.. | México D.F. Jueves 9 de diciembre de 2004
MEMORIAS DE LA CIUDAD /DE
LOS CANALES A LOS SEGUNDOS PISOS
En menos de 500 años, las acequias, convertidas
en túneles, y los ríos en avenidas
El concepto calles de tierra extingue el urbanismo
lacustre prehispánico
JORGE LEGORRETA ESPECIAL
En esta entrega presentamos la crónica de un desarrollo
urbano que hizo posible en menos de 500 años transformar acequias
en túneles, canales en drenajes, ríos en avenidas y, finalmente,
viaductos en dobles pisos. El concepto de tierra en las formas de la construcción
que, traídas de ultramar por la ciencia renacentista europea, dominó
y extinguió -por fortuna no del todo- el urbanismo lacustre de nuestros
antepasados.
Las primeras calles
Las primeras transformaciones de canales en calles de
tierra se dieron inmediatamente después de la conquista. Producto
de la destrucción, los canales de Tenochtitlán, anegados
de piedras y no pocos cadáveres, fueron cegados con el propósito
de aminorar las condiciones de insalubridad y, además, ganar más
"tierras para el repartimiento". Hacia 1524, el trazado geométrico
en damero, esto es, en retícula, dictada por Alonso García
Bravo, alarife de Cortés, sólo vendría a consolidar
las calles de la traza española, precisamente sobre algunos de los
antiguos canales prehispánicos.
Predominio de los constructores
Hay
un hecho casi desapercibido para los historiadores sobre las primeras obras
de drenaje de la ciudad, edificadas a partir del siglo XVII. Es el relativo
al criterio que prevaleció en la selección del proyecto triunfador
para construir el primer drenaje conocido como el canal de Huehuetoca o
Tajo de Nochistongo. El desvío y el desalojo de las aguas del río
Cuautitlán y del lago de Zumpango fue propuesto originalmente desde
1555 por Francisco Gudiel, basado exclusivamente en un canal abierto. "(...)
Una acequia de 60 pies de ancho que fuera a parar a ciertas quebradas de
Huehuetoca y de ahí (...) al río Tepexeque (afluente del
Tula) (...) por los canales o acequias podrían navegar hasta Huehuetoca
canoas y bergantines para proveer a los trabajadores de cal, muy buena
piedra blanca, leña, maíz y bastimentos" (Memorias del
desagüe, González Obregón, 1902, pág. 66).
Sin embargo, el proyecto ganador años después, en 1607, fue
el de Enrico Martínez, quien propuso, por el contrario, la edificación
de un túnel de siete kilómetros de largo y 50 metros de profundidad,
el cual, a la postre, sería insuficiente y para muchos causante
de la más larga inundación que sufrió nuestra ciudad
entre 1629 y 1634.
El tiempo daría la razón a Gudiel, pues
posteriormente, el túnel de Enrico Martínez fue abierto a
pico y pala para reconvertirlo en canal; la orden la daría en 1637
el virrey marqués de Cadereyta y se concluiría hasta 1789.
El canal reabierto, que corregiría durante 152 años la errónea
opción del túnel, se aprecia en el plano de Sigüenza
y Góngora, elaborado hacia mediados del siglo XVIII.
Tal experiencia histórica mostraría lo obvio:
construir un canal abierto ha requerido un mínimo de tecnologías
frente a las que ocupa la edificación de túneles. Desde entonces,
los criterios "empresariales de la obra pública" -por llamarlos
de alguna manera- empezaron a dominar y predominar en las grandes obras
hidráulicas. Dicha concepción ha prevalecido a lo largo de
la historia hidráulica de la ciudad y ha sido hasta nuestros días
el fundamento para entubar todos los canales prehispánicos y ríos
con que se ha topado la urbanización.
