Usted está aquí: viernes 25 de noviembre de 2005 Cultura Medianías, altibajos y parco resplandor de Rigoletto en el Auditorio Nacional

El Teatro Regio di Parma presentó la primera de cinco funciones

Medianías, altibajos y parco resplandor de Rigoletto en el Auditorio Nacional

Poner micrófonos a orquesta y cantantes, aberración en favor de la rentabilidad

El estreno de esa ópera en México devino mero objeto de consumo para el esnobismo

PABLO ESPINOSA

Ampliar la imagen El bar�no Leo Nucci en una escena de la �a de Verdi, la noche del mi�oles FOTO Guillermo Galindo Foto: Guillermo Galindo

Sobre el inmenso escenario del Auditorio Nacional se desplegó el claroscuro de una puesta en escena de primer mundo en el tercero. Una soprano coloratura despojada de su color debido a la amplificación electrónica asestada durante tres horas; un tenor cuya bravura vocal quedó en segundo término y una vieja leyenda, el barítono del papel protagónico, que ha perdido la potencia de su voz y sólo mantiene una serie de trucos escénicos. El promedio: medianías, altibajos, parco esplendor.

Luego de despertar las más altas expectativas con publicidad profusa, el estreno de la ópera Rigoletto, la noche del miércoles con la compañía italiana Teatro Regio di Parma, resultó un mero objeto de consumo para el esnobismo, una oportunidad de disfrutar un montaje de elevada calidad para los conocedores y un curioso juego de equívocos que oscilaron entre los detalles chuscos en escena y una paradoja, una suerte de aporía entre el público, dado que se trató de un mero negocio.

Voz humana escatimada

La aparente aporía consistió en la vuelta de tuerca que causó el alto costo de los boletos, que obviamente convocó a los dueños de dinero más que a los verdaderos amantes de la ópera. Los primeros son los que suelen esgrimir en la lucha de clases el término ''naco" a los que no tienen dinero, pero les resultó un efecto bumerán en cuanto lo que observaron fue, desde una perspectiva estrictamente musical y técnica, una ''ópera para nacos", en la medida en que les fue escatimado el elemento esencial de una ópera, que es la voz humana, y lo que se puso de relieve en cambio fue lo superficial, lo espectacular, lo trivial y lo menos artístico.

Porque para nadie es ajeno que la ópera no es un espectáculo de masas, pero como esta puesta en escena persigue primordialmente las ganancias económicas, se presentó en un foro que garantizara precisamente el dinero en la taquilla. Tan sólo los alrededor de 6 mil asistentes en la primera de las cinco funciones hubieran significado seis funciones en Bellas Artes, por ejemplo, dando un gran total de 30 funciones. Todo es cuestión de echarle lápiz al asunto.

El Auditorio Nacional, lo sabe Perogrullo, no es apto para ópera, de manera que hubieron los inversionistas de recurrir a la aberración de poner micrófonos a la orquesta y a los cantantes. Y forrarse de dinero.

Una soprano coloratura con micrófono pierde precisamente el color, un barítono los matices, un tenor el timbre y la orquesta también quedó reducida a un amasijo cubista de efectos eso sí sorprendentes aunque chuscos, como por ejemplo cuando dulcemente el Duque de Mantua seduce a Gilda, la hija del jorobado Rigoletto, con bravura tenorística que resultó un ladrido porque entonó notas altas en la mejilla de la dama, justo donde ella tenía prendido el micrófono inalámbrico. Esta misma damisela selló la hora de su muerte con notas dulces que terminaron rubricadas con tremendo TUNCK: el cabezazo que dio contra el piso luego de exhalar su último suspiro, que por cierto también resultó ser un alarido por efectos de la amplificación por el microfonazo.

Y no es porque la sonorización hubiera sido defectuosa -por el contrario, el equipo técnico responsable, encabezado por el maestro Humberto Terán, es de primera calidad-, sino por la naturaleza intrínseca de una música que no permite amplificaciones artificiales.

La noche fue de Desirée Rancatore

Descontando las desventajas obvias de los microfonazos, la noche fue por cierto de Gilda, encarnada por la soprano Desirée Rancatore, seguida por el buen desempeño a secas del tenor Roberto Aronica y a lo último quedó el en algún tiempo glorioso Leo Nucci, quien hace décadas brillaba en su papel de Rigoletto, que ha cantado cientos de veces. Dado que su papel requiere una voz poderosa y al mismo tiempo grandes dotes de actor y capacidad de expresar tonalidades suaves e íntimas, ya no tiene la potencia de antaño y sólo le quedan las mañas de tantas tablas y con ellas llegó a excesos de conceder un encore, un bis que nadie pidió al final del segundo acto, cuando el público en realidad aplaudía los agudos espectaculares de la soprano.

Lo que reinó entonces fue la consistencia de la obra original Le roi s'amuse (El rey se divierte), que fue el mayor éxito teatral del dramaturgo Victor Hugo; el poderío melódico de la primera gran obra maestra de Verdi, el maravilloso desempeño de la orquesta y la calidad de las voces.

Es decir, brilló en todo este claroscuro la grandeza de Victor Hugo, la grandeza de Verdi. Y la miseria del dinero.

 
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