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Viernes 21 de enero de 2005

PALABRAS DESDE EL SUR

En el cine, con Galeano

Durante una noche desoladora, en el viejísimo cine Plaza, pudimos disfrutar Whisky, segundo y multipremiado largometraje de dos jóvenes cineastas uruguayos, quienes ''nunca pensaron en retratar a un país, a una generación, a nadie''. Esa comedia competirá, en preselección, por el Oscar a la mejor película extranjera

JAIME AVILES ENVIADO

Montevideo, uruguay. Dicen que hay salas mejor acondicionadas, allá en el barrio de Pocitos, muy cerca de la rambla que corre con sus playas, sus palmeras, sus terrazas, a la orilla del Río de la Plata. Pero en el viejísimo cine Plaza, a unos pasos de la avenida 18 de Julio, frente a la plaza Cagancha, están dando Whisky, una película hecha en este país, de cuya cinematografía jamás he tenido noticia. El cartel pegado sobre los oscuros cristales de la entrada no es, por decir algo, incitante. Muestra los retratos dibujados de dos hombres y una mujer que nos miran con tristeza y resignación. Es todo. ƑEntramos?

ƑPor qué no? La noche se abre ante nosotros inmensa, vacía, desoladora. Así que damos el paso al frente, empujamos la puerta de vidrio, subimos unos breves peldaños hasta la sórdida penumbra del vestíbulo, en cuyo centro languidece la glorieta de la dulcería donde una mujer vende al mismo tiempo los boletos, los refrescos y las palomitas. Pero no queremos palomitas porque son dulces y no hay más. Los cortinajes, el amplio diseño del cubo de la escalera que debió ser majestuosa en los años 50, me jibarizan y reconvierten en el niño que era muchas décadas atrás cuando mi abuela Margarita Juana me llevó de la mano al estreno de Ben-Hur en el cine Alameda del DF.

Ascendemos, pues, hasta el palomar del cine Plaza, un balcón para 100 o 150 espectadores, que flota en la oscuridad sobre el patio de lunetas, vacío, cerrado, allá abajo. Las butacas son de madera lisa, rígida, exigentes; los descansabrazos carecen de buchaca de mesa de billar para colocar las botellas de agua que hemos comprado y la pantalla, desnuda de telón, no está conectada con altavoces de sonido sensarráun ni nada de eso. Cuando empiece la función, sin cortos ni avances, advertiremos que la máquina del proyeccionista impondrá una sombra en el ángulo superior izquierdo a todo lo largo de la cinta.

Pero ya estamos aquí. Huímos del centro de Montevideo para entrar, con las primeras imágenes, en otro barrio de la misma ciudad, una zona, digamos, proletaria, muy temprano, poco después del amanecer, velada por la neblina de mayo que anuncia los fríos del invierno austral. Alto, huesudo, ceñudo, tristísimo, de percha, no así de ánima, quijotesca, Jacobo Köller aparece caminando por una calle solitaria, ingresa en el ámbito miserable de un café vacío, se sienta a comer un sandwich ante cuyas migajas se inclina como un perro hambriento y pide al dueño que encienda la luz porque la calígine es insoportable.

Sale de allí encorvado, arrastrando los pies, muerto en vida con su espesa barba gris como cola de rata, y llega hasta la cortina metálica de un pequeño taller donde ya lo espera Marta, una mujer insignificante. La cámara muestra cómo Jacobo retira meticulosamente el candado, levanta la valla y penetra seguido de quien, ahora lo sabremos, es su empleada de confianza. Adentro, ambos conectan los switches y encienden las máquinas antediluvianas de una fábrica de calcetines. Poco después se presentan las únicas dos obreras, que se ponen a trabajar como mulas hasta el cierre. Corte.

Al día siguiente, Jacobo y la Marta repiten -y la cámara registra con monotonía- la rutina de la víspera con leves variantes: por ejemplo, Jacobo trata de abrir una persiana y ésta se rompe; escribe una carta a máquina y sale a enviarla por fax a Brasil. Corte a: lo mismo el tercer día, el cuarto, el quinto. Y aquí, lo confieso, me duermo. Pero entonces me despierta la primera carcajada del público. Jacobo ha pedido a Marta que se corte el pelo, se compre ropa de clase media y se mude a vivir con él, por un tiempito, a su casa. Sí, porque a resultas del fax mandado a Brasil, de un momento a otro aterrizará en el aeropuerto montevideano de Carrasco nada menos que Herman, el hermano exitoso del fracasado empresario.

