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México D.F. Lunes 8 de noviembre de 2004

Iván Restrepo

Hablar de catástrofes

Es común que cuando se habla de catástrofes, de desastres naturales, siempre nos remitamos al mundo pobre, el subdesarrollado, donde vive la mayoría de la población. Sin embargo, la vulnerabilidad del ser humano ya no se circunscribe tan fácilmente a un continente o a un país en particular. Por lo menos eso indican los reportes que acaban de dar a conocer diversos organismos internacionales sobre el efecto de las catástrofes meteorológicas y geológicas ocurridas el año pasado. En grandes sumas, se habla de casi 80 mil muertos y 255 millones de damnificados, y los sitios más castigados fueron los países de desarrollo medio y alto.

Sorprende, en primer término, que la culta, cristiana y rica Europa haya registrado 35 mil muertes por el intenso calor (cinco grados más que el promedio) que hubo durante agosto pasado. Es la cifra más alta en cuanto a desastres en muchas décadas y demostró hasta qué punto había fallas en los sistemas de salud y de protección de las personas mayores en Francia, España, Portugal e Italia. No se dice, pero nadie lo niega, que también evidenció el abandono en que las familias tienen a millones de personas que viven solas en pequeños departamentos y que son abandonadas virtualmente a su suerte cuando llega la temporada de vacaciones. Igual se olvidan de miles de perros y gatos porque sus dueños no tienen con quién dejarlos.

En contraste, la otra gran tragedia, fruto de desastres, tuvo lugar en Irán, en la histórica zona de Bam, donde un terremoto mató a 30 mil personas y dejó miles de damnificados.

Estos dos ejemplos revelan cómo el planeta se hace más vulnerable a medida que aumenta la urbanización, cuando hay un acelerado deterioro del medio ambiente, sequías e inundaciones y no se combaten la pobreza y las enfermedades. Según el reporte más reciente de la Cruz Roja Internacional, en los últimos 10 años aumentó el número de desastres por los que murieron casi 700 mil personas y más de 2 mil 500 millones resultaron damnificadas. Es decir, casi la tercera parte de la población del planeta de alguna manera se vio afectada.

Una causa importante de todo lo que está ocurriendo radica en la manera cómo el ser humano trata a la naturaleza, la utiliza y hace mal uso de ella. En el caso de las inundaciones en Asia, Africa y Europa, los expertos afirman que su aumento se debe en muy buena medida al cambio climático. Mientras que América y Oceanía padecen por los huracanes y ciclones, que dejan estela de muerte y destrucción. Serían muchísimo menos las víctimas si se hiciera un uso racional y sostenible de bosques, selvas y manglares, se prohibiera construir asentamientos humanos en sitios de alta fragilidad ecológica y geológica, y si hubiera menos desigualdad social y económica. Son precisamente los países pobres donde más víctimas ocasionan los desastres naturales: por una que ocurre en el mundo rico, hay siete en el pobre.

En México este año parece que nos salvamos de los efectos devastadores de los huracanes y los ciclones. La amenaza de uno de ellos obligó a tomar medidas radicales en la zona costera de la península de Yucatán. Si nos atenemos a lo dicho por el alcalde de Cancún, Dios quiere mucho a los que habitan esa ciudad porque esta vez la intensa fuerza del viento y del agua no se hizo presente y se evitaron así víctimas mortales, damnificados y daños materiales. Un Dios muy injusto, cruel, porque se cebó sobre Haití, el país con mayor índice de pobreza de América Latina, donde dejó cientos de muertos y más carencias. La divinidad tampoco tuvo compasión con el sureste de Estados Unidos, donde dejó decenas de muertos y miles de damnificados. Y eso que el presidente de ese país tiene comunicación directa con el Altísimo, es su representante en la Tierra para combatir el mal que representa, por ejemplo, el aborto, las uniones homosexuales, el Islam o los experimentos científicos con células madres embrionarias.

No es una divinidad la que ocasiona o evita los desastres naturales. En muy buena parte somos los habitantes del planeta quienes los propiciamos, como demuestran todos los informes recientes.

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