Usted está aquí: viernes 17 de junio de 2005 Sociedad y Justicia De patito feo a secundaria modelo en Iztapalapa

De patito feo a secundaria modelo en Iztapalapa

Otrora territorio de bandas, el plantel Japón fue transformado por maestros, padres y alumnos

CLAUDIA HERRERA BELTRAN

Cuando Wendy Delgado supo que iba a ser alumna de la secundaria 132 Japón se soltó a llorar. No se imaginaba en una escuela que era territorio de peleas de bandas juveniles, donde circulaba droga y que "parecía una cárcel" con sus salones sucios, oscuros y pintados de grafitis.

Su secundaria, una de las mil 300 del Distrito Federal, tenía la peor reputación de los planteles públicos de Iztapalapa. Los profesores faltaban continuamente o daban clases de apenas 20 minutos y sus egresados obtenían los resultados más bajos en el examen de ingreso a bachillerato; la escuela ocupó el lugar 926 en el concurso del Ceneval de 2001.

Wendy pidió que la inscribieran en otro colegio, pero "me tuve que aguantar", ya que no había lugar disponible donde deseaba estudiar. Como ella, la mayor parte de los casi 800 alumnos del plantel habían sido rechazados de otras secundarias y asistían por obligación a la 132 Japón, ubicada en el pueblo de Santa Cruz Meyehualco, barrio pobre y populoso del oriente de la ciudad.

Pero la desesperación de esta alumna de 13 años se transformó pronto en optimismo. Alentados por una joven directora, padres de familia, alumnos y maestros se pusieron como meta dejar atrás la "mala fama" y convertir su colegio en el mejor de la zona.

Unos cambios mínimos detonaron el entusiasmo. Se pintó la fachada, los muros de los salones fueron derribados y en su lugar se colocaron grandes ventanales. En los patios de cemento los adolescentes colocaron jardineras y plantaron árboles frutales.

Además hubo una reforma de mayor profundidad que convirtió a esta escuela en ejemplo a seguir en el Distrito Federal: el turno vespertino desapareció y con ello se extendió la jornada escolar, lo que hizo imprescindible la apertura de un comedor.

Desde noviembre los alumnos asisten por las tardes a clases de regularización de matemáticas y español, así como a talleres de cómputo, ajedrez, teatro, poesía y atletismo, lo que hace de ésta la primera secundaria de tiempo completo de la capital.

También es la única con comedor que da servicio, a bajo costo o gratuito, para los becados. Esta opción es una maravilla para muchos adolescentes, cuyos padres son tianguistas y obreros que trabajan todo el día y están lejos de casa o no tienen dinero para comprar comida nutritiva.

Hace dos años, la directora del plantel, Francisca López Pérez, motivó a la comunidad escolar a dejar atrás la apatía.

Así dio inicio a una lenta devoción por la escuela. Con un millón de pesos que aportó la delegación Iztapalapa y con otros apoyos de la SEP, las paredes pintarrajeadas fueron cubiertas de amarillo y azul, y los baños se renovaron. Los alumnos del taller de estructuras, dirigidos por el maestro Rubén Sánchez, colocaron rejas para hacer más seguro el inmueble.

Sylvia Ortega, responsable de los servicios educativos en el Distrito Federal, califica esta escuela de modelo para muchos planteles, a los que se deben dedicar más tiempo, esfuerzos organizativos y dinero aprovechando el descenso de la población estudiantil en esta ciudad.

En tiempos de Bravo Ahuja

El plantel se ubica en el pueblo de Santa Cruz Meyehualco, una de las siete colonias de Iztapalapa que son señaladas por las autoridades delegacionales como focos "rojos" del narcomenudeo.

Sobre Ermita Iztapalapa, la avenida principal, hay una larga hilera de deshuesaderos, adonde llegan muchos de los automóviles que son robados en la ciudad, así como mercancía que se expende en tianguis de Santa Cruz Meyehualco, también conocido por la venta de productos piratas.

Esta colonia es representativa de los problemas que aquejan a Iztapalapa: alta densidad de población, falta de agua potable, altos niveles de delincuencia, que -según cifras de la delegación y de la Secretaría de Seguridad Pública- se traducen en la existencia de 130 bandas delictivas y 150 puntos de venta de droga.

En este ambiente, 760 adolescentes asisten a la secundaria Japón. La mayoría provienen de colonias populares: La Era, Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, Jalpa, Presidentes de México.

Por una placa de la entrada y los recuerdos que hilvana el maestro jubilado Andrés Olivos se puede rastrear algo de la historia del plantel. Se fundó en junio de 1971, cuando Luis Echeverría era presidente de la República y Víctor Bravo Ahuja, titular de la Secretaría de Educación Pública.

"En esa época la escuela estaba muy bonita y muy equipada, pero con el tiempo se fue cayendo", explica el profesor Olivos. Había tantos planes, dice, que un día la embajada de Japón ofreció construir gimnasio y alberca.