Las primeras acequias del Centro Histórico que
"se entubaron", causantes inclusive de inundaciones, se dieron desde finales
del siglo XVIII, en tiempos del virrey de Revillagigedo, y fueron comandadas,
seguramente, por el notable arquitecto Ignacio Castera. En 1792 un escribano
de nombre Francisco Javier Gutiérrez relata que, a su juicio, las
inundaciones se debían al cegamiento o "entubamiento" de las acequias
y a la supresión de las pendientes naturales del suelo. Transcribo
sus palabras: "(....) las calles que más se anegaron fueron aquellas
donde se habían sustituido los caños (canales o acequias)
que había en el centro de ellas por atarjeas (drenajes o conductos
tapados), y aquellas en que el terreno que antes tenía declive (...)
se había hecho plano". (Ibidem, pág. 243)
De los ríos a los viaductos
A finales de la década de los 30 del siglo XX,
el arquitecto Carlos Contreras continuaría con la idea de "entubar"
más ríos. En 1938 propuso edificar un anillo o bulevar de
circulación sobre los ríos de la Piedad, el Consulado y la
Verónica. ("Plano regulador del Distrito Federal, 1933" y "La Planificación
de la ciudad de México, 1918-1938", ambos documentos disponibles
en la Biblioteca Avery de la Universidad de Columbia, Nueva York). Contreras
se convierte así en el autor de los viaductos, esto es, construir
un ducto -de agua negra- y sobre él, pasar una moderna vialidad.
El argumento era el mismo esgrimido por los españoles desde la Colonia
y la Ilustración: abatir la insalubridad de los ríos convertidos
en drenajes abiertos. Las condiciones políticas del régimen
cardenista impidieron ponerlo en práctica. Pero con los siguientes
gobiernos tal propuesta urbanística fue más que aceptada.
En 1952, se inauguraría, sobre el río de la Piedad, el primer
y flamante Viaducto Miguel Alemán, y 20 años después,
entre 1972 y 1976, se daba paso al ambicioso proyecto vial del presidente
Luis Echeverría, denominado Circuito Interior, que incluyó
vistosos puentes elevados y 47 kilómetros de vías rápidas;
parte de ellas se hicieron sobre la calzada-río de la Verónica,
el río Consulado (propuestos décadas antes por Carlos Contreras)
y el Churubusco.
Si
nos preguntáramos hoy, con toda razón, ¿pudo ser distinto?
La respuesta es ¡sí! Una razón esgrimida para entubar
los ríos ha sido, como dijimos, resolver un problema sanitario,
pues fueron convertidos en drenajes cerrados de agua negra; pero bien se
pudo bajar unos cuantos metros el tubo para dejar intacto el cauce natural
del río y rehabilitarlo con agua tratada o bien con su propia agua
limpia, existente aún en sus partes altas. Preferimos el auto por
agua.
Las conceptos urbanísticos funcionalistas que predominaron
en las propuestas de Carlos Contreras y otros prominentes arquitectos de
ese entonces, nublaron las inteligencias para conservar la naturaleza de
la ciudad, uno de los elementos que le da valor inmobiliario a las metrópolis.
Nos guió -y nos guía todavía- una falsa modernidad:
la de destruir todo vestigio natural, que se opone al modelo de vida urbana
proveniente del predomino del automóvil. ¿Qué otros
ríos de la ciudad de México seguirán encapsulándose
en rígidos concretos para convertirlos exclusivamente en modernas
vialidades automotrices?
Sin embargo, cabe destacar un aspecto positivo del planteamiento
original de Carlos Contreras; este notable urbanista propuso vialidades
no sólo para automóviles, sino también para el transporte
público. Decía : "(....) Hay que arreglar y ampliar los cauces
del río del Consulado y del río de la Piedad, para convertirlas
en vías-parques y en arterias (...) con posibilidades de formar
(...) un circuito eléctrico de tránsito rápido (...)"
(Ibidem, Carlos Contreras)
No
se le hizo caso. Como es ampliamente conocido, en el Viaducto y en el Periférico
se entubó el agua de los ríos para dar exclusivamente cauce
a los autos, sin dejar una vialidad para el transporte colectivo. Eso fue
un error histórico que seguimos pagando hasta nuestros días.
En aquel tiempo el único transporte eléctrico era el tranvía,
pero después vino el Metro, como pasó con la calzada de Tlalpan,
convertida al paso del tiempo en una vialidad modelo porque combina autos
con transporte público. Y, aunque de haberle hecho caso a Carlos
Contreras, las actuales vialidades entubadas del río Churubusco,
San Joaquín o el Viaducto contarían en la parte central con
vías para transporte colectivo, es todavía tiempo de corregir
errores en las vialidades a construir en el futuro.
