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México D.F. Domingo 10 de octubre de 2004

Javier Flores

El embrión humano y la fe

Pocas veces como ahora, la ciencia y la tecnología se han visto involucradas en una discusión tan intensa como la que surge frente a los progresos del conocimiento sobre la sexualidad y la reproducción humanas. En torno de estos avances se produce un desacuerdo que toma distintos tonos sobre temas como la anticoncepción, las tecnologías de reproducción asistida (TRA), la investigación en embriones y la clonación terapéutica y reproductiva. Se trata de una diferencia de visiones que abarca a individuos, grupos y sociedades en todo el planeta, por lo que puede decirse que ante estos temas, nuestra especie de encuentra dividida. No es casual que sea así, pues se trata de un dilema en el que están presentes aspectos esenciales de la naturaleza humana: por un lado, el afán de conocer, la curiosidad orientada al avance del conocimiento y a mejorar la calidad de vida de todos y, por otro, el sentido moral que debe darse a nuestros actos. En el lugar central de este debate se encuentra el embrión humano.

En México este tema adquirió especial relieve este año, con la discusión sobre la creación del Instituto Nacional de Medicina Genómica, institución médica a la que fallidamente se quisieron imponer restricciones acerca del tipo de proyectos científicos que debería realizar. Es posible anticipar que en los próximos meses este debate tomará un nuevo impulso, ante la necesidad de contar con regulaciones a escala local, especialmente en los campos de las TRA, la investigación en células y tejidos embrionarios y la clonación. Dado que la discusión tiene una dimensión global, es necesario también contar con una postura clara y constructiva de nuestro país ante los organismos internacionales.

Son muy diversos los ángulos desde los cuales se puede examinar este problema: científico, médico, legal, económico, ético, religioso y social. Dentro de esta diversidad está la dimensión religiosa, desde donde surgen algunas de las principales señales de alerta sobre las implicaciones éticas de los nuevos conocimientos en los campos señalados. En este territorio, la pregunta que resulta más inquietante, para justificar o rechazar el desarrollo o el empleo de estas tecnolo-gías, es en qué momento se considera al embrión un ser humano, cuya dignidad e integridad deben ser protegidas. Algunas instituciones como la Comisión Nacional Asesora de Estados Unidos en Bioética, el Grupo Europeo en Etica de la Comisión Europea y el Comité Asesor en Bioética de Singapur, realizaron entre 1999 y 2001 reuniones con representantes religiosos para conocer sus puntos de vista. Algunos planteamientos surgidos de estas reuniones han sido recogidos recientemente por LeBoy Walters. (Kennedy Institute of Ethics Journal 14 (1): 3-38, 2004).

Si bien no se puede hablar de unanimidad, en la tradición judía no se asigna un estatus moral al embrión humano al momento de la fecundación. El punto de vista virtualmente unánime, dice Walters, es que el embrión es "como agua" durante los primeros 40 días de su desarrollo, de acuerdo con testimonios como el de Moshe Tender, académico ortodoxo. Si bien es difícil establecer una correlación entre una tradición religiosa y las leyes, en Israel existe un importante apoyo legal a la investigación en células troncales embrionarias humanas y es una nación líder en el campo de las TRA. En el Islam también existen posturas diversas, sin embargo, la mayoría de los comentadores musulmanes legales han aceptado que el tiempo de desarrollo para alcanzar un estatus de persona es de 40 días, por lo que inclusive el aborto es en ciertas condiciones moralmente aceptable. Abdulaziz Sachedina, experto religioso del Islam, señala que si bien hay un silencio del Corán respecto al estatus moral del embrión, se considera que éste se adquiere en etapas tardías de su desarrollo, por lo que la Fatwa del Consejo Islámico Religioso (en Singapur), se pronunció en favor de la investigación en células troncales humanas, aunque en contra de la clonación reproductiva.