Nadie se acuerda por qué el proyecto no prosperó, pero sí cuándo empezó el derrumbe. Como si se tratara de una leyenda, los profesores de mayor antigüedad cuentan que a finales de los años 70 estudiantes de la Vocacional 7 se enfrentaron con los alumnos del turno vespertino y "casi destruyeron" el edificio. Luego, agentes federales vigilaron el plantel durante un mes en espera de encontrar traficantes de drogas.

Integrantes de bandas como Los Babys, Los Panaderos y El Hoyo iban al plantel a buscar pleito, o incluso estudiaban ahí, recuerda el prefecto José Antonio Zúñiga. La geografía no ayudó mucho, porque la escuela se encuentra en la frontera entre el pueblo de Santa Cruz Meyehualco y la colonia La Era, y los chavos banda se disputaban el territorio.

"Había muchos vagos que metían droga y se peleaban", recuerda Mireya Ríos, quien con preocupación inscribió a su hija.

Adentro el panorama era lúgubre: salones oscuros, paredes viejas y, como mala jugada del destino, el paisaje cotidiano de los alumnos son las lápidas y cruces del panteón del pueblo de Santa Cruz Meyehualco, de la calle de enfrente.

Pocos querían inscribirse. Hubo años en que sólo se presentaron 50 solicitudes para los dos turnos, y por eso la matrícula de casi 800 alumnos se completaba con jóvenes rechazados de otros planteles.

Pero a partir de los cambios, la directora presume que por primera vez se van a dar el lujo de rechazar alumnos. Para el ciclo que empieza en agosto, la inscripción fue de 434, y sólo hay cupo para 300.

Somos raza de águilas

El primer paso para acabar con la mala reputación de la escuela fue el "cambio de imagen". Con ayuda de los adolescentes se ideó un nuevo escudo, en el que aparecen dos manos sosteniendo un átomo como símbolo de la ciencia. Hoy con orgullo los alumnos lo portan en sus uniformes.

Y la escuela adoptó como lema una estrofa de un poema de Amado Nervo: "Somos raza de águilas/ y raza de leones/ de leones indómitos/ de coronas fulgentes/ y de águilas reales/ que en los hoscos peñones/ estrangulan serpientes".

Alumnos y papás participaron en la limpieza y remodelación de los edificios. "No puedo decir que no hay pintas en las paredes, pero se ven más cuidadas", explica la directora.

El maestro Arturo Falcón, junto con cuatro jóvenes de segundo año, plantó en los dos patios cipreses, manzanos, limoneros, árboles de mandarina y rosales. Es dulce ver cómo en sus horas libres los muchachos los riegan y arreglan.

Pero las transformaciones no se dan al paso que todos quisieran. El laboratorio de física y biología dejó de ser el "terror" de los alumnos con unas cuantas modificaciones, pero las precariedades siguen ahí. La tubería de gas no funciona y faltan muchas sustancias y equipo básico para que los muchachos puedan hacer los experimentos.

La biblioteca apenas comenzó a tomar forma con la colocación en estantes de libros que estuvieron arrumbados varios años, mientras los techos de los talleres, construidos de láminas de plástico, están en riesgo del derrumbe si no son reparados pronto.

Aun así, maestros y directivos no dejan de hacer planes. La directora quiere conseguir fondos para colocar un kiosco en el centro del patio, con el propósito de rescatar "el sentido de pueblo" que tenía la colonia antes de su urbanización, y también está esperanzada en que la SEP implante el programa Sec XXI, costoso proyecto que dota de tecnología de punta a las secundarias capitalinas.

A comer

En la puerta de entrada del colegio cuelga un papel con el menú del día: pollo en adobo, consomá, frijoles, agua de mango y Danonino.

Como los estudiantes permanecen más tiempo en la escuela fue necesario crear un comedor. Las maestras comentan lo útil que ha sido para dar atención a alumnos; muchos provienen de familias desintegradas y pobres.

Antes varios niños se quejaban de dolores estomacales o se desvanecían en las ceremonias cívicas, porque no habían desayunado. "Les comprábamos una quesadilla, un jugo de naranja o un litro de leche", explica la directora.

Para Wendy Delgado, una de las 150 estudiantes becadas, el comedor significa la diferencia entre "comer cualquier cosa que encontraba en el refrigerador" de su casa y tener una alimentación más completa en la escuela.

Actualmente la organización filantrópica Cáritas de México les obsequia o vende a bajo costo verduras, arroz y frijoles, y tres cocineras, contratadas por la SEP, se encargan de prepararlos. Cada niño paga ocho pesos por comida y los que están becados reciben gratis los alimentos.

Gracias al comedor, los directivos pudieron detectar que dos jovencitas padecían bulimia.

Pero no todo es perfecto. El profesor Falcón, que supervisa el ingreso de los niños al comedor, comenta que ha bajado la asistencia. Diariamente van 100 de 300 muchachos.

No es fácil cambiar los hábitos alimenticios de los adolescentes. "A los niños les ha costado trabajo comer verduras. Piden pizza, papas, refrescos, y como no se los damos prefieren comprar chatarra en la cooperativa", explica Aura Sánchez, una de las cocineras.

