Adolfo Sánchez Rebolledo

Intolerancia

Con mucho, la sociedad mexicana es hoy más tolerante que hace 20 años. Basta contemplar los cambios en la ley y las costumbres para advertir las profundas transformaciones ocurridas: hoy se habla, se escribe y se vive de otra manera, con mayor libertad y respeto por los demás. Y si bien subsiste la discriminación por motivos étnicos, sexuales o de clase, ahora existe y se extiende la conciencia de que ese es un lastre, un problema real y no una fantasía marginal. En el plano de las relaciones políticas, las transformaciones en el sentido democrático son evidentes, a pesar de las notorias deficiencias de nuestra vida pública. Y, sin embargo, a la menor provocación, (literalmente) se reactiva el sustrato de autoritarismo e intolerancia escondido bajo la superficie, la intolerancia que va del desprecio por las opiniones ajenas a la violencia física. Bajo la apariencia del debate político se asoma el deseo de suprimir al adversario para volver al paraíso irreal de la no contradicción.

De nuevo nos hallamos en un mundo dominado enteramente por el maniqueísmo, donde cada secta procura hacer de su verdad la única posible. Pero no hay sustancia; los intereses reales se disipan tras la máscara del universalismo democrático y la neutralidad ideológica: Ƒqué distingue a los partidos: el carisma o la irritabilidad de sus jefes, la magnitud de sus ambiciones personales, el pasado o el presente? Como sea, la diversidad de la sociedad no se refleja en las opciones sumarias, excluyentes que hoy se nos ofrecen.

La política se reduce al ámbito reductor de la propaganda mercantil, donde ya no caben las ideas ni, por tanto, la mínima posibilidad de elección racional no instrumental. El elector "decide" entre alternativas creadas sobre las cuales no ejerce ningún tipo de control o influencia. Su único papel es el de responder a las encuestas para que otros tomen las decisiones oportunas mientras él piensa por quién votar. Lo demás depende de los medios, esto es, de los recursos puestos en juego para modelar una "alternativa". Nadie les pide cuentas. Ellos van por la tajada a la que creen tener derecho y nada más.

La relación de la llamada clase política con la ciudadanía ha cambiado de formas, pero en el imaginario colectivo prevalecen viejas percepciones negativas. Si en los circuitos informados se aprecia la importancia de los partidos y el trabajo legislativo, en el llano persiste la desconfianza predemocrática, el escepticismo y un enorme desconocimiento acerca del papel que éstos debieran cumplir. Es un error atribuir al "desencanto" lo que es fruto de la despolitización secular.

La cultura política presenta enormes vacíos, huecos que son llenados por visiones autoritarias de la vida social. Pero éstos no desaparecerán espontáneamente o como resultado de la prédica moral. Hace falta ir al fondo y plantearse en serio el tema de la desigualdad, recuperar para la democracia la noción de equidad que hoy yace como un trasto viejo en el arsenal de las políticas partidistas. Es urgente y necesaria una reforma de la política, pero si en verdad queremos eliminar las fuentes de la intolerancia hay que insistir en la educación, en una profunda transformación laica de la escuela, en la renovación del magisterio y la democratización de los medios de masas, en el mejoramiento real -no sólo estadístico- de las condiciones de vida de millones de mexicanos que han crecido en medio de la crisis. Finalmente, no se puede utilizar el "estado de derecho" como un arma arrojadiza en la política sin alentar la intolerancia. Y en esas estamos.