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E S P E C T A C U L O S
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México D.F. Lunes 6 de septiembre de 2004

El arrebatado público hizo regresar al grupo británico cuatro veces al escenario

Insuficientes, tres horas y media de The Cure para sus fanáticos

El concierto, en el Palacio de los Deportes, fue del amor a la tristeza; de la intensidad oscura, a la pasión y melancolía Boys don't cry y Lost, entre muchas otras, sonaron enormes

PATRICIA PEÑALOZA ESPECIAL

Tres horas y media de clásicos alebrestados, densos o melancólicos, no le bastaron a un arrebatado público que la noche del sábado hizo regresar cuatro veces a The Cure al escenario, y que al final, tras escuchar Boys don't cry, pedía más, mientras el líder de este grupo británico, Robert Smith, atónito y conmovido, no retiraba su mano del pecho haciendo una reverencia casi imperceptible con la cabeza. Como dijera horas antes: "Creo que pudimos haber venido a tocar un mes y todo habría estado lleno; es más, podríamos venirnos a vivir acá".

the_cure_09Sábado y domingo (seguro también hoy por la noche), The Cure demostró su capacidad para abarcar una amplia gama de sentimientos y estilos, concentrados en un sonido único de guitarras contenidas, bajeos intensos y paisajes en espiral, cuyo eje emocional va del amor a la tristeza, el juego surreal, la intensidad oscura, la pasión, y siempre, siempre, la melancolía; todo ello matizado por un gran sentido pop, accesible a todos los gustos. Así, mientras se esperaba ver atiborrado de darkies, o de réplicas de Robert Smith, sorprendió que la mayoría de su público es gente de oído ecléctico, sin tendencia marcada en su aspecto.

A las 20:20 horas, la aguda y lastimosa, pero sensible y emblemática voz de Smith rompió el silencio en el Palacio de los Deportes: I can't find myself... ("no me encuentro"), rezó la abridora Lost, primera del The Cure (2004); no sabía lo bien que se iría encontrando conforme avanzara. Dos temas espesos, Plainsong y Labyrinth, plenos de efectos osciladores en guitarras, irían calentando.

"Muchas gracias", dijo en español el cantautor de los pelos alborotados, mientras los alaridos se hacían uno al recibir Fascination street, de uno de sus discos más conocidos, Disintegration (1989). En pantalla, imágenes sicodélicas fueron proyectadas: un gran ojo, fuego, olas de mar, un bosque, flores, según tono y ánimo; a veces, sólo las luces sugerirían el talante de cada tema.

Con buena sonorización, a pesar de la fama rebotadora del recinto, Fteotdgsea, raro tema de gran factura, se unió a Disintegration y A night like this, muy para fans, del Head on the door (1986). Los gritos volvieron con el sencillo actual, The end of the world. El primer bloque de locura vino con las famosas Lovesong, In between days y la apoteósica Just like heaven. Lágrimas corrieron. Tras tener al público en la bolsa, vino el bloque más denso, para poner a prueba paciencia y fanatismo, como si Smith dijera sin complacencia: "Ahí les van las poco populares que a mí me gustan, y se aguantan". Así, tocaron temas extensos como Siamese twins; luminosos como los recientes Before three y alt.end; o la explosión oscura de A hundred years, de uno de sus mejores álbumes, Pornography (1982), que sonó actual, potente y sórdida. Los villamelones se aburrían; los fans se extasiaban. Atmósferas cargadas con The promise, de 10 minutos, y gran ovación. El amor en The Cure no suena romántico, sino gozosamente desesperanzado. Por algo dijo anteayer: "Canto sobre el dolor de sentirse solo y pensar que no hay vida tras la muerte; aunque siempre he hecho lo que he querido, no logro estar en paz con mi mortalidad".

Primer encore con las vigorosas 39 y Bloodflowers. Unos dicen: "Suenan idéntico que hace 15 años, no evolucionan"; otros aducen que de eso se trata, de ser fieles a un sonido propio, atemporal. Pero muchos piensan que suenan tan bien en vivo, que no importa si evolucionan o no, pues ellos inventaron ese sonido, es suyo; son casi un género en sí mismos y tienen derecho a tocarlo sin temor a sonar viejos.

Smith casi no se mueve, ya sea con guitarra acústica, eléctrica, o sin ella; su actitud es adusta, autista; habla sólo para decir "thank you" o "gracias". Su cuerpo pesado de 45 años contrasta con su agilidad de antaño; aunque horas antes habría dicho que si no ha sucumbido a las drogas es porque posee una constitución física sólida: "Aunque tampoco me he quedado sin experimentar... y bueno, no considero a la mariguana una droga". Acaso y sea ésta la que lo aletarga un poco. Aun así, asombra su impecable voz, más poderosa que en grabación; contrastan su timidez y su voz casi inaudible al hablar, con lo enérgico y entregado en alma, en escena.

Segundo encore para mega-fans, con temas del 17 seconds (1980): M, Play for today y A forest, que sonó a lo de moda... ¡pero es la original! Veinte mil pares de manos palmearon la cadencia del bajo, en manos de Simon Gallup, el segundo músico más añejo (desde 1980), quien más se mueve. Los recientes Perry Bamonte en guitarra y Jason Cooper en percusiones, cumplieron con energía; el tecladista Roger O'Donnell, desde 1989, hizo honor a su veteranía.

Vino el encore más alegre; el público se viene con Close to me, Lovecats y Why can I be you?, con tecladito ochentero que sí sonó anticuado, indultado por rememorar buenos tiempos. El mejor bloque fue el del cuarto encore, en que parecieron decir: "A ver, chamacos, ésta es la raíz de todo eso que hoy alaban en grupitos advenedizos": su post-punk primigenio sonó enorme, fresco, entregado; cobraron forma las palabras de Smith, horas antes: "Sigo teniendo la misma pasión por la música que cuando tenía 15 años".

De su primer disco, Three imaginary boys (1979), tocaron la de mismo nombre, Fire in Cairo y Grinding Halt (¡grandiosa!). La audiencia se descosió con 10:15 Saturday night y "murió" con Boys don't cry, escrita por Smith a los 20 años; la gente la cantó de inicio a fin y este chico... sí pareció querer llorar. 23 horas; es el final, y la gente pide más. La crítica internacional que vaticinaba pereza, no conocía al público mexicano. En reciprocidad, Robert Smith demostró ser todo un Lovecat de felina y enamorada voz, capaz de hacer emerger una vida nueva cada tema, cada disco, cada presentación.

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