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México D.F. Jueves 28 de octubre de 2004

Olga Harmony

Estaba yo en casa y esperaba que lloviera

Jean-Luc Lagarce es un dramaturgo francés nacido en provincia en el seno de una familia hugonote a la que regresó ya muy enfermo de sida -como narra en su obra autobiográfica Hasta el fin del mundo- antes de morir en París en 1995. Es muy posible que el hermano menor ausente y esperado, que llega a su hogar para morir -o descansar de las muchas batallas de la vida- de Estaba yo en casa y esperaba que lloviera, escrita en 1994, sea un reflejo del anhelo del propio dramaturgo. Sea como sea, la formación calvinista del autor se hace presente en la ambientación de este texto en donde cinco mujeres, la madre, la vieja y las tres hermanas han consumido sus vidas en una espera constante impuesta por la madre y en donde la austeridad y el esfuerzo laboral se hacen presentes a pesar de las escapadas sexuales de la primogénita. Se trata de una obra abierta, con diálogos que son casi monólogos, con ritornelos que se repiten a lo largo de cada parlamento y paréntesis que no llegan a ser apartes, y a través de los cuales se filtran segundos sentidos, esa razón negada del escándalo que acompaña la ausencia del hermano menor y que ha sido objeto de las atroces disputas con el padre muerto. Se deja entrever también la preponderancia del hijo varón en ese coro de mujeres, puesto que la menor de las hermanas, que apenas era una niñita cuando el esperado se alejó también lo llama el hermano menor cuando se queja de la falta de atención que se le presta, atención secuestrada por ese acecho constante de la llegada del ausente en la larga espera. El título de la obra se toma del parlamento de la primogénita cuando relata la manera en que lo vio llegar, exhausto y casi desvanecido.

En deliberado rechazo a cualquier realismo, Lagarce no da nombres propios a sus personajes -la madre, la más vieja, la primogénita, la segunda hija, la menor- pero a pesar de ello cada una está dotada de personalidad propia. Quizás la madre calvinista, seca e imperiosa o la vieja de la que no reconocemos status familiar, sean más prototípicas, pero las tres hermanas tienen rasgos distintivos, matices y ambigüedades que las distinguen. Lo más cruel de la obra es que la llegada del hermano y su posible muerte o despertar, al romper con la espera las libere pero también las prive de su razón de ser. Una nueva espera es la vigilia mientras se vela el sueño del llegado y es el momento en que la acción dramática, mínima a no ser por las interiorizaciones de los parlamentos, transcurre.

Armando Partida Taysan es el traductor de la obra, mientras que la traducción escénica corre a cargo de Germán Castillo, también diseñador de la iluminación y el espacio, concebido éste como una alegoría del texto y su contexto conceptual. En un piso de trigo, el símbolo europeo de la vida y la regeneración de ésta, pisoteado por estos personajes de apariencia sonámbula y atisbos de vida secreta, una larga mesa de pino claro, seis sillas -una vacía, como a la espera- y un cuenco también de madera clara con rojas manzanas, con un tono grave y muchos momentos de quietud, las cinco mujeres de negro y pelo recogido -en vestuario, maquillaje y peinado diseñados por Pilar Boliver- se mueven, se agrupan y se separan cada movimiento marcado por un chelo en música de Rodrigo Castillo. Se trata de una de las más finas y elegantes escenificaciones del director.

Castillo apuesta al interesante texto y al desempeño de cinco excelentes actrices de diferente edad y escuela, cuyo trabajo logra unificar sin descartar el rango de matices propios de cada personaje. Marta Verduzco conserva en todo momento la impavidez de esa madre incapaz de externar sus sentimientos. Adriana Roel en un afortunado regreso a este tipo de teatro como la más vieja, con pocos parlamentos pero con una atenta escucha y espléndidas reacciones. Jana Raluy como esa primogénita cuya pasión escapa por las costuras de su resentimiento. Angeles Cruz, la segunda hija, más vivaz que sus hermanas, pero que se niega a revelar intimidades. Mireille Anaya, la menor, la que desde niña conoce el secreto de un hermano al que apenas recuerda y cuya incipiente rebeldía se acalla.

Nota: en mi colaboración pasada cometí el inexplicable error de hablar de Carmen Mastache en lugar de Lucero Trejo, siendo ambas actrices de presencia muy nítida y definida capacidad actoral. Mis disculpas a las dos.

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