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México D.F. Domingo 19 de septiembre de 2004

Carlos Bonfil

La mala educación

Una religiosa es violada por varios delincuentes, y con el tiempo se convierte en una cantante famosa que ya no cree en el amor; cuando muchos años después encuentra al hombre de su vida, éste resulta ser el marido de la hija producto de aquella violación. Esa mujer, melodrama delirante de Mario Camus (1969), interpretado por Sara Montiel, es referente visual en una de las mejores escenas de La mala educación de Pedro Almodóvar, y marca un segundo retorno (el primero fue Carne trémula) a esa época franquista que alguna vez el director manchego había decidido ignorar para siempre.

Su nueva cinta es posiblemente la más autobiográfica y laberíntica de todas. Las primeras escenas transcurren en Madrid, en 1980, el mismo año en que el director inicia su carrera con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, y describen la vida de la cantante travesti Zahara (Gael García Bernal); luego habrá un salto regresivo hasta 1964, para evocar la educación sentimental de dos alumnos en un colegio religioso, la iniciación sexual de uno de ellos a cargo de un sacerdote (Daniel Giménez Cacho), el cortejo amoroso entre los dos chicos en una sala de cine cuando se masturban mutuamente frente a la pantalla que proyecta Esa mujer, y finalmente su separación, decidida por el padre Manolo, y su reencuentro inquietante, dieciséis años después, cuando uno de ellos se ha convertido en director de cine (Fele Martínez), y el otro en actor (nuevamente García Bernal). La historia se vuelve más compleja aún, y en poco tiempo los personajes se habrán desdoblado y adoptado personalidades nuevas, habrá un nuevo salto temporal, esta vez a 1997, y luego de revelaciones e imposturas inesperadas, dará inicio el rodaje de La visita, a partir del guión que escribe el actor y que relata la experiencia infantil compartida.

Con su elaboradísima estructura narrativa, que coloca en abismo al relato y a sus protagonistas, siendo el primero reflejo de otra narración en la película que describe la filmación de otra cinta, y los segundos, versiones magnificadas o envilecidas de otros seres de ficción a su vez engañosos, La mala educación es una película redonda y muy controlada. Almodóvar se ha rodeado de un equipo estupendo que incluye a un director musical, más hitchcockiano que nunca, Alberto Iglesias, y a un camarógrafo, José Luis Alcaine, que entiende e interpreta acertadamente las obsesiones visuales del realizador, su gusto por los contrastes y combinación de colores vivos, las sobreimpresiones de los rostros, en donde una época se disuelve en otra, hasta el punto de partir en dos la pantalla desde un hilo de sangre en la cara de un niño mancillado. Hay un gran refinamiento en la dirección artística y cuidado de los detalles en esta novedosa incursión en un cine de época. Desde La ley del deseo (1987), Almodóvar no había hecho del deseo homosexual el centro de una narración suya, como tampoco desde Entre tinieblas (1983), había tenido tal presencia el mundo religioso en el que transcurrió su propia infancia. La mala educación es recuento autobiográfico y también itinerario por las mitologías fílmicas de los años 60, una época de represiones y deseos soterrados, pródiga en melodramas y culebrones cupleteros, y niños perfectos como Pablito Calvo o Joselito. El propio guión de La visita se desprende de un relato breve que escribió Almodóvar al inicio de su carrera y que tardó 25 años y 14 cintas para finalmente aparecer en esta última. El juego de espejos no termina nunca en el cine del manchego, reflejos del cine hollywoodense (La malvada/All about Eve, 1950) en la espiral de oportunismo y perversión que conduce al crimen; reflejos de la relación director/comediante presente en el relato, y que según tantos rumores habría sido también difícil entre García Bernal y Almodóvar, y finalmente una aguda recuperación de las tramas truculentas del cine franquista, para ponerlas de cabeza en un relato perturbador que alude a la corrupción moral eclesiástica, a la impunidad del abuso sexual (Dios, el gran Testigo, "está también de nuestra parte"), y a la descripción franca del deseo homosexual. Gael García Bernal interpreta a cuatro personajes (Ignacio, Juan, Angel, Zahara) en su faena histriónica más compleja hasta la fecha, y del reto mayúsculo no siempre sale bien librado. Sin carisma suficiente para encarnar al ángel de perversidad y cálculo que exige su faceta central, queda una presencia atractiva, de desempeño muy decoroso, por debajo sin embargo de su personaje extraordinario. Giménez Cacho, en cambio, sí consigue las dosis requeridas de mezquindad e hipocresía lastimera. En La mala educación, Almodóvar demuestra una vez más su talento para renovar sus registros narrativos, reinterpretar y subvertir las mitologías populares, y darle al cine español del nuevo siglo uno de sus mejores cauces.

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