Y Herman, que vive en São Paulo y es dueño de otra fábrica de calcetines, sólo que ultramoderna, próspera, exportadora, con una jugosa cartera de clientes en Europa, ha venido a reunirse con Jacobo para asistir al cementerio a cumplir con los ritos funerarios de los judíos con motivo del primer aniversario de la muerte de la madre de ambos. Una madre de la que él, Herman, jamás se ocupó, ni con dinero ni con nada. Por su parte, para disimular la uruguaya ruina de su vida, Jacobo presenta a Marta como su esposa, papel que la mujer insignificante, ahora sólo en apariencia, desempeña con espectacular eficacia, contribuyendo a que la película se convierta poco a poco en una deslumbrante comedia, rica en humor negro, melancolía venenosa y provocadoras invitaciones a la polémica y la especulación.

Lejos de Hollywood

Segundo trabajo en gran formato de los jóvenes cineastas uruguayos Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, Whisky obtuvo durante 2004 una lluvia de premios y alabanzas en los festivales de Cannes, Huelva, Tokio, Chicago y La Habana, y si no pudo aspirar al galardón español del Goya fue por falta de presupuesto para cubrir las cuotas de publicidad e inscripciones. Pero el éxito ha sido también inmenso para los estupendos actores Andrés Pazos (Jacobo), Mirella Pascual (Marta) y Jorge Bolani (Herman), y la buena fortuna ha sido tan generosa con esta obra extraordinaria que el mes próximo competirá, en preselección, por el Oscar a la mejor realización extranjera.

Basada en una historia real, la biografía del abuelo de Fernando Epstein, el productor de la cinta, y filmada en la mismísima fábrica de calcetines donde vivió sus últimos años ese hombre tan frío y desamparado como el Jacobo de la ficción, Whisky tiene, entre sus mayores virtudes, la de plantear incontables preguntas y no ofrecer ninguna respuesta. Eduardo Galeano, quien también se durmió durante las reiterativas escenas del primer rollo, afirma que ésta es una muy clara diferencia entre el cine de arte y Hollwood. Se refiere, por ejemplo, a ese momento muy cerca del final cuando Marta le entrega un papelito a Herman sin que se dé cuenta Jacobo, y Herman se lo guarda tranquilamente en el bolsillo para leerlo después. ƑQué dice el misterioso mensaje? Ese es un enigma que mantiene en vilo a los uruguayos y que nadie despejará. Galeano agrega, con toda razón: ''Hollywood, en cambio, hubiera obligado a los directores a revelarlo".

En un comentario para el semanario Brecha, la crítica especializada Rosalba Oxandabarat escribe que 2004 ''fue, indudablemente, el año de Whisky". Y al referirse al diluvio de premios que obtuvo en el extranjero, añade: ''Afuera se reconoció lo que adentro la crítica y varios miles de espectadores -no los suficientes- celebraron: una película sutil, tierna, patética, divertida, absurda, tan uruguaya -aunque algunos prefieran que ese matiz uruguayo de decadencia y soledad no sea apreciado en el exterior, algunos que incluyen a un ex ministro de estado- en lo que muestra y en lo que sucede que sólo podía haber sido hecha por un par de muchachos que nunca pensaron en 'retratar' a un país, a una generación, a nadie".

Llevada por su entusiasmo, la comentarista propone: ''Si la reina de Inglaterra nombró caballeros a los Beatles hace cuatro décadas, como acá no hay esas distinciones habría que hacer un homenaje machazo a Whisky por su aporte al consuelo nacional". Puede que tenga razón. Con este trabajo tan rotundamente uruguayo, la cinematografía latinoamericana de 2004 redondeó un año de importantes contribuciones, entre las que destacan por su fuerza María llena eres de gracia (paradójicamente rodada por el estadunidense Joshua Martson), Temporada de patos, del mexicano Fernando Eimbcke y Machuca, del chileno Andrés Wood, que causó furor en Santiago. Pero, con toda humildad, para decirlo pronto, el haber visto Whisky en el corazón de Montevideo ha sido un privilegio por el que, si no hubiese aquí nada ni nadie más, valió ya la pena este viaje a Uruguay.

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