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México D.F. Domingo 26 de septiembre de 2004

Rolando Cordera Campos

Feliz no presupuesto: los bonos de la ilusión

Los datos agregados de la evolución económica y los que nos presentó el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2005 sólo confirman una cosa: México no puede abandonar la trayectoria de crecimiento mediocre en la que entró desde los años 80; no puede y, al parecer, el gobierno y sus aliados en la conducción económica en Hacienda y Banxico tampoco quieren.

Cifras de más o de menos, cálculos tremendistas sobre empleo y desempleo o apreciaciones sensatas sobre este pantano social que algunos llaman todavía ocupación, el resultado global se impone sin concesiones: cuando los hay, los empleos son precarios, inseguros, mal pagados y, por tanto, los ingresos de la mayoría de los mexicanos ocupados no rebasan los cuatro salarios mínimos. Con esto, no hay Oportunidades y otros linimentos del gasto social benefactor que alivien el dolor individual, familiar y colectivo, del 60 o 70 por ciento de la población nacional. Tampoco hay visos de que lo mejor que tiene el país, su población joven, vaya a constituirse pronto en la gran fuerza de futuro para el México de la segunda mitad del siglo xxi, cuando la población se vuelva vieja.

Abordar de esta manera nuestra situación actual no es amable pero es obligado para empezar a delinear las grandes decisiones que deben tomarse una vez que ocurra el cambio presidencial. Suponer que entre hoy y esa fecha no va a ocurrir nada traumático puede ser hipótesis heroica, típica de economistas, pero es útil para empezar un ejercicio de cuenta de daños y, sobre todo, de cuentas pendientes.

No parece haber en el horizonte posibilidades de retomar pronto el ritmo de crecimiento histórico de México. A diferencia de los años dorados que empezaron a terminar en la década de los 70, hoy no tiene la economía una presión demográfica básica, porque la tasa de crecimiento de la población ha disminuido sostenidamente en los últimos 30 años. Esto, sin embargo, en realidad es una ilusión de óptica, porque los grupos que más crecen son los que tienen edad y necesidad de trabajar, y que hoy no encuentran empleo formal, bajo contrato y con remuneraciones dignas y con expectativas de aumentar. La mayor parte de estos egresados de la bomba demográfica de los 70, además, no tienen acceso a la educación superior y apenas se han asomado a los últimos años de la secundaria.

El trabajo para los que tienen educación media superior y superior escasea, y los desempleados de esas categorías parecen haber alcanzado el primer lugar en esta estadística del miedo. Para estos trabajadores, la reducción de la tasa demográfica puede ser un alivio si se encuentran bajo el manto protector de la reproducción elegida y bien dirigida y si, además, sus mujeres trabajan y obtienen ingresos. De no ser este el caso, y es probable que para muchos no lo sea o lo sea precariamente, lo que se tiene es una reproducción ampliada de la pobreza urbana, donde los jóvenes se concentran y, no tan en el extremo, una recaída de sus familias en los viejos patrones reproductivos y de explotación de los niños, aunada a las nuevas tendencias de revulsión de las estructuras familiares, lo que suele resultar en un empobrecimiento adicional de las mujeres jefas de casa y de los niños sin protección ni salario paterno que los sostenga.

No se trata, por desgracia, de excepciones sociales o de resabios de la antigua demografía, sino de panoramas desoladores que aquejan a millones de ciudadanos. Aquí, el bono demográfico se vuelve abultado pagaré democrático, que puede convertirse en poco tiempo en deuda impagable tan sólo por el deterioro personal y colectivo de destrezas y capacidades no desplegadas.

Nos queda el bono migratorio que se traduce en más de 15 mil millones de dólares este año, por concepto de remesas de mexicanos que trabajan en el exterior. Habría que hablar aquí más bien de un bono peregrino, porque lo que revela no es sólo que el país no puede ofrecer trabajo y esperanza a sus jóvenes más audaces y valientes, sino sobre todo que por paradójico que parezca México contribuye con una porción significativa de su esfuerzo al enriquecimiento del país huésped, mientras sus reservas de ingenio y disposición al riesgo se merman año con año. Ante esto, el voto a los mexicanos que viven y laboran alimenta otra ilusión, pero en la futura desintegración de México.

Con el no presupuesto del vicepresidente Gil, todos estos panoramas de desaliento parecen querer volverse políticas de Estado. Esperemos que no pasen de ser pliegos de mortaja.

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