Carlos Bonfil

Segundo Festival Internacional de Cine de Morelia

Por segunda ocasión el Festival Internacional de Cine de Morelia busca una voz propia, un perfil específico que le permita distinguirse de experiencias similares en Guadalajara (Muestra Internacional de Cine Mexicano e Iberoamericano) y la ciudad de México (Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México), proponiendo alternativas en el panorama de la promoción de cine en nuestro país.

La propuesta original de su directora Daniela Michel fue concentrarse en la difusión de cortometrajes y documentales nacionales, incluir también la producción de cortos michoacanos, y ofrecer un buen panorama de la producción reciente en largometraje internacional.

Y lo que éste y otros festivales han venido señalando es la importancia creciente de la producción de documentales en México con respecto a ficciones muy cercanas al llamado cine de fórmula (reiteración de tramas y procedimientos formales, al gusto del público masivo, y sin mayor búsqueda expresiva). Sin estos festivales, espacios de cinefilia, muchos trabajos de documental tendrían una distribución casi nula y oportunidades muy escasas de llegar a un público amplio.

En su segundo año, el Festival de Morelia comienza a afianzar su eficacia en la difusión de un cine independiente alternativo. Véase, a manera de ejemplo, la plataforma que ofrece a la celebración de Raíz de la Imagen: Festival Internacional de Cine y Video de los Pueblos Indígenas, en Oaxaca, en mayo de 2006, evento interesante impulsado activamente durante el festival michoacano.

Desde su pasada edición, un aspecto estimulante del festival de Morelia fue invitar a directores extranjeros muy destacados (Werner Herzog, Barbet Schroeder) y generar un clima de discusión en torno a sus obras. Este año el turno fue para el portugués nonagenario Manoel de Oliveira, de quien se proyectó su primera película, el documental Douro, faina fluvial, filmado hace setenta y tres años, y un largometraje muy reciente, Un filme hablado, reflexión aguda sobre la violencia, el terrorismo y el colapso de la civilización occidental.

El estadounidense Gus Van Sant dio una soberbia lección de las posibilidades del cine independiente con su primer largometraje, Mala noche, cinta de culto sobre la compleja relación sentimental entre el dependiente de una tienda en Portland y un joven inmigrante ilegal mexicano, trabajo en el que se anticipan, en blanco y negro y en factura experimental, algunos de los temas y obsesiones del autor, y con la proyección de Gerry, cinta filmada poco antes de Elefante, que describe la trayectoria alucinante de dos jóvenes por el desierto, su extravío angustiante, el derrumbe de sus últimas certidumbres, el humor que resiste penosamente a la adversidad, y la metáfora colosal que en dos horas de contemplación casi hipnótica, contiene una visión muy desencantada del espejismo estadunidense. Un repunte formidable en la carrera del director de Mi camino de sueños (My own private Idaho).

No menos perturbadora es la experiencia que destacó fuertemente entre una veintena de estrenos más bien convencionales: Tarnation, impactante autorretrato del realizador queer Jonathan Caouette, comediante, travesti, Edipo irredimible, performer, admirador de Lars von Trier y de Marianne Faithful. Su primer largometraje posee agilidad narrativa y un absoluto desenfado en su recreación, año por año, desde su adolescencia hasta sus 32 años, de la relación que sostiene con su madre diagnosticada como enferma mental. Desdoblamiento de la personalidad, paranoia, adicción a las drogas y un estilo de vida que es desafío constante a la moral pública. Lucidez sorprendente y a la vez recuento delirante de las obsesiones propias y de aquellas compartidas con la madre.

Destacaron igualmente el documental Farmingville, de Catherine Tambini y Carlos Sandoval, sobre la campaña de odio racial impulsada en un poblado del estado de Nueva York contra mexicanos indocumentados; análisis inteligente del racismo ordinario, sus coartadas neoliberales, y la mentalidad paranoica que imagina una cruzada mexicana para reconquistar sus antiguos territorios. A este proyecto de reconquista, impulsado desde México, los ultraconservadores lo denominan "la morenización de Norteamérica" (The brownification of America).

El Festival de Morelia fue asimismo escaparate de estrenos inminentes, desde Héroe, del chino Yang Zhimou hasta la notable cinta francesa Las bordadoras (Les brodeuses), de Eleonore Faucher; de Temporada de patos, de Fernando Eimbcke, a Conejo en la luna, de Jorge Ramírez Suárez, entre las presentaciones más destacadas.

Es irónico el contraste entre la proliferación de espacios de encuentro de la cinefilia regional y capitalina, y el desdén que las autoridades federales reservan a la promoción y estímulo real de un nuevo cine mexicano. Morelia es uno de esos nuevos espacios de discusión y cinefilia, tan prometedor como entusiasta.

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