Usted está aquí: miércoles 10 de agosto de 2005 Política Polvo satánico

José Steinsleger

Polvo satánico

Atosigados bajo una capa de verbosidad teórica y seudopacifista, en Irak y Afganistán la guerra nuclear funciona a todo vapor. ¿La aterradora espectacularidad del hongo es igual a guerra nu-clear? No necesariamente. La propaganda belicista requiere que lo nuclear marche asociado al pavor estético de los hongos, en tanto experimenta con nuevas armas que emplean una millonésima parte de la energía nuclear liberada en Hiroshima y Nagasaki.

Un modo de tranquilizar al vulgo. A seis décadas del holocausto japonés (al que el sionismo dominante en Hollywood ha dedicado tan pocos filmes) las bombas de 1945 representan un anacronismo de la tecnología militar. Ni los pacifistas, ni los científicos humanistas, ni los políticos demagogos conocen del asunto. Fueron los militares y los inversionistas de la industria bélica mundial los que modernizaron el concepto de guerra nuclear. Hongo por hongo, la guerra resultaba negocio para nadie. Y las guerras del capital deben ser, por sobre todo, lucro y ganancia para los vencedores.

En el mundo la mayoría de la gente quisiera acabar con Bush. Pero Hitler perdió la guerra porque consiguió alinear contra él a todas las fuerzas políticas del capitalismo y el socialismo. No solamente lo militar y lo político predominaron en la victoria de la Unión Soviética sobre Alemania, y la de Estados Unidos sobre la "patria del proletariado".

Una determinada concepción de las cosas las hizo posibles. Ni la ideología de Hitler ni la de Stalin podían salir airosas ante la ideología totalitaria de Washington, conducida políticamente de modo menos idealista y más perverso que el nacional socialismo y el socialismo nacionalista de Estado. Ambos modelos no fueron "lo mismo". Ambos fueron hijos del positivismo y el romanticismo.

De ahí la extrema peligrosidad que empezando por el pueblo de Estados Unidos, representa la pandilla de guasones de los Bush para todos los pueblos del mundo. Y creáme: las cosas ya no están para que en un par de años más los políticos de Washington resuelvan el drama con la "alternancia". La guerra total por el control de los recursos del planeta va, y las potencias más ricas del orbe mantienen con firmeza el timón de esta determinación.

Por ello, si con los atentados de Nueva York, Madrid, Londres y Egipto a usted le parece injusto sensibilizar a la opinión pública acerca del sufrimiento de iraquíes y afganos, trate al menos de organizar una cruzada de solidaridad con los chicos de los ejércitos del bien que, por defendernos del mal, les va muy mal.

Las agencias de noticias aseguran que sólo en Irak han perecido cerca de 2 mil invasores a manos de la resistencia patriótica, que el lenguaje informativo "pop" llama "insurgencia". Mas nada dicen acerca del estado de salud de los soldados licenciados que han empezado a morir dolorosa y lentamente con las entrañas cocinadas.

En Estados Unidos, Reino Unido y Canadá murieron en el silencio informativo 11 mil de 240 mil veteranos enfermos que combatieron en la primera guerra del Golfo (1991). Leuren Moret, experto en polvo atmosférico de la Universidad de Berkeley, asegura que muchos soldados de aquella época recibieron diagnósticos de tumores cerebrales, daños en el cerebro y procesos de pensamiento distorsionado tras haber inhalado el fino polvo de uranio radioactivo (RUD, por sus siglas en inglés), liberado en partículas por las armas que dispararon.

Hay personas que prefieren no saber que por efecto del RUD en Irak y Afganistán los niños nacen sin cerebro, y las mujeres dan a luz pedazos de carne. Pero quizá sí le inquiete saber que en Estados Unidos también están naciendo niños sin ojos, sin oídos, con dedos fundidos, daños en el tiroides y malformaciones a causa de los efectos genéticos que sus mujeres llaman "semen ardiente".

El RUD interfiere en las mitocondrias, esos bastoncitos presentes en el citoplasma de las células animales y vegetales, que transmiten la energía a todas las células y nervios, causando enfermedades como las de Parkinson, esclerosis mental (enfermedad de Lou Gehrig) y un tipo muy agresivo de cáncer linfático (síndrome de Hodgkin). El uranio no puede ser extraído del organismo. No hay tratamiento. No hay cura. Y desde los cadáveres enterrados sigue irradiando el ambiente.

Bob Nichols, investigador del periódico Oklahoma City, cuenta que un almirante de India calculó a cuántas bombas nucleares de Nagasaki equivalía la radiación liberada en 2003 por 2 millones de kilos de uranio esparcidos en Irak, por balas estadunidenses, granadas de 120 mm., bombas bobas, bombas inteligentes y bombas de 250 y mil kilos. Un misil crucero carga hasta 400 kilos de uranio. El almirante concluyó: a 250 mil bombas nucleares. Calma... leyó bien: 250 mil bombas nucleares.

Irak y Afganistán quedan muy lejos del mundo lindo. ¿Cuán lejos? Nichols registró que desde inicios de la guerra, cuando en Europa continental y Gran Bretaña soplan en marzo los vientos del sur y del este, los conductores de los coches estacionados vienen observando en los parabrisas puntitos muy brillantes de colores, mezclados con la fina arena del desierto. Por ahora no les preocupa.

 
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