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P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 2 de septiembre de 2004

Cincuenta mil personas se manifestaron ante el Congreso contra la política foxista

Manos trabajadoras sacudieron la muralla del pánico gubernamental

Retenes militares y de la PFP dieron la impresión de un estado de sitio en San Lázaro

JAIME AVILES

Cuando Vicente Fox entró en el Palacio Legislativo de San Lázaro, miles de manos coléricas golpearon con la palma la valla de acero que rodeaba el Congreso de la Unión, provocando un ruido emocionante y ensordecedor a lo largo de un kilómetro sobre la avenida Eduardo Molina. Aquello sonaba como los tambores de mil bandas de guerra al unísono. Eran las manos trabajadoras del pueblo sacudiendo la muralla del pánico gubernamental que la Policía Federal Preventiva y el Ejército colocaron, paradójicamente, en torno del máximo símbolo de nuestra democracia.

muralla_pfp_9Desde la madrugada, las 36 calles y avenidas del primer cuadro de la ciudad presentaban el aspecto inequívoco de un estado de sitio: destacamentos de federales preventivos, de gris, retenes militares con soldados vestidos de negro, agentes del Estado Mayor Presidencial en traje civil fisgando recelosos, o más bien ofreciendo un espectáculo de temor y desconfianza arrancado del arcón de los peores recuerdos.

Cerradas todas las clínicas del Instituto Mexicano del Seguro Social y todas las sucursales de Luz y Fuerza del Centro a lo ancho del valle de México, el Zócalo era intransitable a menos que los peatones tuvieran salvoconducto. Pero ante tal exhibición de pavor, más de 50 mil personas se congregaron ante el Congreso, a partir de las tres de la tarde, para sitiar al gabinetazo, a los senadores y diputados del PRI y del PAN y, sobre todo, al Presidente que las había sitiado.

Con sus característicos altavoces que por momentos ululaban como sirenas de ambulancia, los coordinadores de los grupos sindicales del IMSS transmitieron fragmentos iniciales del "desinforme" foxista, apoyando sus micrófonos abiertos sobre la bocina de sus radios portátiles, y cada vez que el titular del Ejecutivo pronunciaba una frase rimbombante, los improvisados locutores aprovechaban la consiguiente pausa para deslizar comentarios mordaces que la gente, a coro, remataba así: "¡Uno! ¡Dos! ¡Que chingue a su madre Fox!"

O así:"Guantutrí, que chingue a su madre el PRI". O así: "Trituguán, que chingue a su madre el PAN".

Estaba furiosa la gente. Y cuando se cansaba de maldecir al Presidente y a los partidos políticos que destruyeron el contrato colectivo del Seguro Social, en una maniobra legislativa que será impugnada ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los insultos iban contra la madre de Santiago Levy, a quien muchos carteles reprochaban su escandaloso sueldo de 250 mil pesos mensuales, bofetada en el rostro de quienes perciben 7 mil como médicos o 3 mil como enfermeras.

Allí estaban solidarios, con sus gabardinas amarillas contra la lluvia que a media tarde chispeó apenas, los numerosos miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas, que hicieron un mitin por su parte frente a la explanada de la delegación Venustiano Carranza. Había contingentes, en menor proporción, de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y del Frente Popular Francisco Villa, así como de los derechohabientes, no menos ofendidos.

Pero la novedad arquitectónica del día era la valla gris, recurso extremo de una Presidencia de la República palpablemente hueca, vacía, agotada, que termina canjeando las banderas del cambio democrático por este cinturón sanitario de acero, tras el cual miles de elementos de la Federal Preventiva permanecían disfrazados de Rambo con escudos y caretas de plexiglás, toletes de palofierro y granadas de gas lacrimógeno que arrojarían, al final de la fiesta, en el colmo de la desesperación.

Un ataúd de Irapuato

La valla, dicho está, corría a lo largo de Eduardo Molina, pero reaparecía, más allá de la colonia 10 de Mayo, en el cruce de la avenida Congreso de la Unión y la calle San Antonio Tomatlán. Luego volvía a mostrarse alrededor del mercado de La Candelaria en las calles de Emiliano Zapata, Corregidora y otras más en un perímetro de 4 kilómetros que estaban vacías. Los sindicalistas se habían concentrado en la avenida Molina, pero como los rumores preveían que Fox podría entrar por la esquina de Congreso y Tomatlán, allá también fueron a montar guardia.

Bajo el puente del Metro elevado y ante una discreta dotación de federales preventivos de a pie y de a caballo, el Frente Francisco Villa estacionó una camioneta de sonido -llena de tortas, como se vería después- y colgó cuatro altos retratos, a saber: de Carlos Marx, Federico Engels, Lenin y (¡ay nanita!) José Stalin. Pronto fueron reforzados por un grupo de mujeres y niños de la CUT, tras los cuales llegaron 20 muchachos del FPR, con sus banderas rojas de hoz y martillo, y sus mochilas repletas de piedras, palomas y cohetones que no tardaron en usar.

Tal como hicieron el 28 de mayo en Guadalajara, cuando provocaron la represión de los gorilas del gobernador panista y yunquista, Francisco Ramírez Acuña, y el encarcelamiento de más de cien jóvenes inocentes, de los cuales 19 siguen presos, aquí también, con trapos en la cara y sudaderas de capucha comenzaron a lanzar, en el orden acostumbrado, primero botellas de plástico, después las piedras que ellos mismos cargaban y por último verdaderas rocas que extraían al seccionar pedazos de banqueta.

