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P O L I T I C A
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México D.F. Viernes 8 de octubre de 2004

Jorge Camil

Debates

El encuentro del 30 de septiembre pasado puede ser calificado de diferentes maneras, pero jamás como un auténtico debate presidencial. Asesores, abogados y especialistas en relaciones públicas discutieron por semanas las reglas del juego, habiendo discurrido que los candidatos no podrían acercarse al rival, deambular por el estrado, lanzar preguntas directas al contrario, ni ser "tomados" por las cámaras durante las alocuciones del oponente. En síntesis, nada que mostrara intercambio o enfrentamiento; nada que delatara que los contendientes tenían sangre en las venas. Increíble: el convenio de 32 páginas, suscrito por los directores de campaña, establecía inclusive las medidas exactas de los atriles y la temperatura ambiente que debía prevalecer en la sala. Que nadie se despeinara o apareciera mal afeitado o haciendo muecas de disgusto; que ningún candidato expulsara el sudor al que hoy, 40 años después, analistas políticos e historiadores aún atribuyen el hundimiento de la candidatura de Richard Nixon durante el debate con John Kennedy. Se buscaba una presentación aséptica de las posturas, donde los miles de iraquíes muertos ("daño colateral", en la jerga castrense) no aparecieran en escena: que los iraquíes se ocupen de sus muertos, mientras nosotros, los paladines que desatamos la guerra de "liberación", cubrimos los ataúdes de nuestros héroes con la bandera de las barras y las estrellas, y confortamos a familiares y amigos con medallas y discursos destinados a honrar a quienes murieron en Fallujah, Basora, Mosul o Bagdad, combatiendo el fantasma del terrorismo y "protegiendo" el territorio nacional o, si se quiere ser más directo, cuidando los intereses de Halliburton.

John Kerry, preppie de impecable educación bostoniana, hizo honor con sus buenos modales a los tiempos de campeón de oratoria en Yale (donde las reglas son igualmente estrictas para normar debates entre estudiantes de las escuelas Ivy League). Fiel a sus comedidas intervenciones en el Senado, contestó en forma clara y sucinta las preguntas del moderador y se sujetó al tiempo permitido. Bush, como siempre, sin nada importante que decir, recurrió a los clichés de los últimos cuatro años: "más de lo mismo", acusó Kerry. Con cara de vinagre, visiblemente ofendido por los comentarios del demócrata, contestó las preguntas como loro entrenado que espetaba mecánicamente la cantinela de siempre: "terrorismo, 11 de septiembre, libertad, democracia, guerra preventiva".

En esa forma el "debate", que las reglas del juego habían destinado a temas de política internacional y seguridad nacional, se desvió hacia el lodazal de Irak: Ƒpor qué fuimos?, Ƒpor qué seguimos ahí?, Ƒcuándo regresamos a casa? Nadie parece tener respuestas. Con su silencio, Bush aceptó que la invasión ha costado más de mil vidas y 200 mil millones de dólares desviados de los programas de educación y otras prioridades sociales. El presidente tampoco supo contestar por qué, durante la toma de Bagdad, las fuerzas de ocupación resguardaron celosamente los pozos petroleros y el Ministerio de Energía, a la vez que permitían el saqueo del patrimonio cultural iraquí. Colin Powell no se equivocó cuando advirtió al presidente que invadir países implica el mismo riesgo de entrar a una cristalería: "Si lo rompes, lo compras". Así que hoy, aun optimistas como Kerry reconocen que tendrán que permanecer en Irak por lo menos cuatro años más para reconstruir la infraestructura y evitar una guerra civil.

Al final, las encuestas concedieron la victoria a Kerry, y con eso eliminaron la ventaja obtenida por Bush después de la Convención Republicana. El martes pasado los debates volvieron a la televisión. Esta vez se enfrentaron Dick Cheney (llamado indistintamente Príncipe de las Tinieblas o Darth Vader: el verdadero poder detrás del trono) y el senador John Edwards. Los contendientes se dedicaron a repetir los argumentos y acusaciones hechos por Bush y Kerry, pero en el fragor de la contienda surgieron las inevitables acusaciones sobre la relación de Cheney con Halliburton. En un país obsesionado por los encuentros deportivos, los primeros sondeos declararon el segundo encuentro un empate, con lo cual el debate de hoy en la noche se convierte en "el juego más importante de la temporada". Si gana Kerry, Bush estará más cerca de la derrota. Si gana Bush, las encuestas continuarán probablemente empatadas en una elección vital para el futuro de Estados Unidos y del mundo.

Hoy, no obstante la ausencia de armas de destrucción masiva, y la confirmación de que Saddam Hussein no promovió los ataques de Al Qaeda, miles de votantes continúan fieles a Bush, convencidos por la propaganda oficial de que es el único calificado para defenderlos de otro ataque terrorista. "Es increíble lo que ocurre en mi país -reconoció recientemente el novelista Philip Roth-, vamos a necesitar décadas para recuperarnos. La gente ha sido entrenada para no pensar. Si Bush es relegido nos dirigimos al desastre".

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