La cocina tampoco cuenta con equipo suficiente. Sólo tres refrigeradores y dos estufas viejas -que eran del taller de cocina-, algunas cacerolas y licuadoras. La directora espera que el próximo ciclo escolar la SEP los inscriba en el Programa Escuelas de Calidad (PEC) y con los recursos disponibles pueda comprar otro refrigerador.

A la maestra con cariño

Norma Torres, la maestra Cofi, como la llaman sus compañeros, abandonó una tranquila escuela de clase media en la que esperaba jubilarse y aceptó el reto -así lo define ella- de encabezar la academia de matemáticas en la Japón.

El desafío es mayúsculo, porque se encontró con muchachos "mal preparados", algunos de segundo grado que no sabían ni multiplicar.

La profesora tomó un segundo aire con sus nuevos alumnos y, emocionada, expone sus métodos para motivar a estudiantes y papás "para que dejen de conformarse con un seis de calificación".

De su casillero extrae una cajita de cartón y la abre. Adentro hay un dominó que los propios muchachos elaboraron con sobrantes de madera y utilizan junto con otros juegos de mesa para aprender las fracciones matemáticas.

La maestra Cofi extrae su esperanza más vital, aconseja a sus alumnos terminar la secundaria y seguir una carrera, aunque sea técnica. "Un día un muchacho me dijo que no tenía caso estudiar tanto si iba a ser albañil como su papá, y yo le dije que podía seguir esos pasos, pero llegar más lejos y diseñar casas."

Aún es poco tiempo para medir los avances, pero hay atisbos de solución. El índice de deserción se redujo a la mitad, sin embargo las evaluaciones todavía indican que la mayoría de los 760 alumnos están muy mal en matemáticas y español. El otro punto crítico es que los estudiantes más conflictivos fueron cambiados de escuela, porque aquí ya no se toleraba la indisciplina.

Los resultados académicos todavía no son visibles, pero -como dice el maestro Rubén Sánchez, el que hizo el nuevo portón- "en una escuela bonita los muchachos están a gusto y puede que aprendan mejor".

Dar mayor libertad de operación a las secundarias, dignificar sus edificios, quitar carga burocrática a directivos y maestros y extender los horarios, son los cambios que las autoridades de la SEP en el Distrito Federal buscan implantar como complemento de la reforma de este nivel educativo.

La responsable de los servicios educativos en la capital del país, Sylvia Ortega, explica que la reforma de los planes de estudio de la secundaria sólo puede funcionar si se acompaña con un cambio de la gestión escolar.

"Nosotros tenemos que reformarnos para poder dejarle más libertad a la escuela; eso significa que su carga administrativa, de gestión y de obligaciones de entrega de reportes y aplicación de sanciones se reduzca al mínimo", señala.

Atribuye el bajo desempeño escolar de los estudiantes a que la escuela no está respondiendo a las expectativas de los alumnos. Ubica entre esos problemas el que los supervisores escolares se convirtieron con el tiempo en "tramitadores" y "reportadores" de faltas administrativas en vez de auxiliares pedagógicos de los directivos.

Como herencia de las prácticas "autoritarias y burocráticas" del pasado, las escuelas aún tienen que cubrir una serie de trámites y exigencias impuestas desde las oficinas gubernamentales. Pero, según Ortega, esta situación se está destrabando. Ejemplo de ello, dice, es que tal como los planteles participantes en el Programa de Escuelas de Calidad (PEC), las más de mil 300 secundarias del DF también elaboran proyectos escolares que les sirven de guía para hacer sus reformas internas.

Considera que el ejemplo de la secundaria Japón, que "venía del subsuelo", puede multiplicarse en otras escuelas. La instalación de un comedor y la dignificación del edificio fueron suficientes para que ese plantel, ubicado en una zona "amolada", se transformara.

Admite que el autoritarismo de algunos directivos debe ser sustituido por liderazgo, lo que significa que el director sea capaz de promover el trabajo en equipo de la comunidad escolar en vez de recurrir a la imposición. La dignificación de los espacios escolares es el otro elemento que, en su opinión, es "crucial" para que las escuelas mejoren.

Señala que se puede aprovechar el descenso de la población escolar para ampliar los horarios en las escuelas, como ocurrió en la secundaria Japón, donde se imparten talleres culturales y clases de regularización de español y matemáticas.

Es indispensable ampliar los horarios, porque los estudiantes en la ciudad de México tienen pocas opciones de recreación.

Explica que en el pasado las escuelas ofrecían actividades extracurriculares por las tardes, pero esa posibilidad se perdió cuando se masificó la matrícula en los años 70.

"Está probado que si se retiene por más horas a un estudiante en una buena escuela, que le ofrezca varias opciones, el adolescente se va a comprometer más con el estudio, le va a encontrar gusto a la escuela y va a tener una cosa que es indispensable en el logro educativo, que es sentido de pertenencia."

Afirma que una de las situaciones graves en la secundaria es que los muchachos no se sienten parte de su escuela ni de su comunidad, y por eso es importante hacer que se sientan orgullosos de formar parte de un centro escolar.

Claudia Herrera Beltrán

 
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