José Blanco

Los ciegos de San Lázaro

La política se pudre semana tras semana. En medio de un aquelarre cameral protagonizado por cuasi homínidos furibundos, de una junta de dizque circunspectos en el Senado y de un Ejecutivo políticamente paralizado y en vías de desfondamiento completo, la política continúa acercándose a la posibilidad de contagiar a la economía. Si ello llega a ocurrir, podemos tener una redición seguramente corregida y esperemos que no aumentada, de 1994.

El proyecto de presupuesto para 2005 ha irritado a amplios sectores. El debate sobre este documento central del acontecer nacional, se verá contaminado con los ánimos de fuego cruzado de la guerra política inter e intra partidos.

La decisión del PRI y el PAN de eliminar de la contienda al tabasqueño a cualquier precio, y la decisión del PRD de pagar cualquier precio para evitar que ello ocurra, es el nudo de mayor polarización política, que sin mucha dificultad puede convertirse en una polarización social venezolana. Ya tuvimos un anticipo de ese riesgo con la marcha blanca contra la inseguridad, que fue vista por López Obrador y su partido como un desfile de pirruris, frente a las movilizaciones del pueblo organizadas por Bejarano como operador estrella.

La determinación de desaforar al jefe de Gobierno del Distrito Federal, y el proyecto de reforma al artículo 122 constitucional, a cargo del PRI y del PAN, se enfrentarán al estilo Bejarano que sin miramientos desplegará el PRD. Mas aun si la captura de Ponce se traduce en graves nuevas acusaciones contra el zarandeado tabasqueño.

Cárdenas y su nuevo intento de construir su candidatura a la Presidencia parece un proyecto que quiere avanzar a como dé lugar, pase lo que pase con López Obrador, lo que sin duda ayudará a complicar la política en sentidos polarizantes. Las insensatas esposas que por vía gandalla quieren el poder, continuarán complicando una atmósfera que se torna irrespirable. La expulsión de Diódoro Carrasco y de la inefable Gordillo del tricolor, a petición de Murat, es una pequeña muestra de lo que puede ocurrir dentro del PRI de hoy a la fecha en que este partido deba seleccionar a su candidato.

La huelga que anuncia el sindicato del IMSS, que si ocurre será arropada por otros sindicatos que no son precisamente damas de la caridad, agregan al cuadro político ingredientes explosivos a este país en desdichada coyuntura.

Los acres enfrentamientos políticos a la vista son todos de gran calado. Las posibilidades de reformas políticas mínimas para contender con el próximo relevo presidencial, se achican con velocidad inquietante, lo que atará las manos con alambre de púas al próximo Presidente. Las llamadas reformas estructurales constituyen un descuerdo irreductible que darán lugar a otras polarizaciones que maduran con seguridad en la dirección de una crisis económica: en una esquina los nacionalistas revolucionarios (PRD, un trozo nada desdeñable del PRI e intelectuales orgánicos de este segmento político), en la otra esquina los neoliberales: otro trozo del PRI, panistas variopintos e inversionistas nacionales y extranjeros en número creciente.

Reformas más profundas de las instituciones políticas, las llamadas reformas del Estado, ya no están a la vista como posibilidad real. Parece que los políticos quieren ver (aunque ciegos son) el desenlace de las elecciones de 2006, antes de tomar posición definitiva sobre si se pronuncian a favor o no, o en qué sentido, sobre reformas políticas, de organización del Estado y sus instituciones de gestión y mediación con la sociedad. Y entonces será demasiado tarde.

Los políticos y sus partidos están empeñados en engendrar, con persistencia incansable, el horror de mundo que Saramago creó en su Ensayo sobre la ceguera. En nuestro caso, los políticos, sin saber por qué, se van volviendo ciegos; los ciegos son encerrados en un manicomio (la Cámara baja). Todos padecen de una ceguera blanca, pero nada ven. Aislados, los ciegos de Saramago se enfrentan con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana, la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Todo principio de convivencia, de identidad humana, de admisión de la diferencia, se convierte en desprecio, en ánimo ciego de descuartizar al adversario. Es la hora final, toda la imaginación y la voluntad están al servicio de la supervivencia política propia. Desde su ciega percepción, ello se logra ganando todo el poder. Quedarse en el mismo lugar es retroceder, es la convicción. Los ciegos de Saramago, en su aislamiento, se enfrentan en el manicomio en una guerra trepidante, aterradora, despiadada. Cada uno debe salvarse a como dé lugar. Nadie está en capacidad de supervivir, pero todos cumplen su destino trágico.

Los ciegos de San Lázaro cuentan con dos años para aniquilarse. Y contagiarán su ceguera al resto de la sociedad, a menos que los que sí ven, puedan hacer algo para detener la enfermedad que en círculos concéntricos va abarcando a una porción cada vez mayor de la sociedad.