Durante cinco minutos -eran las 17:10 horas- hicieron llover sus proyectiles sobre los uniformados, que esquivaban los golpes en sus monturas. Pero entonces intervino Gregorio Miranda, responsable del grupo de señoras y niños de la CUT, y les dijo estas palabras: "¡No vengan a montarse en este acto! ¡Traigan su propio contingente, no se monten en éste! ¡Nuestra lucha es pacífica y no vamos a permitir que nos desorganicen!" Y como los del FPR se le estaban poniendo al brinco, desde el equipo de sonido un orador del Francisco Villa los aplacó señalando: "no será con la guerra entre nosotros mismos como vamos a derrotar al gobierno".

Al ver que las mujeres de la CUT iban hasta la otra esquina dejándolos solos frente a la valla y los antimotines, los del FPR cesaron las hostilidades. A cinco calles de allí, de espaldas a la muralla de Eduardo Molina, había una escena surrealista: un ataúd gris, pero de verdad, un auténtico producto de funeraria, flaqueado por dos bases de cirios (sin cirios) y adornado con un letrero que me recordó el humor de la pequeña burguesía de mi infancia: "IMSS, Importa Madre Su Salud". Alrededor del sarcófago había más de una docena de ancianos de uno y otro sexos, adustos y silenciosos en sillas de tijera, exhibiendo carteles como éste: "¿Gobierno humanista en Guanajuato? ¡No! Gobierno del garrote".

Eran todos vecinos de Irapuato, encabezados por Maricarmen Mendiola, quien explicó que eran todos derechohabientes del IMSS. Venían a México a recordarle a Fox que, en 1998, hicieron un plantón frente a la clínica T-1 del Seguro Social, en protesta por el pésimo servicio que había llevado a la muerte a varios de sus familiares. Y no olvidaban que una noche fueron "atacados a puñaladas" por una pandilla de golpeadores que "le cortaron la mano" a un señor. Fox era el gobernador del estado y nunca, afirmó la señora Mendiola, "nunca los castigó ni nos hizo justicia. Por eso estamos aquí".

Se rompe la valla

Después de una prolongada espera de las tres a las siete de la noche, los manifestantes supieron que a las 19:09 horas, en un camioncito blanco, estaba llegando Fox al Congreso. Y fue allí cuando miles de manos aporrearon la valla durante diez minutos, creando una tensión que no iba sino a incrementarse una hora más tarde.

Atentos a las interpelaciones que recibía el Presidente en la tribuna, los sindicalistas del IMSS reseñaban las principales desde su potente cabina de sonido local. A las 19:55 horas dijeron: "Compañeros y compañeras, en estos momentos los diputados del PRD están gritando: '¡Seguro Social, patrimonio nacional!' ¡Un aplauso para ellos!" Y todos batieron las palmas repitiendo con los legisladores de adentro: "¡Seguro Social, patrimonio nacional!", pero también "¡ni un voto al PRIAN, ni un voto al PRIAN!"

Y de repente, por sorpresa, los muchachos del FPR lograron derribar dos secciones de la valla, lo que suscitó la reacción de los antimotines detrás de la misma. Estos mandaron traer refuerzos y rejas metálicas, que trenzaron con la geometría de la tridilosa inventada por Heberto Castillo, es decir, en triángulos, mientras dos docenas de escudos taponaban el agujero recién abierto.

Desde las bocinas de los sindicalistas del IMSS brotaron urgentes llamados a la calma y de rechazo a los provocadores, pero éstos incrementaron la violencia bombardeando con piedras y cohetones a los uniformados. Las explosiones y las nubes de humo comenzaban a multiplicarse detrás de la valla, al igual que los exhortos a la calma.

Al ver que las cámaras de la televisión y la prensa disparaban sus luces y flashes sobre la escena, los del sindicato del IMSS se desgañitaron repitiendo que no eran ellos los culpables del desorden. "Compañeros, nuestra lucha es pacífica. ¡Retírense de la valla, retírense o los medios van a decir que somos nosotros, ya saben cómo nos traen de por sí!"

Después de 25 minutos de cohetones y forcejeos a cargo del FPR -que entre sus filas comenzaban a reprocharse el uso de la pólvora, según oyó este cronista, "por compas que andan borrachos"-, la Federal Preventiva respondió con gases lacrimógenos, mientras las bocinas del sindicato del IMSS acusaban al gobierno federal de "mandar provocadores para reprimir al pueblo", al tiempo que una señora de triste mandil, charola en mano, pregonaba sin parar: "hay tortas, joven, hay tortas".

Pasando de las palabras a los hechos, un piquete de fornidos sindicalistas se abalanzó contra los provocadores, situándose ante el boquete de la valla para alejarlos, cosa que enardeció a muchos trabajadores del IMSS, que se fueron encima de los encapuchados. Las bocinas ordenaban: "¡Encapsulémoslos!" (sic). Todo terminó a las 20:35 horas, cuando los pocos sindicalistas que quedaban cantaron el Himno Nacional. Y las bocinas se apagaron antes de recordar, por millonésima vez: "Esto es el principio de la lucha, compañeros. ¡Organícense!"

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