Usted está aquí: viernes 30 de septiembre de 2005 Política Crisis petrolera

Adrián Lajous

Crisis petrolera

Estamos enfrentando la primera crisis energética del siglo XXI. Hay cierto consenso respecto a discontinuidades y cambio estructural, desequilibrios y estrangulamientos que hoy caracterizan a la industria petrolera global. Los recientes desastres naturales en la costa estadunidense del Golfo de México contribuyeron a disparar esta crisis, pero no son su causa. Cualquier otra disrupción significativa agravará la situación. La vulnerabilidad de los mercados se refleja en los aumentos de precios registrados hasta ahora. Las causas que subyacen en esta coyuntura crítica son de carácter estructural, resultado de una subinversión crónica de la industria petrolera mundial, tanto en las actividades de exploración y producción primaria como en las de refinación y a lo largo de toda la cadena logística. Estas restricciones aparecieron brevemente, con menor fuerza, en 2000, aunque fueron encubiertas por la recesión global subsecuente. Sin embargo, una vez que la demanda de energía se recuperó e inició su expansión, dichas restricciones resurgieron y se agudizaron. El shock imprevisto de la demanda asiática y estadunidense incidió sobre el delicado balance del mercado, perturbando las estructuras de precios del petróleo y del gas natural.

Los acontecimientos recientes de la industria petrolera deben ubicarse en un contexto más amplio. 1) Los precios de otros combustibles han subido a ritmo similar o más acelerado. 2) Los precios de muchas otras mercancías han aumentado, impulsados por fuerte crecimiento de su demanda atribuible a la expansión asiática. 3) La economía mundial padece desequilibrios macroeconómicos de proporciones históricas, las tasas de interés de largo plazo tienden a aumentar a niveles considerados más normales, la desbordada especulación en bienes raíces es amenazante y el incremento de los precios del petróleo y del gas natural pone en riesgo el crecimiento económico. Sin embargo, será más fácil atribuir a los altos precios del petróleo la pérdida de dinamismo de la economía mundial. Para el público consumidor, estos precios son algo tangible que afecta su vida cotidiana. Será también más plausible culpar a los productores árabes y a las grandes petroleras de los tiempos difíciles que se anuncian, que a bajas tasas de ahorro, a amplios déficit comerciales y fiscales, y a tasas de crecimiento económico regional desfasadas.

Eventualmente los altos precios del petróleo y del gas racionarán el volumen demandado y, en algunas instancias, eliminarán su consumo. La exhortación a moderar la demanda de combustibles sólo tendrá resultado si se acompaña de altos precios. Diversos estrangulamientos en su larga cadena productiva podrían ocasionar aumentos adicionales de precios sin precedente. En las condiciones actuales todo lo que se requiere es un invierno frío o la interrupción de suministros en cualquier parte del mundo. Esto debilitaría aún más las perspectivas de crecimiento económico y podría limitar la inversión requerida por las industrias petrolera y del gas natural. Hasta hoy la economía mundial ha acomodado razonablemente bien los altos precios de los hidrocarburos, pero no es seguro que mantenga esta capacidad.

Con frecuencia se escucha que los actuales niveles de precios del crudo son insostenibles, pero que no volverán a situarse en torno a 20 dólares por barril. Es necesario entender mejor la magnitud de los procesos de ajuste ocasionados por los altos precios. No se sabe hasta dónde podrán elevarse y, menos hasta dónde descenderán. Los pronósticos más recientes y las cotizaciones en los mercados de futuros apuntan a que 2006 serán superiores a los previstos para 2005. Todo indica que el proceso de ajuste será lento. El impacto devastador de Katrina y el efecto acumulativo de Rita han reducido los inventarios de productos petrolíferos y gas natural en un periodo en el que tendrían que aumentar para hacer frente a la demanda invernal. Hasta ayer Estados Unidos había perdido 7 por ciento de la producción anual acumulada del Golfo de México y 5 por ciento de la correspondiente a gas natural.

Los incrementos de la capacidad global de producción y refinación de petróleo crudo y gas natural que no hayan sido previstos en proyectos que hoy se instrumentan difícilmente fructificarán en menos de tres a cinco años. Así, la oferta tiende a responder con poco vigor al estímulo del aumento de precios. La demanda también reacciona lentamente, dado que los combustibles automotrices no tienen sucedáneos inmediatos y la sustitución de éstos para calefacción es limitada. En virtud de ello, será la actividad económica el principal factor de ajuste de la demanda de productos petrolíferos y gas natural. Lo que eventualmente presionará a la baja el precio de los hidrocarburos será la caída de la demanda ocasionada por menor crecimiento global. Si los precios son lo suficientemente altos y se sostienen cierto tiempo podrían inducir una recesión. Sin embargo, una política económica bien diseñada podrá compensar gran parte del impacto ocasionado por el shock de precios.

La industria petrolera internacional deberá adoptar una estrategia de inversión contra-cíclica, aun si se debilitan el crecimiento económico y la demanda de productos petrolíferos y gas natural. En primer lugar, porque está en posibilidades. La excesiva liquidez de las empresas petroleras internacionales y la excepcional solidez de su posición financiera les permiten ampliar sustancialmente los gastos de inversión. En materia petrolera, los aumentos recientes y previstos son modestos, dada la creciente asignación de recursos a la cadena del gas natural, particularmente al gas licuado. Segundo, aun si la demanda de productos petrolíferos y de gas natural se estancara, los largos periodos de gestación y ejecución de proyectos de inversión impedirían que la capacidad se ampliara durante la fase de contracción cíclica. Dicha capacidad podría entrar en operación de manera sincrónica con la recuperación del crecimiento. Tercero, las empresas petroleras no pueden permanecer insensibles a la imagen que provoca la insólita masa de efectivo que han acumulado mientras el crecimiento económico está restringido por falta de inversión. En estas circunstancias, la canalización de efectivo a programas de recompra y cancelación de sus propias acciones podría llamar la atención sobre las ventajas de impuestos sobre utilidades extraordinarias como instrumento para alentar la inversión. En los próximos años la industria petrolera mundial deberá sostener alto nivel de inversiones para compensar el largo periodo de subinversión que la caracterizó y dejar de imponer restricciones a la expansión económica mundial.

 
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