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México D.F. Domingo 26 de septiembre de 2004

Angeles González Gamio

Bellas Artes, de estreno

Uno de los símbolos de la ciudad de México es el majestuoso Palacio de Bellas Artes, que el miércoles próximo cumple 70 años de haber sido inaugurado por el presidente Abelardo Rodríguez. Su historia fue azarosa, ya que en realidad cumple 100 años de que se inició su construcción, la cual fue interrumpida por la Revolución.

El proyecto original, que diseñó el arquitecto italiano Adamo Boari, era como un gran invernadero, cuyos planos nos muestra Xavier Guzmán Urbiola, director de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico e Inmuebles del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), custodio del recinto, que, como el mejor regalo de cumpleaños, ha emprendido una ambiciosa obra de conservación y mantenimiento, que garantiza la belleza y funcionalidad del palacio por otros 70 años.

Es fascinante conocer los antiguos y bellos planos, de grandes dimensiones, dibujados sobre fina tela de lino, que enseñan el inmenso espacio con las formas actuales en el exterior y con las cúpulas recubiertas de cristales traslúcidos que permitían el paso de la luz que tenía fascinado al italiano, así como la rica flora que colgaba en profusión de distintos niveles. Logró concluir el exterior, y en 1916 el proyecto se suspendió, retomándose hasta la década de los treinta, cuando Alberto J. Pani y Federico Mariscal modificaron el proyecto, que contemplaba un inmenso vestíbulo que daba paso a la sala de espectáculos y a una sala de fiestas, que seguramente pensaban utilizar con frecuencia Porfirio Díaz y su esposa Carmelita. El arquitecto Mariscal decidió conservar la estructura metálica de las cúpulas pero cubrirlas con lozas de concreto planas unidas por "juntas frías", una tecnología novedosa para la época, en que se pensaba que el concreto era la panacea, lo cual ha desmentido el paso del tiempo. Sobre éstas se colocaron lozas de prismáticos, cerámica y metal.

Al paso de los años surgieron múltiples filtraciones y se le fueron haciendo arreglos y parches, metiéndoles pastas y resinas diversas. Con acertada decisión, las actuales autoridades del INBA decidieron realizar una obra a fondo. Consiguieron el apoyo del World Monument Fund, que aportó 400 mil dólares, y con eso se lanzaron a una obra magna, ya que comenzaron por desvestir totalmente la cúpula, previo levantamiento del degradado de los colores del bello mosaico, que abarca toda una gama de tonos que incluye oro y plata. Se mandaron hacer 33 mil piezas con la misma técnica y material que las originales. A cada gajo se le puso malla metálica y concreto moderno y se impermeabilizó. Encima se colocaron los flamantes mosaicos y al casquete de prismáticos también se le aplicó impermeabilizante y se selló con una resina, al igual que las nervaduras de cobre; para rigidizarlas se recubrieron con una espuma de poliuretano.

El grupo escultórico, de cobre hueco, que realizó el húngaro Geza Marotti a principios del siglo XX, para el proyecto de Boari, tenía en su interior nidos de palomas y su consecuente alimento digerido, inclusive tenía tres balazos. Se limpio y selló todo por el exterior. Se restauró la lámpara de ónix y el interior se recubrió de una fina capa de yeso. Se abrieron seis ventanas para que la cúpula respire, que no afectan la vista, ya que quedan escondidas.

El monumental exterior, de albo mármol de Carrara, se limpió, recuperando su lustre; en el interior se amplió el foso para la orquesta, se arreglaron las butacas, se rebarnizaron los pisos y remozaron los baños, se sustituyeron piezas de los mármoles del vestíbulo. Resulta increíble que todo se hizo sin cerrar nunca el recinto, que es parte importante de la vida de muchos capitalinos.

Una felicitación al director del INBA, el poeta Saúl Juárez, y al director de Arquitectura, Xavier Guzmán, quien encabezó al magnífico equipo que llevó a cabo las obras, asesorado por un grupo de expertos: Juan Urquiaga, quien, entre otras cosas, rediseñó el tapete de mármol; Ricardo Prado, Luis Torres, José López Quintero, Salvador Avila y Norma Laguna.

Es imperativo ir a dar un vistazo, que garantizamos que lo va a deslumbrar en todos los sentidos: por la belleza y el colorido de los destellos amarillos, naranjas, plateados, dorados y cobrizos de la soberbia cúpula, y los reflejos del mármol finamente pulido, en las formas ondulantes del exterior de nuestro máximo centro de las artes, del que falta mucho, mucho por contar.

Para disfrutar el interior nada mejor que una mesa con vista al vestíbulo en el agradable restaurante, para poder vislumbrar uno de los murales de Rufino Tamayo, mientras brinda con un martini muy bien preparado, que disponga el paladar para un chile en nogada, orgullo de la casa en esta temporada.

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