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México D.F. Domingo 7 de noviembre de 2004

MAR DE HISTORIAS

Detrás del silencio

Cristina Pacheco

Tengo estómago de pordiosero. Con que estén calientitas, soy capaz de entrarle hasta a las piedras. La comida fría no me sabe, no me llena; por eso hoy, cuando a las cinco de la tarde vi que no llegaban los repartidores del gas, pensé en irme a la Beba's.

Desde que entré en la fonda noté algo raro y me extrañó que Genoveva estuviera sentada a una mesa. Ella nunca se aparta de su estufa ni permite que guise Zeferina. Si los clientes van a la Beba's es porque les gusta la mano que tiene su dueña para cocinar.

Genoveva no respondió a mi saludo. Con el pretexto de ver qué había en las ollas, le pregunté a Zeferina por qué estaba tan rara su patrona. La muchachita se mordió los labios y bajó la cabeza. Sospeché que las habían asaltado. En la calle de Todosantos es cosa del diario. Nada menos el sábado, a las once de la mañana, tres chamacos entraron en la joyería Cleopatra, amagaron a los dueños con sus pistolas y se llevaron lo que les dio la gana. Antes de largarse, los infelices metieron a Toto en una bolsa de plástico.

El perico no murió asfixiado gracias a que Genoveva llegó a la joyería para recoger una compostura. Encontró a doña Estela y a don Sixto llorando ante la bolsa donde Toto parecía muerto. Genoveva sabe mucho de animales y se puso a darle respiración de boca a pico. Enseguida el periquito se esponjó.

Ahora todo el mundo se burla de él y le canta: "No estaba muerto /andaba de parranda". Lo malo es que Toto sigue mudo. Ayer le aconsejé a Estelita que le ponga una moneda de cobre en el pescuezo para que se le suelte la lengua, y ella me respondió: Toto me preocupa menos que Sixto. Desde el asalto no quiere comer y dice que venderá la joyería porque ya se cansó de trabajar para los ladrones. Ellos no pagan impuestos, no lidian con los inspectores y no corren peligro de que los atraquen.

Por la inseguridad muchos negocios de por aquí han cerrado y sus dueños se han ido. Para los que vivimos en Todosantos eso es perjudicial. No sólo perdemos lugares donde abastecernos, sino la relación con personas que, al cabo de los años, se han vuelto nuestros amigos y también nuestro paño de lágrimas.

II

Conozco a Genoveva. Tiene mucho carácter y es de pocas palabras. Así que hoy por la tarde, en vez de preguntarle qué le sucedía, le pedí a Zeferina longaniza en guajillo. Empezaba a comer cuando oí a Genoveva llorar con mucho sentimiento. En los años que llevo de conocerla jamás de los jamases la he visto así. Me senté a su lado y esperé a que tuviera deseos de hablar. Pasaron como cinco minutos y me agarró las manos. Temblaba cuando me dijo:

La niña se murió.

Por poco me caigo de la silla. No sabía que Genoveva tuviera una hija. Ella es muy discreta en sus cosas. No se le conoce familia ni hemos sabido que tenga novio. La gente, que es muy lenguona, dice que no le gustan los hombres y que ella y la Zefe... No creo que sea verdad, pero si lo fuera, Ƒqué? Lo que vale de una persona es su forma de ser y Genoveva, lo que sea de cada quien, conmigo ha sido muy solidaria, así que traté de consolarla:

Dios sabe por qué hace las cosas. Si se llevó a la niña de seguro fue por su bien. La inocente ya es un angelito. ƑQué edad tenía la nena?

Genoveva movió la cabeza:

Creo que seis o siete meses.

Le di una palmadita en el hombro y seguí confortándola:

Al menos tuvieron tiempo de bautizarla. ƑCómo se llamó?

Como su madre, pero costó mucho trabajo convencer de eso al papá. El quería que la niña llevara el nombre de su abuela: Herculana. Genoveva me sonrió: ƑSe imagina la de burlas que le hubieran hecho a la niña en la escuela?

Dejó de llorar y le pidió a Zeferina un vaso de agua azucarada. Mientras se la bebía seguí hablando:

Mucho mejor haberle puesto Genoveva.

