Usted está aquí: jueves 14 de julio de 2005 Economía Civilizar la globalización

Orlando Delgado Selley

Civilizar la globalización

Los recientes acontecimientos ocurridos en Gran Bretaña evidencian la urgencia de medidas que alteren el rumbo del mundo. Tanto los atentados en Londres como los resultados de la reunión del Grupo de los Ocho (Estados Unidos, Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Canadá y Rusia) más el representante de la Unión Europea y los cinco invitados (China, México, India, Brasil y Sudáfrica) cuestionan la pertinencia de una globalización que ha exacerbado las tendencias concentradoras y excluyentes del funcionamiento del capitalismo. La reducción de la deuda externa de 18 países muy pobres y muy endeudados que acepten abrir sus economías a la participación de inversiones privadas extranjeras es un paliativo que, por supuesto, alivia la situación de los países involucrados, pero no altera el rumbo de la globalización.

América Latina, obediente y entusiasta instrumentador de las reformas que ampliaron la acción del mercado, no ha alcanzado los objetivos que se plantearon los reformadores. Los cambios ocurrieron tras la "década perdida" (1980-90) y sus impactos benéficos fueron menos dinámicos de los esperados y poco duraderos. Además, tras unos cuantos años de crecimiento, para el subcontinente hubo lo que en la literatura se denomina "media década perdida": 1998-2002. En crecimiento ha sido magro e inestable, pero lo que se ha consolidado es la desigualdad. Somos la región más desigual del mundo, con niveles de concentración, expresados a través del índice de Gini, de 0.548 y con una pobreza que abarca 44 por ciento de la población, es decir, a 220 millones de personas.

En México, desde el principio de los tiempos de estas reformas, los gobernantes han sido escrupulosos en la atención a las políticas derivadas del consenso de Washington. Luego de la crisis de 1982, los principales propósitos fueron la estabilización de la economía y la reducción de la presencia estatal. Ello implicó la venta de cientos de empresas públicas, el desmantelamiento de los mecanismos de protección comercial de la industria asentada en nuestro país, el otorgamiento de la autonomía del banco central, entre otras acciones. Entre los resultados destaca el control de la inflación, que se ha ubicado en los últimos cuatro años en 4.8 por ciento promedio anual, ligeramente superior a la meta que se ha propuesto el Banco de México.

El otro logro reconocido por los organismos financieros y ampliamente publicitado por el gobierno foxista es haber reducido el déficit fiscal. En estos cuatro años, el déficit promedio anual ha sido de 0.7 por ciento del producto, lo cual ha llevado a que el gobierno foxista se proponga una meta para 2005-06 de déficit cero. Estos resultados, sin embargo, no han sido suficientes para que la economía crezca a los ritmos requeridos, mucho menos para que se creen los empleos necesarios para los jóvenes que se incorporan anualmente a la fuerza de trabajo. Los bancos -según la versión oficial- se han fortalecido y pueden compararse favorablemente con sus equivalentes en los países de la OCDE, pero siguen prestando muy poco: apenas 10. 4 por ciento del producto en 2004.

Se cuidaron los equilibrios básicos, pero no se atendieron con igual celo los rezagos sociales. Por ello, mientras se fortalecía la confianza de los inversionistas en el gobierno, y particularmente en las autoridades económicas, para la población crecía la insatisfacción por los resultados de la democracia. Especialmente grave es lo ocurrido en el mercado de trabajo que no sólo no atendió los requerimientos del crecimiento de la fuerza de trabajo, sino precarizó los empleos que pudieron conservarse. Cerca de 50 por ciento de la población económicamente activa se ubica en la informalidad, los pocos empleos nuevos fueron informales.

Así las cosas, es claro que lo que demanda urgentemente la población del mundo y la de América Latina es modificar la práctica política de los gobiernos. Abandonar la concepción económica que fundamentó el consenso de Washington, para corregir la agenda para los próximos años. El gobierno mexicano poco puede hacer a escala internacional. Carece de prestigio y su opinión no es más que la repetición de la prédica neoliberal. Por eso, cuando se habla de ampliar el Grupo de los Ocho, se propone a China, India y Brasil. Nadie piensa en México. La tarea de este gobierno, en consecuencia, debiera ser a nivel local, replantear las líneas básicas de su propuesta económica y presupuestar con arreglo a una nueva escala en la que sea prioritaria la atención a la educación, salud, vivienda. Con ello aportaríamos nuestra propia manera de civilizar la globalización.

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