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México D.F. Jueves 4 de noviembre de 2004

Angel Guerra Cabrera

Elecciones y percepciones

Las elecciones no siempre sirven para medir la inclinación de la opinión pública hacia cuestiones medulares porque con frecuencia no se dan las condiciones que permiten que ésta se exprese. Depende de que alguna de las opciones en pugna sea percibida como verdaderamente alternativa por los electores, de que reciba el apoyo de un gran movimiento de masas, del grado de conciencia política alcanzado por éste y de otros factores. Esta semana, por ejemplo, dos procesos comiciales marcaron claramente la orientación de rebeldía antineoliberal prevaleciente en amplios sectores del electorado en América Latina. Uno fue la arrolladora victoria de los partidarios de Hugo Chávez -la novena al hilo- sobre los candidatos que les disputaban gobernaciones y municipios. La conquista de la alcaldía mayor de Caracas es uno de los saldos importantes, dado su peso en la política venezolana. Otro es la forma ro-tunda en que se impuso el Frente Amplio (FA) de Uruguay ante los tradicionales partidos de la oligarquía que gobernaban ese país ininterrumpidamente desde hace más de siglo y medio. El FA se alzó no sólo con la presidencia para Tabaré Vázquez, sino con mayoría en las dos cámaras del Legislativo.

En el caso venezolano, la votación en favor de los candidatos bolivarianos im-plica también otra muestra más de fervorosa adhesión al rumbo antimperialista seguido por Chávez. En Uruguay se constata que más de la mitad del país venció el miedo al dar su respaldo al FA (integrado por casi la totalidad de la izquierda, incluidos ex tupamaros y comunistas) y que 60 por ciento de los electores se opuso a la privatización del agua, que también formaba parte de la consulta. Este dato no es de menor importancia porque unido a los que se han producido en otras consultas semejantes, habla de una sólida cultura política de los uruguayos -in-clusive los que no votan por el FA- opuesta a la privatización de empresas públicas, justamente lo contrario al credo neoliberal. Es pertinente recordar que Uruguay es un país pequeño, pero que ejerce en América Latina, y particularmente en su cono sur, una influencia cultural y política que desborda su extensión territorial, demografía y producto interno bruto. El FA va a gobernar en un contexto favorable a la integración regional, con Argentina, Paraguay y Brasil abogando por un Mercosur fortalecido y ampliado con Venezuela en lugar del proyecto esclavizador del ALCA. Como es co-nocido, Caracas brinda el mayor respaldo a las iniciativas de unidad latinoamericana.

Sin embargo, donde estará la prueba de fuego para el gobierno de Tabaré Vázquez es en lo interno. El programa con que llega el FA no se propone transformaciones so-ciales, sino más bien una mejor distribución de la riqueza sobre la base de la re-caudación fiscal. El problema es que Uruguay es un país sumamente depauperado, cuyos índices sociales e infraestructura productiva han caído estrepitosamente en los últimos años, a consecuencia de las políticas neoliberales, y será muy difícil para el FA cumplir sus compromisos de disminuir la pobreza y el desempleo al mismo tiempo que paga la enorme deuda externa. Esto deja a Vázquez con muy limitada capacidad de maniobra en principio en un país que carece de recursos naturales estratégicos. Pero los programas no lo hacen todo y el desempeño de un gobierno frenteamplista podría ir más allá del programa electoral en dependencia de coyunturas internas e internacionales en la lucha de clases, incluyendo la presión que reciba de sus bases. Por lo pronto, tanto desde Venezuela como desde Uruguay -como anteriormente desde Argentina, Brasil, Ecuador y Panamá- los votantes han manifestado al emperador de Washington su rechazo a las políticas de liberalización económica y entrega del patrimonio nacional que han creado un desastre humano sin precedentes en América Latina.

Algo que llama la atención es la limpieza de ambos procesos electorales, en contrate con el de Estados Unidos, que no deja de asombrarnos con un sistema comicial arcaico, hecho a los trucos y chicanerías, que ya no inspira un mínimo de confianza ni a sus propios políticos e instituciones. Las noticias sobre intentos de im-pedir votar a los negros y a otros presuntos electores demócratas han estado presentes desde hace meses en la campaña electoral del autoproclamado faro mundial de la libertad y la democracia, convertido en realidad en república bananera.

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