Se transmite por
consanguinidad
Hipócrita discutir candidaturas de primeras damas sin tocar el
familismo del poder patriarcal
* La familia revolucionaria mexicana su máxima
expresión
* Empoderar a una mujer, sólo por serlo, no cambia el sentido
del poder
Ximena Bedregal y Rosa Rojas
¡La democracia está
viva! ¡Profundizarla no permite aceptar que las primeras damas
sean candidatas! ¡Es un problema de equidad, no de sexismo! Dicen
unos/as.
¡La equidad empieza por el derecho a elegir y ser elegido por
lo que no es posible despojar de ese derecho a mujeres solo por ser
esposas de gobernantes! vociferan otros, haciéndole el guiño
a la fémina de la 舠pareja presidencial舡.
Los militantes, enredados entre la pertenencia a su partido y la posibilidad
de acceder a alguna gubernatura a través de la consorte nayarita
o la tlaxcalteca, bailan en el limbo de la ambigüedad y van y vienen
de un argumento al otro o ya ni saben qué argumentar.
Esta nueva telenovela-escándalo que nos toca sufrir muestra otra
más de las hipócritas 舠problemáticas舡
de esta democracia y sus adláteres donde todo está al
revés: los y las más misóginos/as y conservadores
aparecen como radicales defensores de los derechos de género.
La romántica y obediente esposa, la opusdeista, catoliquísima
y conservadora Marta Sahagún de Fox resulta ahora la abanderada
de los derechos de las mujeres despojándole el protagonismo a
la ex izquierdista y post feminista Patricia Mercado, y aquellas/os
que a nombre del empoderamiento mujeril andaban promoviendo la discriminación
positiva como la estrategia para abrirle las puertas del poder a las
mujeres -por el solo hecho de serlo- sin importar su actuar o pensar,
se ven acorraladas en el rincón de su cantina, exigiendo su equidad
y callando su canción.
¿Qué es lo que está en el fondo de este tema, qué
es lo que se oculta y no se quiere tocar? Ni más ni menos que
el tema del poder (un tema que estos postfeminismos de la real politik
dan por cerrado), las formas en que se construye y transmite el poder
en la cultura patriarcal.
El elemento familiar, sanguíneo, la dinastía, la estirpe,
ha sido siempre en el mundo patriarcal el espacio político y
social donde se construye el poder. El masculinismo es en sí
mismo familiar y familista, la idea de la familia como estructura base
de la sociedad no es un concepto de algún romanticismo humanista,
ni siquiera es la idea de construir un contenedor de solidaridad básica
(aunque a veces y puntualmente pueda jugar ese papel), es más
bien la estructura basal para la conservación del patrimonio
material, espiritual e ideológico del dueño del poder:
el varón (patrimonio significa la propiedad del padre).
El poder de la familia es el poder del padre. Por mucho que las leyes
amplíen el concepto de las diversas familias, la idea vertebral
de lo familiar, su sentido y función se mantiene y siempre marca
la anormalidad de esas familias diversas.
Y para aquellos izquierdistas irredentos que le echan de todo la culpa
al capitalismo, valga decir que esto proviene de más antiguo,
de la instauración del patriarcado. Ya los griegos heredaban
sus reinos a sus hijos (varones). Los romanos, si no tenían el
hijo consanguíneo para dejarle la herencia política y
de gobierno, adoptaban como hijo al más destacado y le ponían
como condición la obediencia y seguimiento de las líneas
del padre adoptivo. El rey Luis XVI podía ser un tarado pero
era hijo de su papá rey ¿Dónde se sucedía
el conocimiento del arte y la artesanía medieval si no era en
el hijo? y los aprendices tenían que incorporase al núcleo
familiar para poder aprender. Desde hace más de 4 mil años
que el que no nace en cuna de oro nace jodido.
Si el capitalismo trajo en su inicio la posibilidad de que algunos no
nacidos en cuna de oro se hicieran poderosos, esto duró la estricta
generación que hizo esta ruptura, después los Ford, sucedieron
a los Ford, los Rockefeller a los Rockefeller, los Hertz a los Hertz,
los Azcárraga a los Azcárraga y así ad infinitum.