Lejos de lo que pudiera pensarse, la Iglesia católica ha cambiado su posición respecto al estatus del embrión humano a lo largo de la historia. El punto de vista agustiniano sostenía que la adquisición del alma ocurre 14 días después de la concepción, punto de vista que fue compartido por Tomás de Aquino y por los papas Inocencio III, en el siglo XIII, y Gregorio XIII, en el siglo XVI. Fue hasta 1869 que el papa Pío IX rechazó esta versión, y proclamó que el embrión adquiere el alma y, por tanto, su condición como persona humana a partir de la concepción. Desde ese momento, la postura de la Iglesia católica es única e inflexible. A partir de la unión de los gametos el alma de cada "hombre" es inmediatamente creada. La vida humana es sagrada, pues desde su origen involucra la acción creadora de Dios e implica una relación especial a la que solamente El puede poner fin, por lo que la vida humana debe ser absolutamente respetada y protegida. Por todo ello la anticoncepción y el aborto son considerados crímenes abominables, así como la experimentación en células embrionarias, como se expresa claramente en el Donum Vitae, elaborado por la Congregación Sagrada para la Doctrina de la Fe. Además de la santificación del embrión, existe otro principio no menos importante, que se refiere al matrimonio como la única fuente válida para la procreación. Por ello también todas las TRA, gametos o las madres subrogadas, entre otras restricciones (www.uscb.org/prolife/tdocs/donumvitae.htm).

Los representantes del budismo expresan algunas divergencias, pues mientras que la Secretaría General de la Federación Budista de Singapur afirma la permisividad moral de la investigación en células embrionarias, manifestándose en contra de la clonación reproductiva, Damien Keown, coeditor del Journal of Buddhist Ethics, afirma que cualquier procedimiento o técnica científica que cause daño o la muerte de un ser vivo queda prohibido por el primer principio del budismo o ahimsa. En el hinduismo, por su parte, si bien también existe diversidad de opiniones, hay una tradición que protege a embriones desde la concepción, por lo que se condena el aborto; sin embargo, la postura marcada en las reuniones citadas fue favorable a la investigación en células troncales humanas, al considerar que la destrucción de un embrión antes de su implantación en el útero no es equivalente al aborto, si la meta de la investigación es la compasión dirigida a la protección de las vidas y la promoción de la salud. Por otra parte, el taoísmo considera éticamente inaceptable cualquier investigación cuyo resultado sea la muerte de embriones vivos.

La Iglesia ortodoxa guarda muchas similitudes con la postura del catolicismo, pues, de acuerdo con lo expresado por uno de sus líderes, Demetrios Demopulos, participante en una de las reuniones con los comités de bioética referidas líneas arriba, los cristianos ortodoxos afirman la santidad de la vida humana en todos sus estados de desarrollo; sin embargo, respecto del empleo de las líneas de células embrionarias existentes (aprobadas por el gobierno de Bush), se manifestó por su utilización sólo con fines terapéuticos, lo que crea una gran diferencia respecto de los católicos. En relación a las tradiciones protestantes, puede observarse que ellas no se expresan con una sola voz. Los puntos de vista de algunas de estas iglesias son indistinguibles de la postura del Vaticano; sin embargo, otras, como la Iglesia Unida de Cristo, apoyan bajo ciertas condiciones la investigación en embriones humanos antes de los 14 días de desarrollo.

Lo anterior muestra que existen religiones como la católica que son resultado de un cambio de postura respecto al estatus del embrión humano, pero que mantienen actualmente una posición unificada. Otras presentan diferencias y un intenso debate dentro de una misma tradición, como los judíos, musulmanes, budistas, hinduistas, ortodoxos y protestantes, entre los que se expresan posturas diferentes, que no siempre definen a una persona humana a partir de la concepción, y que, por tanto, serían más permisivas respecto al desarrollo y el empleo de algunas tecnologías reproductivas, a la investigación en tejidos embrionarios y, en algunos casos como el del Islam, a la anticoncepción y el aborto. Cabe preguntarse si en un planeta conformado por naciones en las que priva la diversidad y en muchos casos la libertad de cultos, es válido imponer una sola concepción acerca del estatus del embrión que limite el avance del conocimiento.

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