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México D.F. Jueves 4 de noviembre de 2004

Margo Glantz

Robbe-Grillet y el viejo nouveau roman

Casi parece antediluviano volver a pensar en el nouveau roman, a más de 50 años de su revolucionaria aparición. Sin embargo, llevé a Guadalajara (donde estuve la semana pasada y con nostalgia recordé a mi antigua ciudad de México, cuando aún estaba situada en la región más transparente del aire) como libro de cabecera uno de Alain Robbe- Grillet intitulado Le voyageur (2001), al mismo tiempo que las ediciones de Minuit, tan conectadas con esta corriente novelesca, le publicaban una novela intitulada La reprise, la primera que escribía después de 20 años de silencio novelesco.

En 1998, en la muy vanguardista revista Los Inrokuptibles se publicaba una entrevista con Robbe-Grillet, ingeniero agrónomo, nacido en 1922 y acusado en los años 60 y 70 de haber llevado la novela francesa a un callejón sin salida y de haberla asesinado junto con sus compinches Sarraute, Simon, Pinget. Y sin embargo, Robbe-Grillet destrozado en Francis por sus contemporáneos y objeto de una gran animadversión entre ciertos círculos críticos fue, como el recientemente fallecido Jacques Derrida, una figura capital en la academia estadunidense y el autor francés más traducido en China, cosa inexplicable o a lo mejor sus construcciones matemáticas son un desafío o tienen alguna relación con la endiablada complejidad del alfabeto chino.

Robbe-Grillet fue además un importante cineasta, como lo fue también Marguerite Duras, otra de las reunidas bajo la etiqueta del nouveau roman. El script de su película El año pasado en Marienbad -dirigida como Hiroshima, mi amor, de Marguerite Duras, por Alain Resnais- se ha convertido en una película de culto.

Leer a Robbe-Grillet para entretenerse es una contradicción de principio, pues como otros grandes autores franceses -Maurice Blanchot o Pascal Quignard (aunque nunca lo mencione Grillet)- su literatura exige gran concentración. No fue ni es popular -como Houellebecq, a quien tampoco menciona en sus entrevistas- ni por el número de sus lectores que lo siguen ni por el espacio mediático que ocupa.

Creo, como el mismo novelista, que una gran parte de la leyenda negra contra la corriente literaria proviene del esquematismo de sus críticos, de su empecinamiento en etiquetar ese tipo de escritura y otorgarles como un rasgo distintivo una función estática tanto a los personajes como a la anécdota.

En una entrevista publicada en 2000, decía: ''Protesté vivamente contra la manera en que se llevaban hasta el absurdo varias tesis demasiado sumarias, como por ejemplo que 'šel autor no estaba presente en sus libros!' šClaro que yo estaba presente en mis libros! (...) Me parecía más importante que la gente leyese mis libros y no que atendiera a las explicaciones reductoras de ciertos críticos".

En realidad, piensa Robbe-Grillet, el nouveau roman estaba muy próximo en los años 50 del existencialismo de un Sartre o de un Camus, es decir, de una escritura que colocaba al sujeto novelesco frente al mundo, frente al objeto: un movimiento de proyección hacia las cosas del mundo. Y este aspecto revolucionario de su escritura -la de varios de los agrupados bajo el nombre del nouveau roman- se intensificaba con la aparición dentro de ese universo fragmentado de un personaje homónimo del autor del libro.

A pesar de las controversias y de las acusaciones, semejantes en mucho a las que se le hicieran en su momento tanto a Barthes como a los estructuralistas, esta corriente literaria se ha institucionalizado, lo cual se hace evidente si se enumeran ciertos hechos: por ejemplo, que las principales revistas literarias de Francia dedicaron números completos a su obra, en ocasión de la publicación del libro que dio origen a esta nota; a Claude Simon le dieron el Premio Nobel y Duras se convirtió en una de las escritoras más populares de Francia y del mundo a partir de la publicación de El amante; la canonización de la editorial Minuit que se convirtió en una de las casas editoras más prestigiadas de Francia, y cuyo editor Jerome Lindon, fallecido recientemente, se jugó publicándolos, a Beckett, a Simon y sobre todo a Robbe-Grillet.

Robbe-Grillet se opone a ese realismo opaco y muy leído en el que la realidad se nos muestra en todo su esplendor sin costuras que delaten sus entretelas. ''Concuerdo con Eisenstein cuando decía que no solamente es necesario que haya costuras en una obra de arte, sino que además es necesario mostrarlas".

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