en blanco y negro de la actividad cotidiana de la pequeña ciudad septentrional en vísperas del ascenso fascista. La imagen del rey preside todavía los interiores domésticos de la clase comerciante, y el Vaticano ejerce una influencia poderosa en las costumbres y en la moral pública.

Pupi Avati ha deseado aparentemente rendir en esta cinta un homenaje transparente a Charles Chaplin, y a una de sus películas más entrañables, Luces de la ciudad (City lights, 1931). Quien conozca este melodrama ya clásico, recordará el amor contrariado del vagabundo por la florista ciega, quien luego de recuperar la vista.... Avati imagina una situación similar con un profesor de latín (Neri Marconi), hijo de un sastre del Vaticano (Giancarlo Giannini), orgulloso de haber vestido en su vida a tres papas, deseoso también de que su hijo se case, forme familia y sea un digno sucesor de semejante oficio. El hijo, de 35 años, es poco agraciado físicamente y su baja autoestima lo ha mantenido, hasta esa edad, virgen. Su sobrenombre, Nello, no le ayuda mucho; su verdadero nombre, Lionello, menos todavía. Enamorarse de Angela, una joven invidente (la muy bella Vanesa Incontrada), podría hacer feliz a este erudito latinista, si tan sólo su pasión pudiera ser correspondida, y la ceguera fuera siempre una condición irreversible.

Lo notable en la cinta de Avati es su manera de evitar el naufragio sentimental construyendo personajes siempre convincentes. Nello, el falso tímido, el amante torpe, siempre deslumbrado, ensaya en realidad todas las estrategias posibles para conquistar, o al menos acomodarse en, el corazón de Angela. Las múltiples posibilidades de fracaso lo colocan siempre en una situación de ansiedad que el actor Neri Marconi proyecta de modo impecable, lejos de todo patetismo. Angela, por su parte, derriba el estereotipo de la joven invidente de corazón generoso, para revelarse toda una máquina de cálculo afectivo, cuyas estrategias de dominio son -esas sí- victoriosas. Este juego de poder permite, por encima de lo previsible de la trama y su desenlace, avivar el interés del espectador y desterrar el enternecimiento excesivo. La ironía triunfa sobre la convención sentimental, y el director se muestra notable en escenas humorísticas, casi agridulces. Momentos fellinianos, como el baile ritual en un convento donde hombres maduros, o jóvenes desocupados, aceptan sacar a bailar a mujeres invidentes protegidas por las monjas; la iniciación sexual de Nello en las manos expertas de la bella invidente; las múltiples señales de indiferencia sentimental que prodiga Angela, y que el pretendiente enamorado se empeña en negar, con un empeño de enajenado incorregible. La ceguera de Nello, la lucidez de Angela -ironía definitiva en esta partida singular. Lo que permite a Avati situarse por encima de la producción media italiana, la cual atraviesa momentos difíciles en el imperio Berlusconi, es su apuesta por la elegancia narrativa, su rechazo de la espectacularidad en la evocación histórica, su elección de una banda sonora muy acorde con la melancolía del amor contrariado de Nello, y con las euforias pasajeras que llegan a matizar su tristeza. Una muestra, hoy poco común, de buen cine italiano.

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