Usted está aquí: viernes 21 de abril de 2006 Mundo La Italia profunda

Rossana Rossanda *

La Italia profunda

L a coalición de centroizquierda no lo ha conseguido. Prodi no ha vencido, Berlusconi no ha vencido; se va a un empate, agravado por el mecanismo de la pésima ley electoral. Se abre un escenario incierto, pero seguramente negativo, políticamente hablando. Estamos ante un voto con mucha participación y reflexión, en el que ha pesado la agresividad de Berlusconi, que no se ha privado de apelar a las vísceras más turbias del país hasta lograr casi recuperarse cuando parecía tener ya la partida perdida. De hecho, no estaban ya con él ni la gran prensa ni la Confindustria (la organización de la patronal industrial italiana), ni la banca. Sólo conservaba a su lado a la iglesia de Ratzinger. Y la cartera de una propiedad difusa, media-alta y baja, a la que Berlusconi había protegido descaradamente y que se ha defendido con uñas y dientes.

El empate no está sólo en los números: en el interior de las coaliciones no se han dado grandes movimientos. Berlusconi sigue siendo, por mucho, el dirigente más fuerte de centroderecha. Las agitaciones de los Follini y los Casini no le han dañado gran cosa; más bien, a fin de cuentas, le han beneficiado.

En la coalición de centroizquierda el único éxito evidente es el de Rifondazione (comunista), mas en un marco general que no multiplica su valor. La Rosa en el puño, aun apuntando a una mayor afirmación, demuestra -y mejor eso que nada- que, en Italia, nadie puede hoy traspasar ciertos límites a la hora de mostrarse obsequioso con el Vaticano. Y eso es todo.

El problema más grave -y sería cosa de locos despreciarlo- es que, a diferencia de hace sólo 20 años, sobre cien italianos que me encuentro por la calle, en el autobús y en los trenes, 48 votan por una derecha que desconoce cualquier límite, ni siquiera el del fascismo. Eso no ocurre en ningún otro país del occidente europeo. Esa derecha ha echado raíces en la llamada sociedad civil. También por la flexibilísima condena que ha encontrado en las instituciones, empezando por el Qurininal (sede de la presidencia de la República italiana), que no ha sabido defender con firmeza los principios fundacionales de la República, de los que debería ser garantía.

Tampoco la oposición ha comprendido qué andaba en juego cuando ha optado por el buenismo: que Berlusconi rebasara todos los límites de la decencia no entrañaba que no se debiera condenar en términos más secos su extremismo y su desprecio de cualquier principio de una democracia no formal.

Hay en cualquier país, como en cada uno de nosotros, un fondo de acobardado y temeroso egoísmo que nos resulta difícil de aceptar: pero una democracia no puede representar cualquier cosa, la Constitución no es opcional.

Y también quien, creyéndose más a la izquierda, ha sembrado la antipolítica, está hoy obligado a reflexionar. No está escrito que quede mucho tiempo. Un país profundamente dividido, no, como se ha venido parloteando, por las ideologías, sino por las contradicciones sociales de fondo, no logrará darse una mayoría que goce, no ya de un consenso suficientemente amplio, pero ni siquiera de un espacio de mediación.

Así ocurre en nuestro país cada vez que la derecha se consolida: trae ésta consigo una connotación subversiva. Cualquiera sea el resultado que se decante en las próximas horas -estamos escribiendo todavía al filo de la incertidumbre-, Italia está enferma. Haremos cualquier cosa para que no caiga eso en el olvido.

*Escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso (La muchacha del siglo pasado)

Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març

 
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