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México D.F. Jueves 2 de septiembre de 2004

Olga Harmony

Tema y variación

Quizás se debieran publicar juntas las obras de Héctor Mendoza que juegan con el tiempo y el espacio, a partir de la teoría de W. Heisenberg de la incertidumbre, la cual, para legos como yo, se puede resumir en la imposibilidad de determinar al mismo tiempo la posición y el momento de una partícula. La teoría cuántica del físico alemán propone en teatro -y ya hay varios ejemplos de ello- la posible existencia de mundos paralelos, de eternos retornos en el tiempo. Mendoza ha elaborado una serie de textos, De la naturaleza de los espíritus, La caída de un alfiler, Amacalone -para mí el más importante- y ahora esta Tema y variaciones que recoge algunas líneas ya propuestas por el autor en las obras antes mencionadas, amén de innovaciones que dan muchas vueltas de tuerca. Se pueden rastrear las historias paralelas de los dos Salvador en Amacalone, al mismo tiempo que se recuerda al dramaturgo de La caída de un alfiler que va escribiendo con antelación lo que después va a suceder, tal como lo hace Uriel, aunque los propósitos sean diferentes. Por ello, tener juntos estos textos permitirían una especie de mapeo de las interrelaciones entre ellos que descubriría con mayor eficacia la tesis del dramaturgo.

Leonor Azcárate tiene un interesante texto (que después le sería miserablemente plagiado para una obra comercial de gran éxito) con el tema que Héctor Mendoza, quien sin duda no lo conoce, propuso a sus alumnos y que es el germen de este Tema cuya variación va mucho más allá. En un principio, el que respecta al tema, Paloma está casada con Emilio, cuyo sosias, Eliseo, da lugar a grandes confusiones, muy vaudevillescas, y muy chistoso el lamento final de la reprimida esposa. En la variación Eliseo está casado con Fátima, que insiste en que Uriel fue su primer marido y el padre del hijo al que disputa la custodia. Uriel no conoce a Fátima y no sabe de qué le están hablando, al igual que su amigo Sergio, quien también es confundido por Eliseo. Se presentan escenas que sólo son cómicas en apariencia, como es que ambos amigos asumen la personalidad virtual que se les concede en esa otra realidad, con lo que se resume la posibilidad de que esa otra realidad exista por algunos segundos.

Ya Pierre Teilhard de Chardin había escrito: ''Cada elemento del Cosmos está positivamente enlazado con los demás. Es imposible fragmentar dicha red, aislar parte de la misma, sin que todos los bordes se rasguen y deshilachen''. Pero Mendoza -al fin y al cabo todos le dicen ''el maestro"- no deja de reflexionar teatralmente. El hecho de que tanto el escritor Uriel como su amigo Sergio sean tomados indistintamente por ese Rodríguez que estuvo casado con Fátima, es comparable con la situación dramática que, según el autor, es la que hace al personaje y no el personaje a la situación. Todas las variaciones tienen un final inesperado que viene a ser un nuevo giro del tema.

Rodrigo Mendoza dirige con buen ritmo a sus actores, los tres varones -Hernán Mendoza, José Carlos Rodríguez y Fernando Escalona- en verdad muy buenos y con experiencia, mientras que Gabriela de la Garza está formalmente bien como Fátima, pero exagera su llanto para hacer reír al público en una escena que ya es de por sí graciosa -como todas las situaciones de equívocos- y no requiere de sobreactuaciones. El director tiene muy buenos momentos, incluido el de la violencia física, pero se tropieza, a mi ver, con una falla, que es la escenografía de Carolina Jiménez, en principio atractiva en su simplicidad, pero que está apenas sugerida, cuando debería ser muy realista dada la índole de las escenas que en ella se suceden.

En todo caso la culpa de ello es sobre todo del director, en cuyo trazo se contempla que los personajes que acuden a la pequeña sala, entren a escena, se pongan de espaldas y luego toquen un timbre, inexistente pero que se oye (y se agradece que quien acuda a abrir no haga un juego de mima con llaves y cerraduras invisibles).

Explico mi reparo. Se está hablando de dos realidades paralelas, por lo que no habría razón para introducir una tercera realidad, que es la del teatro con momentos como los enunciados y que casi son un efecto de distanciamiento. Es verdad que en Amacalone no había un bosque realista, pero todo en esa obra está planteado en un plano de irrealidad en la no vida de los personajes. Aquí se habla de realidades existentes, aunque resulten paralelas.

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