¿No es Bush hijo de dady Bush? ¿No son Salinas, Madrazo,
Castañeda, hijos de sus papás? ¿No es Cuauhtémoc
Cárdenas hijo del Tata Lázaro y Lazarin su nieto, actual
gobernador de la tierra natal del fundador de la estirpe? ¿No
son los Hank Rhon hijos de Hank González? ¿No es Eduardo
Frei (ex presidente de Chile) hijo de Eduardo Frei padre (ex presidente
de Chile), Jaime Paz Zamora (ex presidente de Bolivia) sobrino de Victor
Paz Estensoro (ex presidente de Bolivia), no es acaso Martín
Torrijos (presidente de Panamá) el hijo del general Omar Torrijos
(ex presidente de Panamá) y así ad infinitum?
¿No es la 舠familia revolucionaria舡 la máxima
expresión del familismo patriarcal mexicano en la política
(y en la economía) y donde el que quiere ser 舠importante舡
y tener poder debe cobijarse en el ala paterna de otro 舠revolucionario舡
poderoso que le abra el camino y además comportarse 舑como
en la vieja Roma- con fidelidad y lealtad al padre político adoptivo
y con 舠institucionalidad舡 hacia la familia revolucionaria,
aunque eso sea callar la peores atrocidades y tener que defender a los
más connotados corruptos?
En la lógica de la política patriarcal 舑una lógica
del poder intrínsecamente jerárquica- para tener poder
debes tener poder, si no lo tienes debes acercarte al poder para heredar
jerarquía que te de poder, solo vivenciando el poder podrás
ejercer bien los juegos del poder. El poder se hereda. En la cultura
patriarcal tú eres lo que la familia (las diversas formas de
familia que esta cultura construye) te posibilita (o imposibilita).
El poder (o el no poder) se construye y se transmite desde el familismo
y la consanguinidad.
Tanto es así que hasta el concepto y la práctica del 舠empoderamiento舡
que ha puesto en boga un sector del feminismo se ha centrado en que
más mujeres aprendan estos juegos, música y sonidos (ruidos)
del poder jerárquico y ha olvidado la idea original que buscaba
que los sueños de las mujeres construyan mundo más allá
de lo que ese poder determina como posible.
Las mujeres siempre heredaron cierta forma del poder de sus varones
(padre, marido y/o hijos), pero eso estaba restringido al mundo de lo
privado. Heredaban el prestigio social, la posibilidad económica
de una mejor vida material, pero no heredaban el poder público
más que cuando había que mantener el poder dentro de la
familia.
¿Qué es lo nuevo que se plantea con estas cónyuges
empoderadas que quieren suceder a sus varones de poder? Solamente que
esa transmisión y construcción del poder pueda ahora 舑en
el mundo de lo público- pasar a algunas mujeres ligadas familiarmente
a hombres de poder. Lo 舠moderno舡 es que con la estrategia
del empoderamiento, las mujeres empiezan a poder heredar y/o darle continuidad
al poder de sus (los) varones, que la viuda Violeta Chamorro tome el
puesto de su marido o que la señora María Asunción
Aramburuzavala herede el imperio cervecero familiar.
Pero que sea una mujer la portadora del bastón de mando del marido
o padre no significa que cambie el sentido y objetivo del poder (al
contrario, le da una apariencia que le permite seguir reproduciéndose),
y menos que quienes se empoderan con este tipo de poder sean las mujeres
como género humano (lo cual implicaría poner en cuestión
al poder patriarcal mismo).
De allí que sea una discusión hipócrita, sin salida
real, que no toca ni con la punta de un pétalo de rosa a las
formas establecidas de la construcción del poder patriarcal occidental
(¿sus usos y costumbres?). Es tan mayúsculamente hipócrita
que si quienes defienden la equidad fueran consecuentes con su deseo
y estrategia de que las mujeres intervengan equitativamente dentro de
las formas del poder establecido, deberían defender que ahora
sean mujeres las que accedan al mismo poder sin importar que sean esposas
o hijas o amantes, ya que solo estarían ejerciendo 舑equitativamente-
las mismas formas en que por milenios lo hicieron y lo hacen los varones
y quienes están en contra de esta forma de igualdad no deberían
aceptar que lo hagan ni siquiera las de su propio partido político.
Hipocresías y ocultamientos del fondo de los problemas mientras
las ciudadanas de a pié cada vez entienden menos de esta 舠maravilla舡
de democracia electorera y de sus guerras -a todo padre- por el poder.