La fondera asentó el vaso en la mesa:

ƑNo le dije que a la niña la bautizaron con el nombre de su madre?

No entendí el motivo de su impaciencia pero le respondí en el mismo tono:

Pues por eso: Genoveva. O qué Ƒusted aparte se llama Carolina?

Genoveva y Zefe se echaron a reír. Sentí mucho coraje:

ƑQué les pasa: se están burlando de mí?

Zefe le aconsejó a su patrona que me contara lo que acababa de decirles Carolina. Es la esposa de Máximo. Viven en el 505. Es el único departamento de El Avispero que siempre está en silencio. No se oyen pasos ni música, si acaso dos o tres timbrazos del teléfono. Sólo recuerdo que en ese departamento vive una pareja cuando Máximo le grita a Toña, la del 404, que apague su lavadora porque les está quitando el agua.

III

Siempre que algún inquilino de El Avispero escandaliza, yo salgo y les pongo el ejemplo de Carolina y Máximo: tan callados, tan atentos. No volveré a hacerlo después de lo que Genoveva me contó hoy en la tarde:

Carolina me dijo que antes de venirse a El Avispero, Máximo, ella y su hijita vivían con sus padres en la Granjas. Se mudaron para acá después de que murió su bebé. Caro me contó que era muy linda, muy quieta, muy sana. Un domingo en la tarde Máximo estaba jugando con la nena. De pronto la vio arquearse y ponerse moradita, como si estuviera asfixiándose. Le ordenó a Carolina que llamara un doctor. Ella no pudo hacerlo porque el teléfono estaba descompuesto. Llevaba así varios días.

El le reclamó que no lo hubiera reportado y salió con la niña en busca de ayuda. Cuando llegó a una farmacia de Zaragoza la criatura estaba muerta.

Me extrañó mucho lo que Genoveva me contó. En las pocas oportunidades que he tenido de platicar con Carolina y Máximo, nunca mencionaron a la niña. Cuando Genoveva se refirió a la nena, pensé que la pareja no me había hablado de la criatura para no revivir el dolor de la pérdida; pero comprendí que su silencio se debía a otros motivos cuando Genoveva me contó el resto de la historia:

Máximo se mostró resignado y sereno ante la muerte de su hija. Carolina, en cambio, lloraba todo el tiempo, no comía y en las noches iba de un lado a otro buscando a su hijita. Sus suegros aconsejaron a Máximo que se llevara a su mujer a vivir a otra parte. Un cambio de ambiente la ayudaría a resignarse. El tomó en cuenta la sugerencia y antes de mudarse a El Avispero juró que haría hasta lo imposible para que Carolina olvidara la tragedia. En cuanto se vio solo con su mujer, él hizo lo contrario. No dudaría que Carolina acabara suicidándose.

Me quedé un rato escuchando a Genoveva. Salí de la fonda y, sin darme cuenta, subí corriendo las escaleras. Nadie me perseguía, pero no deseaba tropezar en el pasillo con la pareja del 505. Me conozco y sé que le hubiera dicho a Máximo:

Deja de poner cara de buen marido. Ya sé qué clase de infeliz eres: Carolina le contó a Genoveva cómo la tratas. Estoy segura de que Máximo me diría que lo juzgo mal, él le da a su esposa todo lo que ella necesita y nunca le ha levantado la mano. Carolina reconoció ante Genoveva que ella no sufre porque él la maltrate, sino porque le murmura y le ordena cosas:

Usted no se imagina lo que siento cuando Máximo me despierta a media noche para ordenarme que descuelgue el teléfono y compruebe que funciona, "por si se presenta otra emergencia". Toma un periódico y me lee la fecha: "Si hubiéramos podido llamar a un médico, hoy la nena estaría cumpliendo un año". Lo peor es cuando salimos y pasamos frente a una juguetería. Entra, pregunta si hay telefonitos y compra otro. Tenemos catorce. Los domingos los ordena sobre la mesa, los descuelga uno por uno y me dice: "No funciona. Está descompuesto. Repórtalo mañana para que vengan a componerlo".

Después de saber lo que sucede en el 505 he aprendido que el silencio puede ocultar el más horrible infierno.

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