Usted está aquí: lunes 6 de febrero de 2006 Cultura Los chacales también se confían

Hermann Bellinghausen

Los chacales también se confían

Paso a considerar las notas de Voltaire que acompañaban el legajo que me pasó en el bar de la iguana que me abstuve de patear, la vez que me culpó de sus gin and tonic. En letra menuda, organizada. Verdaderas miniaturas. De seguro en la escuela confeccionaba buenos acordeones.

Extendí el bonche de documentos, sobres y tarjetas sobre mi mesa. Bueno, mía en ese momento, pues hacía mucho que no me sentaba ante alguna que pueda llamar mía, o al menos familiar, o al menos "mesa". Como dice Bruce Chatwin, casa es allí donde uno cuelga la chequeta. También es casa donde hay una mesa.

En el fólder con las diligencias penales, que son de risa considerando la gravedad de lo que alegan, venían además una cuartilla de Voltaire limpiamente mecanografiada. Estas diligencias eran el único documento que conservado en los archivos oficiales. Las pruebas, como las denuncias, desaparecieron por completo.

"Ojo. Encubrimiento típico. El señor gobernador (en adelante señor G.) conoció las denuncias detalladas, con nombres, fotografías, documentos periciales y hasta retratos de los autores materiales, tomadas con celular pero distinguibles con un poco de Photoshop. Y el señor G. las entregó a su secretario particular para que las metiera al triturador. En su presencia. ¿Habrá creído que era la única copia? También los chacales se confían. Aunque dudo que sea tan ingenuo, le hice llegar otra copia idéntica, que le llegó no supo de dónde. Me cuentan que montó en cólera. Había dado carpetazo, según él. Sin expresarlo en voz alta, determinó proteger a los culpables. Son gente rara, los gobernadores. Uno pensaría que les subiría su popularidad resolver de vez en cuando algún crimen horrendo, señal de que en las filas gubernamentales se cumple con el imperio de la ley y el estado de derecho, el pulso no les tiembla, ante todo la justicia, etcétera. Si no caen los gobernadores como éste es porque todos son iguales y entre ellos se hacen fuertes. Se cubren las espaldas. Los jueces son comprensivos y obedientes con ellos. Como en las dictaduras, todos en un mismo barco. Su complicidad es absoluta. Eso favorece los negocios"

Se nota que Voltaire había estado leyendo los periódicos. No es hábito suyo, pero hace excepciones y esta historia le atañía. Como suele justificarse: "Es que es interesante".

Eran días como en las películas. Asesinos seriales, especializados en una determinada clase de víctimas, como todos los serial killers: viejitas, jotos, indocumentados. Eran día también de explotación sexual masiva de menores, con sofisticadas redes de pedofilia, pederastia, pornografía "explícita" y toda esa asquerosidad. Eran días también de muchachas atacadas y destazadas para el rentable snuff y el insinto predatorio de los más animales entre los seres humanos. El derecho de pernada de los amos de la sociedad moderna.

También atravesábamos la época de mayores desplazamiento de población en la historia. Ni siquiera durante la conquista, cuando aún no éramos tantos millones de pelados y peladas.

Prendida con un clip rojo en el sobre de las fotos, una tarjeta tamaño ficha, a mano: "Está usted a punto de ingresar en una galería insegura y oscura. Si no piensa hacer nada al respecto, absténgase de ver el contenido. La morbosidad ya participa en el delito. No olvide que esto es un 'mercado' floreciente".

La reticencia de Voltaire se subrayaba en el sobre cerrado, engomado y tapizado de cinta canela. Necesité un cuchillo para abrirlo.

 
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