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México D.F. Martes 12 de octubre de 2004

 

Creel abre la caja de Pandora

El domingo pasado, en una comida que ofreció a los asistentes al Congreso Eucarístico Internacional (CEI) que se realiza en Guadalajara, Jalisco, el secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, invitó a los jerarcas allí reunidos a una reunión en Los Pinos con el presidente Vicente Fox; atribuyó a la Iglesia católica un papel "trascendental" en la historia del país y "en la formación misma de la nación", y elogió el "mensaje eucarístico de luz y vida para el nuevo milenio" que el catolicismo brinda, según el responsable de la política interior, a los mexicanos en la actualidad.

El funcionario otrora juarista no especificó si en ese "mensaje de luz y vida" deben incluirse las campañas de sabotaje de la jerarquía eclesiástica contra los esfuerzos de la Secretaría de Salud en materia de prevención del sida, o los chantajes recientes contra esa misma dependencia por la aprobación del anticonceptivo de emergencia basado en el levonorgestrel y conocido como "la píldora del día siguiente".

Creel tendría que precisar también si los pronunciamientos partidistas del anfitrión del encuentro, el cardenal Juan Sandoval Iñiguez, de que "sería una tragedia" que Andrés Manuel López Obrador llegara a la Presidencia "por lo que representa la izquierda en todo el mundo", forman parte del "mensaje de luz y vida", y si hay que incluir también en esa vitalidad luminosa las descalificaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) formuladas por el mismo jerarca católico por considerar que esa instancia "actúa sólo en defensa de los delincuentes". Adicionalmente, cabría preguntar a Creel Miranda si en el papel trascendental que él asigna a la Iglesia católica en la historia nacional incluye las excomuniones de que fueron objeto Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón; asimismo, si se refiere también a la entusiasta participación de la jerarquía eclesiástica del siglo antepasado en las persecuciones y los juicios contra ésos y otros líderes insurgentes.

La incuestionable y respetable religiosidad católica de la mayoría de los mexicanos ha sido, sin duda, una constante de nuestra historia. También lo ha sido la vocación popular de importantes sectores del bajo clero, e inclusive de obispos como Sergio Méndez Arceo, Arturo Lona, Samuel Ruiz y Raúl Vera. Pero la jerarquía eclesiástica, y la Iglesia católica como institución, han sido de manera mayoritaria -a veces hegemónica- aliadas de los poderes políticos y económicos del momento, factores de atraso, opresión e ignorancia, cuando no agentes activos de la represión contra las disidencias, las diferencias y las oposiciones. Más aún, la institucionalidad eclesiástica nunca ha renunciado a su ambición de ejercer de alguna forma el poder terrenal. Por todos esos motivos, la tajante separación entre la Iglesia y el Estado, así como el carácter laico de este último, han sido condiciones obligadas para la viabilidad y el desarrollo de la República.

Es deplorable que el secretario de Gobernación desconozca -o haga como que desconoce- los hechos mencionados, y que el domingo pasado, en el ejercicio de ese desconocimiento, haya "abierto la puerta" para "aterrizar demandas eclesiales pendientes", como expresó ayer el tesorero de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Alonso Garza Treviño.

En realidad, el funcionario no abrió una puerta, sino una caja de Pandora: más tardó él en cantar sus alabanzas a la jerarquía eclesiástica que ésta en tomarle la palabra y demandar "una revisión imparcial de la historia en los contenidos de los libros de texto, mayor acceso de la Iglesia a los campos educativo y de medios de comunicación electrónicos, y la promoción a mayor libertad religiosa", es decir, en reclamar un voto de calidad en la educación pública (que es, por disposición constitucional, laica) y la legalización de púlpitos electrónicos de masas; en cuanto a la "mayor libertad religiosa", cabe preguntarse si lo que se pide no es, en realidad, el otorgamiento de manga ancha a la Iglesia católica para hostigar a las muchas otras religiones que conviven con ella en el país y que, pese a su carácter minoritario, tienen derecho a una existencia organizada e institucional, a realizar proselitismo y a celebrar sus ritos en la forma en que crean conveniente.

En suma, el secretario de Gobernación ha dado margen a una embestida orientada a subvertir uno de los pilares del Estado mexicano, que es su carácter laico, y cabe dudar, por desgracia, de la capacidad del funcionario para desactivar la ofensiva confesional que él mismo ha desatado.
 

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