Usted está aquí: domingo 9 de octubre de 2005 Cultura El preso A. L.

Bárbara Jacobs

El preso A. L.

Me pregunto si en nuestro país uno tiene que conocer y confirmar los pormenores del encarcelamiento de un joven y prometedor economista para saber con certeza que su detención es una injusticia. Si ya de por sí el término justicia es una entelequia o, cuando bien le va a su aplicación por un aparato legislativo, una arbitrariedad, una decisión subjetiva, ¿qué se puede esperar del mismo en donde inclusive la "arbitrariedad" y el "subjetivismo" de los jueces se activan a través de medios o de principios ajenos o en radical contradicción con dicho término?

El preso A. L., que hoy tiene 35 años de edad, estudió con mis sobrinos la primaria en un colegio inglés ubicado en San Angel al que asistían hijos de diplomáticos, intelectuales, profesionistas y artistas. Lo conozco desde siempre, lo he visto crecer y puedo afirmar que es un ser humano bueno y querible que, a pesar de circunstancias adversas de su vida, logró desarrollar su intelecto de forma tan despejada y libre como para haber conseguido ingresar en una universidad exigente, de alto nivel académico, de la que se licenció con honores; y, por otra parte, desarrolló sus emociones por tan buen camino que el resultado se refleja en una personalidad de muy buen ánimo.

Esto no es ni una carta de recomendación ni la exposición de una defensa. Si acaso, se trata de un testimonio con intenciones de protesta. Y aquí viene a cuento registrar una inquietud obsesiva de una cuestión de lengua. La otra noche no me podía dormir al haber recordado espontáneamente que, en una ocasión en que viví en una casa de huéspedes en París, cuando la casera me enteró de las reglas para el buen funcionamiento de sus habitaciones, y entre otros asuntos me informó en dónde se encontraban "les poubelles", yo había olvidado el significado de esta palabra. ¿Qué podían ser? Pero si bien el recuerdo de este lapsus en mi francés además de impedirme el sueño me avergonzaba, me sorprendía que de modo paralelo mi perseguidora autocrítica me hubiera recordado que en cambio no olvido cómo se dice testigo en francés. ¿Cuándo leí el término; cuándo lo oí? ¿Por qué me habrá impresionado como para que, sin necesidad de utilizarlo, no lo hubiera olvidado?

Sin embargo, ¿por qué dije que el recuerdo del olvido del significado de poubelles en español, contrapuesto al recuerdo de la olvidable traducción de testigo al francés, en estas líneas resultaban recuerdos oportunos? Por cierto, poubelles quiere decir basureros. Y no deja de ser poco casual traerlos aquí a cuento cuando me estoy refiriendo a qué sucede en nuestro país con la justicia, con un testimonio de defensa, con hechos inexplicables como los de los inimaginablemente grandes robos a la nación, que no son considerados "delitos graves", porque fueron ejecutados por imaginablemente grandes corruptos oficiales que, en consecuencia, quedan en libertad; mientras que un supuesto robo de una silla de pino, hecha por el carpintero de la esquina, lleva a La Autoridad a consignar al supuesto ladrón a prisión.

Mi amigo el economista antes de caer preso trabajaba como profesionista en una institución de prestigio en la capital. Iba bien y, entre sus compañeros de primaria, con quienes nunca se interrumpió la amistad, lo tenían como el orgullo del grupo, pues por alguna razón todos los demás se dedican más bien a oficios o empleos que los alejan de las oficinas y los acercan a las playas

El economista iba bien, decía, hasta que su mamá irrumpió en las oficinas de su hijo adulto y logró ¿justa/injustamente? que X parte del sueldo del hijo fuera depositado en la cuenta de ella. Ante esta irregularidad en el campo laboral que lo perjudicaba y vejaba, mi amigo A. L. abandonó su empleo. Pasó un lapso manteniéndose con base en quehaceres esporádicos y menores mientras vivía con una fina acuarelista en las afueras de la ciudad. Pero decidió regresar a la capital con miras a recuperar su estatus. Rentó un cuarto de huéspedes cuya dirección ocultó a su mamá. Ella no tuvo problemas en averiguarla y no tardó en irlo a visitar. Vio la habitación del hijo tan atiborrada de muebles que, para aligerársela, y en contra de la voluntad de él, se llevó una silla prestada.

En una fiesta escolar años atrás, al concluir la actuación de A. L., de entre el público saltó hacia él su hermanita y lo abrazó. Como era sorda, desatendió las advertencias de los maestros, pero al bajar observó que los asistentes teníamos los ojos bañados en lágrimas.

 
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