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E C O N O M I A
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México D.F. Lunes 18 de octubre de 2004

León Bendesky

No los oigo

Thomas Carlyle llamó a la Economía la "ciencia lúgubre". Eso fue en la primera mitad del siglo XIX, cuando uno de los debates más relevantes en la formulación de las teorías y en la práctica política tenía que ver con la posibilidad de que la economía inglesa pudiese entrar en una situación de estancamiento debido a las condiciones desfavorables que se estaban creando para la inversión o, de modo más general, para la acumulación de capital.

El tema es recurrente y el capitalismo tiene que encontrar constantemente nuevas avenidas para elevar la rentabilidad de las inversiones y la promoción del crecimiento del producto y ello en el marco de la competencia. El asunto es, sin duda, central en la experiencia mexicana de los últimos 20 años donde en conjunto ha prevalecido el lento crecimiento de la producción, del empleo y de los salarios. El gasto en inversión es muy reducido, la innovación tecnológica y el aumento de la productividad son raquíticos y las condiciones que periódicamente soportan la acumulación se agotan muy pronto y crean cada vez más dependencia, como puede verse en el periodo desde que dio inicio el TLCAN.

El problema de la falta de crecimiento de la economía mexicana es el que debería dominar las reflexiones de los economistas profesionales, de los empresarios grandes y pequeños, y de quienes diseñan y aplican las políticas públicas desde el gobierno.

Desde esa perspectiva podría abrirse la discusión sobre las alternativas para recuperar la senda del crecimiento y, sobre todo, del bienestar social. Desde ahí habría que replantearse las pautas de la política económica y las reformas que son necesarias, las modalidades que deben adoptar y sus contenidos, tanto en el campo fiscal, como en el laboral y de los energéticos.

Desde ahí también deberían surgir las estimaciones del tiempo que las medidas que pudieran aplicarse tardarían en rendir los frutos esperados, es decir, que se debe ampliar el horizonte de la política económica y de las mismas reformas, pues es evidente que con ellas no se superará de inmediato la fuerte restricción estructural que hay ahora para crecer más y de modo sostenido. Esto ha hecho del discurso de las reformas un tema cada vez más vacío que no sale de la confrontación entre la Presidencia y el Congreso.

La Economía es una de las maneras de aproximarse al problema más general de la organización social. Pero como tal se ha debilitado al sesgarse demasiado para convertirse en una forma de gestión que se circunscribe a objetivos definidos de modo muy rígido. Así pasa con la política fiscal que persigue un reducido déficit en términos anuales y con la política monetaria dirigida a mantener la inflación en cada periodo lo más baja posible. Esos objetivos pueden ser válidos, pero aquí han producido una visión estrecha del conjunto de las relaciones económicas, financieras y sociales que están involucradas.

La conducción de la economía ha estado concentrada esencialmente en un mismo grupo de funcionarios públicos durante prácticamente dos décadas, y ahora uno de los principales personajes, el actual secretario de Hacienda, declaró a los reporteros que les recomienda que a los economistas no los escuchen ni les hagan caso. Declaración jocosa, sin duda, del funcionario convertido en un moderno Carlyle del altiplano central.

El caso es que esta ocurrencia viene de uno de los secretarios de Hacienda con reconocida capacidad profesional, que tiene larga experiencia en el ramo y que ha ejercido sus funciones de modo rígido y con dotes de autoridad. Esto se muestra en el fuerte control que mantiene sobre los asuntos de su competencia y sobre las dependencias ligadas a su secretaría, incluso una, como el IPAB que por ley tiene carácter autónomo.

Es el secretario Gil Díaz, además, un promotor académico reconocido, que luego de su estancia en la Universidad de Chicago contribuyó destacadamente a convertir al ITAM en un prominente centro de formación de economistas que llenaron los puestos principales en Hacienda, el Banco de México y otras entidades gubernamentales. Esa escuela se volvió en su momento referencia necesaria en la enseñanza de la Economía en México y en particular en la formulación de la política económica, especialmente durante el gobierno de Carlos Salinas. Esa visión teórica e ideológica de la Economía sigue siendo influyente en el país, aunque tiende a desgastarse.

El secretario no es el más indicado para demeritar lo que hacen y dicen los economistas, luego de haber formado a tantos que piensan como él. Pero tal vez ahí reside el problema sobre lo que él no quiere oír y sugiere que los otros tampoco oigan. Lo que no se quiere ver ni oír es a los que no piensan igual. Este aislamiento es un rasgo propio del poder, pero contrario a la actividad intelectual que por un tiempo desarrollo el secretario. El pensamiento abierto es insobornable y no debe ser sometido por el dogma, menos aún en quien fuera un influyente profesor.

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