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México D.F. Jueves 4 de noviembre de 2004

Soledad Loaeza

Cuestión de narices

Los medios tratan las campañas electorales como si fueran carreras de caballos. Con la ayuda de las encuestas, las posiciones de los candidatos en las preferencias de la opinión son medidas como si fuera un asunto de narices: al milímetro día con día, hora con hora conforme se acerca la elección, y como hemos visto ahora en Estados Unidos, minuto a minuto mientras los electores depositan su voto. Noticieros y periódicos se concentran en la competencia, cuando mucho se habla de las características de los candidatos, pero sólo de las más visibles para los espectadores: su físico o su estilo, como si los aspectos estéticos de la batalla política fueran de mayor sustancia que los temas que preocupan a los votantes, como por ejemplo, la economía, la situación internacional o las propuestas de gobierno. Además, los medios tienden a explicar los avances de los candidatos sólo a partir de su velocidad relativa en la pista de las encuestas de opinión, de su capacidad para rebasar a sus competidores, y poco se atiende al hecho de que su rapidez no depende tanto de su potencial para correr como del apoyo de los votantes. Como acaba de demostrar la reciente batalla por la Casa Blanca, la decisión de voto no responde a los cambios de posición de los competidores durante la carrera, sino a la propuesta política que representa cada uno de ellos.

Este aspecto crucial de la lucha entre George Bush y John Kerry explica el rasgo más notable de la elección del pasado 2 de noviembre en Estados Unidos: la profunda fractura que divide a la sociedad en dos mitades casi idénticas, con una diferencia de 2 o 3 puntos porcentuales. Las competencias por cargos de elección pública también se convierten en carreras de caballos porque los medios tienden a personalizar las opciones de los votantes. En la cultura de la imagen hoy dominante, los medios dirigen los reflectores a los individuos, haciendo a un lado a los partidos políticos, sus plataformas o su historia. Esta estrategia de comunicación simplifica el mensaje; el problema es que sugiere que la victoria es un problema sólo de los corredores. Sin embargo, en esta ocasión la personalidad de los candidatos incidió poco sobre las pasiones que inspiró la campaña electoral; ninguno de los dos posee el don de movilizar por sí mismo la vehemente lealtad o la identificación personal que políticos naturalmente dotados como John Kennedy o Bill Clinton fueron capaces de despertar en su momento. Muchos son los estadunidenses que sienten un rechazo profundo hacia Bush, pero no tanto hacia su personalidad o "ésa su sonrisita", como hacia sus políticas o sus colaboradores más cercanos como el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de defensa Donald Rumsfeld, el procurador general, John Ashcroft, o la directora del Consejo de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice. John Kerry, por su parte, no pudo o no supo mover almas y corazones a su favor, a pesar de sus muchas cualidades, de una hoja de servicios militares impecable, de su capacidad oratoria, de su innegable inteligencia, de su experiencia en el Senado, de los apoyos numerosos y distinguidísimos que recibió en el mundo de las artes y de la cultura. Los contrincantes carecían de la personalidad que en otras campañas y en otros momentos imprime dramatismo a la competencia. Sin embargo, fue ésta una batalla apasionada.

El número de votantes, probablemente superior a 110 millones, es un indicador de la intensidad de la competencia, que si no fue atizada por candidatos políticamente mediocres, sí estuvo alimentada por las profundas diferencias que dividen al electorado. Desde 2000, los republicanos en la Casa Blanca han destruido el centro político; contrariamente a la búsqueda de la reconciliación que hubiera dejado esperar la disputada y dudosa elección de ese año, Bush optó por exacerbar la polarización y afianzar su poder en la movilización del radicalismo, primero, religioso, luego, imperial, y por último, individualista. En Estados Unidos hoy en día las políticas económica, exterior, científica y social son motivo de crecientes antagonismos y hondas fracturas. Poco o nada han hecho los republicanos por acercarse a las posiciones que representan los demócratas en materia de impuestos, en relación con la guerra en Irak o los aliados europeos, la investigación genética o el combate a la pobreza. En estos terrenos se corrió la competencia presidencial; éstos fueron los temas que movilizaron a los electores que con su voto manifestaron la profundidad de los desacuerdos.

Los resultados de la elección fueron cerrados. Pero el ganador no se habrá asegurado la victoria por una o dos narices, sino que se habrá impuesto a poco menos de 50 por ciento de los votantes, que son muchos. Es probable que de triunfar John Kerry atendiera a los perdedores; la trayectoria de George Bush, en cambio, sugiere que la victoria sólo le daría energía para seguir rompiendo narices.

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