Un acotamiento. A tal grado ha sido en nuestra historia
el orgullo institucional de entubar canales y ríos, que el presidente
Adolfo López Mateos ante el Congreso, el primero de septiembre de
1960, declaró: "Fueron entubados los ríos de la Magdalena
y el Consulado, y sobre ellos se construyen dos importantes vías
de comunicación: la primera entre la avenida Universidad y Puente
de la Sierra; la segunda entre avenida Insurgentes Norte y el Puerto Aéreo".
Un año después, en l961, siguió informando: "Han quedado
entubados los ríos de la Piedad, Becerra, la Magdalena y Tacubaya,
así como el de San Joaquín, entre la glorieta de Mariano
Escobedo y la avenida Defensa Nacional". Y, por último, en 1963
dijo ante los mismos diputados: "Se entubó el río Churubusco
y Canal de Miramontes, con 12 y 7 kilómetros respectivamente".
La situación no paró ahí. A finales
del siglo XX y principios del XXI continuaron -y siguen aún- los
entubamientos: en 1993 fue el río San Buenaventura, paralelo al
Periférico; a partir de 1994, el Canal del Desagüe en el tramo
limítrofe con el estado de México, y por último, se
anunció ya el entubamiento del río de los Remedios y está
en espera el Canal Nacional, parte del río Ameca.
El autómovil, prioridad
La prioridad otorgada al automóvil en detrimento
del transporte público no es nueva; data desde mediados del siglo
XX. Cuando se inauguró el primer viaducto, en 1952, vivíamos
en el Distrito Federal sólo 3 y medio millones de personas y había
un vehículo por cada 42 habitantes. Hoy que somos alrededor de 22
millones de personas, hemos reducido drásticamente la proporción
a un vehículo por cada cinco habitantes. A ese paso habrá
más autos que habitantes, como -al parecer- sucederá en pocos
años a Los Angeles. Aquí y allá, como en todas las
grandes ciudades del mundo, los poderosos, consorcios automotrices siguen
incesantes su crecimiento.
¿Cuál
ha sido el impacto urbanístico y las consecuencias de seguir impulsando
esta tendencia? Irremediablemente la expansión de la ciudad, que
duplicó en los 30 años pasados sus áreas asfaltadas
y la pérdida invaluable de tierras agrícolas en sus alrededores.
Frente a esta creciente saturación vial, las primeras respuestas
fueron "ensanchar" las vialidades rápidas agregando con pintura
un carril más; luego, como efímero respiro, el Circuito Interior
y después los ejes viales con 350 kilómetros de vialidades
primarias; años después, edificar más puentes vehiculares
en algunos cruceros con intensos conflictos de tránsito, y recientemente
colocar un piso más a las vías rápidas, es decir,
construir vialidades sobre las ya existentes, estrategia urbanística
seguida desde hace 15 años en las grandes ciudades del mundo.
Pese a esos esfuerzos, la carrera ha sido ganada invariablemente
por el crecimiento de los vehículos automotores, que han requerido
cada vez más vialidades, mientras el transporte público ha
disminuido o simplemente desaparecido. Cifras: de 1980 a 2004 el Metro
redujo de 18 a 11 por ciento su participación en el total de pasajeros
transportados; los trolebuses disminuyeron y los tranvías, de plano,
desaparecieron. Es obvio que en estas condiciones, el auto ganó
la calle y la saturación vial no se hizo esperar.
Un viejo proyecto vial denominado autovías exprés
sobre el Periférico y el Viaducto, propuesto desde 1993, fue puesto
en práctica a partir de 2002, con algunas variantes de trazo por
el actual Gobierno del Distrito Federal. Así, un doble piso, conocido
como Distribuidor Vial San Antonio se edificó sobre Río Becerra,
antiguo río convertido hace años en brazo del Viaducto. Esta
vistosa e impactante obra vial, junto con la que se inaugurará en
diciembre próximo sobre el Periférico, concluye este largo
relato histórico de los canales prehispánicos a los dobles
pisos. Al parecer la anunciada obra elevada sobre el antiguo rio de la
Piedad, hoy convertido en viaducto, no será construida durante la
presente administración. Todo en aras de las modernidades y globalidades
por las que ha transitado la ciudad de México a lo largo de su historia.
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